Tegucigalpa, Honduras
El 3 de febrero se cumple un año de haber iniciado la experiencia de El Gran Vidrio como espacio para la crítica de arte.
En alguna medida, El Gran Vidrio es una continuidad de la sección Viceversas que iniciamos en EL HERALDO el 24 de octubre de 1998 junto a Geovanny Gómez y Delia Fajardo. Pasaron 20 años para que un espacio similar ofreciera la oportunidad de volver a establecer este diálogo afortunado entre la imagen y la palabra.
EL HERALDO ha sido hasta ahora el único medio de comunicación que ha valorado la importancia del ejercicio de la crítica de arte como expresión de la cultura visual. No se trata de brindar espacios ocasionales, tanto Viceversas como El Gran Vidrio han sido secciones sistemáticas para el desarrollo de esta práctica.
Algunos referentes de la crítica contemporánea
Utilizo “contemporánea” no en términos estéticos ni como expresión de eso que los historiadores del arte llaman “posvanguardia”, más bien la referencia es temporal. El primer texto que escribí fue para el proyecto “Templo en ruinas” (1995) de Santos Arzú Quioto, ese texto que titulé “Santos Arzú: la huella en búsqueda del hombre”, gustó e impulsó mi carrera de crítico.
A partir de ese texto, varios artistas se interesaron en mi trabajo y otros me vieron como un advenedizo. Luego, mi trabajo empezó a aparecer en catálogos nacionales e internacionales que le fueron dando una visión a la producción artística local.
No ha sido fácil sostener esta carrera que nunca me propuse iniciar de manera consciente; en este medio pueblerino, la crítica de arte es aceptada si se traduce en adulación, si no es así, viene la turba de resentimientos que desacreditan lo que se ha sostenido con argumentos; El Gran Vidrio ahora y antes Viceversas no escapan a esta barbarie que en Honduras niega la reflexión crítica, mientras otros países la valoran como soporte intelectual del arte.
En un primer momento mi propósito era hacer crítica literaria, pero mi relación con el medio artístico me llevó a escribir crítica de arte; estos textos y los subsiguientes tenían un enfoque literario, eran muy sensibles pero carecían de un lenguaje especializado que penetrara con propiedad en las coordenadas de la obra de arte, aun así, expresaban un método que sigo reivindicando: tenían una sensibilidad que partía de la estructura conceptual de la obra pero, como señalé antes, hacía falta una mirada de su construcción formal que poco a poco se fue logrando con la experiencia de escribir y con el diálogo que fui sosteniendo con los artistas.
Luego vino una carrera profesional que desembocó en Viceversas, la primera sección profesional de crítica, en la que publicamos 34 ensayos sobre arte y algunos de literatura, en esa sección colaboró Leticia de Oyuela, quien había realizado crítica, pero su dedicación fundamental fue la historia del arte.
Esa experiencia acumulada fue la que permitió que en el año 2007 apareciera el primer libro de crítica titulado “Contrapunto de la forma”, publicado con Ramón Caballero. Quedan muchos segmentos y datos fuera de esta historia, las referencias solo tienen el propósito de contextualizar el surgimiento de El Gran Vidrio.
El Gran Vidrio, el sitio de la doble mirada
No creo en la crítica cuya palabra no sea tocada por la sensibilidad de la palabra. Creo en una crítica que encarne el mundo del artista expresado en sus obras; tomo distancia de esa crítica que se retuerce en su propio lenguaje sin vivir la gran metáfora de la obra que examina.
En las 23 ediciones que hemos publicado en El Gran Vidrio hemos abordado el trabajo de diferentes artistas jóvenes y otros que ya cuentan con una trayectoria reconocida. El objetivo es visibilizar y potenciar sus trabajos, incluso hemos publicado trabajos de años anteriores que estaban inéditos y que ahora han visto la luz, recuperando así la memoria de esa producción que involucra al artista y al crítico.
En ese proceso hemos invitado a Allan Núñez, quien ha realizado importantes colaboraciones para la sección. La mayor parte de los trabajos publicados son investigaciones frescas, hechas directamente sobre muestras o acontecimientos recientes, otras publicaciones están vinculadas con trabajos que se expusieron con mucha anterioridad, pero que en su momento pasaron inadvertidos por la crítica y una nueva mirada nos ha hecho valorar esos trabajos en su justa dimensión tal como fue “La culpa es de la flor”, de Dina Lagos; “Correo certificado”, de Pilar Leciñena; “Proposiciones abstractas”, de Luis Landa, y “Personajes de acción”, de Darvin Rodríguez.
Otros trabajos han estado relacionados con estudios de la forma, el lenguaje y la realidad, son investigaciones de carácter estético que han buscado ubicar algunos problemas detectados en el arte hondureño.
Los artistas escogidos no obedecen a un criterio arbitrario, esa escogencia obedece a que la crítica abre caminos y propone apuestas, algunas pueden resultar, otras no, pero cumplimos con estudiar el trabajo de estos artistas, exhibiendo sus bondades y señalando sus problemas.
Hemos recibido el comentario gratificante y hemos recibido el comentario ingrato, eso es normal, cuando el trabajo es sincero y comprometido, estamos expuestos a tocar el cielo o besar el infierno; siempre hay una doble mirada.
El Gran Vidrio es ese espejo donde la palabra trasluce la obra y donde la obra de arte encuentra en la palabra la otra mirada, el otro decir, que pone en juego nuevas verdades, nuevas visiones, nuevos encuentros, otros deseos. La palabra se desgarra en la imagen artística, esa imagen se desangra en el poder de la palabra; espejo que al exponer el revés de la herida deja ver las profundidades por donde se precipita la mirada otra, aquella que la crítica vive y presiente como la gran metáfora del artista.
La crítica que exponemos en El Gran Vidrio no es complaciente, no conoce la adulación porque el primer compromiso de la crítica es con la obra de arte y no con la personalidad del artista. En la crítica debe prevalecer el fundamento. Ni lisonja barata ni descrédito gratuito. Hace muchos años, José López Lazo, crítico de literatura, me dijo estas palabras que se convirtieron en un método de trabajo: “No estamos obligados a coincidir con el autor (el artista), pero sí estamos obligados a construir un argumento inteligente que enriquezca la obra”.
No sabemos hasta dónde vamos a llegar con este proyecto, espero tener las energías necesarias para continuar e ir construyendo con la palabra, la imagen verbal que la obra de arte alimenta con el trigo fresco de la creación.