¿Podemos salir de la casa? ¿Regresar al trabajo? ¿Ir a un restaurante o a u bar? ¿A la playa? ¿Es hora de que nuestros hijos vuelvan a la escuela? ¿Podemos visitar a la abuela?
Las preguntas son infinitas. Y las respuestas no son producto de un cálculo matemático ni de consideraciones científicas, sino más bien consecuencia de un análisis de elementos cambiantes, con un fuerte trasfondo emocional, acerca de la relación entre costo y beneficio.
Sabemos cuáles eran los peligros antes de la pandemia. Las posibilidades de ser golpeado por un relámpago son de una en 180,000, al menos en Estados Unidos. De morir de un problema cardíaco, de una en seis. En una tormenta, de una en 54,699, de acuerdo con el Consejo de Seguridad Nacional.
No hay información comparable sobre el coronavirus y mientras se empiezan a levantar las restricciones de movimiento y nos bombardean con cifras de contagios y de muertes, la gente se pregunta ¿vale la pena exponerse en un sentido o el otro?
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¿Cuál es el valor de la vida, sobre todo comparado con los perjuicios causados por la paralización de actividades? El gobernador del estado de Nueva York Andrew Cuomo dice que los confinamientos se justifican incluso si se salva una sola vida. Quienes proponen reactivar la economía, en cambio, dicen que las consecuencias de prolongar la paralización de actividades pueden ser peor que el impacto del virus, una noción que promueve Donald Trump.
Los análisis de riesgos no son nada nuevo, sobre todo en las aseguradoras. Pero generalmente parten de la premisa de que ese riesgo afectará a unos pocos.
El coronavirus es algo totalmente diferente. Ha afectado a más de 180 países, infectado a más de 5 millones de personas y causado al menos 320,000 muertes.
Es difícil calcular los riesgos de un retorno a la normalidad. Un campesino no sabe si podrá vender su cosecha.
De todos modos, hay varias posibilidades de evaluar los peligros. Los ingenieros analizan la resistencia de un puente para decidir si se lo puede cruzar. Los inversionistas apuestan a que los precios de las acciones subirán, a sabiendas de que también pueden bajar. Se atribuye a Harry Markowitz, reconocido premio Nobel de economía, haber planteado que no es conveniente poner todos los huevos en una misma canasta.
Aceptar ciertos niveles de riesgo, incluso cuando lo que está en juego es la vida, ha dado lugar a grandes avances y tremendos logros.
En su libro “Against the Gods: The Remarkable Story of Risk” (Contra los dioses: La notable historia del riesgo), Peter L. Bernstein escribió: “La idea revolucionaria que define los límites entre los tiempos modernos y el pasado es el control de los riesgos: La noción de que el futuro es algo más que un capricho de los dioses y que los hombres y las mujeres no se quedan pasivos ante la naturaleza”.
“Hasta que el hombre descubrió la forma de superar ese escollo”, escribió, “el futuro era un reflejo del pasado en el turbio mundo de los oráculos y los adivinos, que tenían el monopolio del conocimiento de eventos aceptados”.
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Una cosa es analizar si un hombre puede volar, explorar una frontera, dejar su trabajo para cumplir un sueño. Pero es algo muy distinto aceptar la idea de aumentar significativamente las probabilidades de contraer una enfermedad que puede ser fatal para uno, para su familia y para sus vecinos.
Hay quienes dicen que hasta ahora hemos considerado solo una parte del tema, el beneficio del distanciamiento social, ignorando el costo económico, emocional y social.
“Me preocupa cada vez más el hecho de que estamos tomando una medicina muy fuerte, la del distanciamiento social, sin un análisis adecuado de las reacciones que puede causar”, dijo Zach Finn, profesor de gerencia de riesgos de la Universidad Butler de Indianápolis.
“Asocio el distanciamiento social con la quimioterapia”, expresó. “Me alegro por los profesionales que desarrollaron ambos conceptos. Sin embargo, no decimos que la quimioterapia, o cualquier medicina, es una panacea sin riesgos y/o efectos secundarios. Si bien es cierto que destruye el cáncer, se sabe que también destruye células saludables”.
Un paciente, agregó, sopesa los riesgos y los beneficios.
Ahora, todos somos pacientes. Nadie cuestiona que la devastación económica puede tener profundas consecuencias médicas y sociales, incluida la muerte. Nadie duda que esas consecuencias no se podrán revertir rápidamente.
En ese contexto, ¿estamos dispuestos a correr el riesgo?