En las grandes y frescas montañas rodeadas por un enorme manto blanco se esconde La Esperanza, Intibucá, la urbe más próxima para varias personas humildes pero de corazón enorme: los lencas.
Son la arteria occidental de la nación, una etnia llena de historia y orgullo. Un pueblo que lleva en el rostro hoy en día el paso de su historia, que se resume a veces en una sonrisa inocente, otras en un semblante doloroso que habla sin hablar.
Gente leal y trabajadora, sí, esas son las palabras que mejor describen a los lencas, quienes a diario dan inicio a una extensa, cansada y muy poco reconocida jornada laboral en plena madrugada, porque como dirían muchos de ellos, “así tienen más horas para trabajar”.
Las marcadas líneas en sus caras, logran representar las antañonas calles que tienen que recorrer a pie para llegar hasta donde están sus cultivos; sus miradas, gritan en silencio una nostalgia que les inunda por vivir en una sociedad que les tiene en el olvido.
Viviendo como un lenca
Casi siempre, una tacita de café acompañada de una tortilla, que ha sido tostada en un comal colocado en una hornilla recién encendida, es el primer “alimento” que se llevan a la boca para luego salir de sus casas hechas de adobe y adentrarse en los verdes campos para sembrar, abonar, regar o arrancar la cosecha.
Puestos allí, junto a sus luchadoras mujeres -la mayoría de ellas cargando a sus bebés en la espalda- se preparan para hacer lo que, probablemente para muchos de nosotros sería un castigo: tomar el pesado azadón y comenzar la faena sin importar si hace frío o un radiante día.
Esfuerzo que va a la mesa
Papa, maíz, frijol y algunas hortalizas son los principales alimentos que cultivan en sus tierras. Una vez que recogen el producto, lo colocan dentro de costales para llevarlos al pueblo y venderlos en los bulliciosos mercados que se colman de color gracias a las tonalidades que utilizan en sus vestimentas; pigmentos que usan ahora las personas para estar a la moda, a pesar de no saber el sacrificio oculto atrás de este bello lienzo.
Si usted ha tenido la oportunidad de comprar estos coloridos vestuarios directamente de las manos lencas, entonces sabe perfectamente de lo que hablo, sino, permítame seguirle contando; con una genuina e inolvidable sonrisa que nos enseña que verdaderamente la felicidad no tiene precio, nuestros hermanos lencas logran brindar a los ciudadanos productos de calidad, mostrando a simple luz el enorme talento que los invade.
¿A qué más se dedican?
La mujer lenca juega un importante papel en la producción, pues trabajan la tierra y a su vez, la artesanía. De igual manera, elaboran bufandas, pañuelos, manteles y otras multicoloridas obras que se convierten en las favoritas de todos los turistas.
Mientras más sencilla es la gente, más hermosa resulta
Los lencas nos dan una gran lección de vida: afortunado no es el que más tiene, sino, el que más da -aunque tenga poco que ofrecer- sin esperar nada a cambio.
Así que, si usted tiene el gran privilegio de encontrarse con una persona de esta maravillosa etnia, ofrézcale una sincera sonrisa, creáme, con ese gesto estará ganando muchísimo más de lo que quizá, ni siquiera se imagina.
Más que una etnia, son parte innegable de Honduras y su crisol, son parte del corazón del país.