Una bandera azul profundo abrazaba el firme ataúd donde Vidal empezaría el viaje sin retorno.
En ambos extremos, dos candeleros metálicos retenían los despojos de cera derretida que las velas aromáticas expedían tras varias horas de custodia.
El centro comunal de la colonia San Miguel era apenas una de las paradas. Los restos de José Vidal Zúniga Espinoza estaban listos para partir, pero antes hacia falta liberar lágrimas y sollozos como corren los ríos embravecidos; culpas e iras tan fuertes como el golpe de los vientos huracanados; y recuerdos hermosos como se levanta el sol radiante cada mañana.
Vidal Zúniga es uno de los cuatro aficionados que murieron el domingo pasado en una estampida humana registrada en uno de los portones del estadio Nacional, donde Motagua y El Honduras de El Progreso se disponían a jugar la final del fútbol hondureño.
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En la hinchada del Ciclón dirían que era más motagüense que el Primitivo Maradiaga, Amado Guevara o los mismísimos Atala, pero el destino no le había reservado un cupo en los festejos de la Copa 15.
Lo lleve o no en la placa de su tumba, don Vidal queda marcado con un epitafio que nadie podrá comprender sin relacionarlo a esa pasión por el Azul. Así lo resumiría su esposa: 'Era súper aficionado al Motagua, él decía que Motagua era uno de sus amores (contiene la respiración)... y por sus amores del Motagua se fue'.
Y aun en la muerte, Vidal profesó su inmenso amor por Motagua.
Tres cuartas partes del féretro estaban cubiertas por una bandera azul profundo contrastando con la palabra 'Motagua' en blanco, justo en el centro, y un águila con las garras al acecho estampada del mismo color.
Al término del lienzo azul, de nuevo remarcado el nombre del equipo -esta vez más grande- y la cabeza de la poderosa ave en silueta blanca.
De interés: El relato de un hincha desde el portón 11 del estadio NacionalSobre el cajón, los arreglos florales no faltaron: Olorosas rosas blancas que reposaban en un sencillo florero y brillantes fugis descansando en pompones con frescos helechos de un verde pradera.
Al pie del ataúd, cinco botes contenían una variedad más extensa de ofrendas, como crisantemas que saltaban por encima de los helechos, así como lirios y varas de oro para honrar la memoria de don Vidal, a quien todos conocían en la San Miguel como un alegre taxista.
El blanco de los lirios, el rojo de las crisantemas, el amarillo del solidago o el verde de los helechos, ninguno eclipsaba esa manta azul profundo.
Y menos opacaban dos fotografías ubicadas a un costado de la vitrina que separaba a don Vidal de los vivos. Una de esas imágenes fue tomada minutos antes de la mortal tragedia.
El señor de 56 años hacía fila ese domingo como cientos aficionados cuando se encontró con uno de los reporteros gráficos de EL HERALDO. Don Vidal se inmortalizó con las manos alzadas al cielo y con los músculos de su mejillas estirados para dibujar una sonrisa, mientras presumía su camisa del Ciclón.
Minutos después, la muerte lo encontró en la estampida registrada en el portón 11 del estadio Nacional.
'Lo veo como una negligencia de la Policía. ¿Por qué si había tanta gente, por qué no abrieron los portones antes?', cuestionó la esposa de la víctima mientras reclamaba su cuerpo.
Para controlar a la multitud, los agentes utilizaron una tanqueta que lanzó potentes chorros de agua, pero para la doliente esa acción fue la estocada final. 'Mi esposo, como yo lo pude ver, estaba todo bañado, todo mojado. Me imagino que le dieron con uno de los chorros y cayó', relató.
Don Vidal fue trasladado con vida al Hospital Escuela Universitario (HEU), pero sus signos vitales eran bajos. Finalmente, él expiró en la Sala de Emergencias producto de la asfixia y un politraumatismo (golpes en varias zonas del cuerpo).
A la viuda de la víctima le queda una responsabilidad mayor en casa: 'Me gustaría si alguien me pudiera dar trabajo, que me den la oportunidad de trabajar, porque tengo que sacar mi familia adelante'.
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