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Hace 231 años nació el primer Jefe de Estado de Honduras

El prócer hondureño Dionisio de Herrera fue el hijo de una generación de patriotas
que fue la encargada de construir las bases legales y políticas del Estado hondureño. Durante su gobierno fueron impulsadas las juntas o tertulias patrióticas.

09.10.2012

La sultana del sur es la cuna de hombres ilustres, uno de ellos es Dionisio de Herrera. Nacido en Choluteca el 9 de octubre de 1781, fue el primer Jefe de Estado de Honduras, recién independiente en ese entonces, cargo que asumió en 1824.

“Don Dionisio de Herrera
debe ser ubicado en la primera generación liberal, inmediatamente posterior a la independencia de España en 1821 y de la independencia de México en 1823”, expresó el historiador Mario Argueta.

El ilustre, que formó parte de una generación que fue la encargada de construir las bases legales y políticas del Estado de Honduras, “fue uno de los padres fundadores de la nación y el Estado hondureño, y además formó parte de esa generación que impulsó la creación de una patria que debería ser no solo independiente, sino soberana, próspera y digna, con la potencialidad de poder beneficiar a todos sus habitantes”, enfatizó.

Herrera en la política
En 1820 fue nombrado secretario del ayuntamiento de la Villa de San Miguel Arcángel de Tegucigalpa. Y el 28 de septiembre de 1821 redactó el acta de independencia, después de la llegada de los pliegos. “El cargo más honroso que ocupó don Dionisio en la administración pública fue el de primer Jefe de Estado de Honduras, como parte de la República Federal de Centroamérica”, posición que asumió en 1824.

En el libro de Juan Ramón Ardón, “Herrera, ciudadano de la libertad y de la gloria”, está escrito que el prócer “era el hombre de los conocimientos concretos sobre los problemas de su país.

Era el talento que sistematizaba los conocimientos y los organizaba para ponerlos al servicio de la patria”. Argueta resaltó que una de las gestiones de Herrera fue la de crear la primera división territorial de Honduras, quedando el país con siete departamentos: Comayagua, Tegucigalpa, Gracias a Dios, Santa Bárbara, Yoro, Olancho y Choluteca.

Durante su gobierno fueron impulsadas las juntas o tertulias patrióticas, que “consistían en una campaña de educación cívica para que la población hondureña conociera, comentara y debatiera la constitución del Estado.

Esta era una labor extraordinaria de educación cívica”, explicó el historiador. Otro de los logros de su gobierno fue el decreto para la creación del primer Escudo de Armas de Honduras, en 1825, y en diciembre de 1826 firmó, junto con su secretario Francisco Morazán, la primera constitución del Estado.

Herrera derrocado
En mayo de 1827 fue destituido de su cargo, “por decisión del primer presidente federal de Centroamérica, Manuel José Arce, quien envió tropas a cargo de Justo Milla para que invadan Honduras, sitien la capital, Comayagua, y lo destituyan como Jefe de Estado”.

Posteriormente fue enviado prisionero a Guatemala y ahí permaneció hasta 1829, año en que Francisco Morazán lo liberó luego de alzarse en armas, “para reivindicar la legalidad perdida por la intervención federal”.

En 1830 fue elegido jefe de Estado de Nicaragua, “donde logró la pacificación, porque al igual que en Honduras y los otros estados de la República Federal, Nicaragua estaba enfrascada en guerras civiles”.

Herrera vio disminuida su fortuna, ya que el fanatismo político llegó a tal nivel de intolerancia que sus enemigos políticos ordenaron la confiscación de sus bienes y la destrucción de su biblioteca, y entre esos enemigos estaba Francisco Ferrera.

Retiro de la política
En 1838 se retiró de la política y emigró a El Salvador, casi en la miseria. Dionisio de Herrera, luego de ser un hombre opulento y de alta posición que empleó toda su importancia política al servicio de la patria, como cita el libro de Ardón, quedó reducido a dirigir una escuela de primeras letras y con un escaso salario en San Salvador, donde murió rodeado de suma pobreza; su esposa falleció 10 días después.

“El destino de Herrera, además de injusto fue triste porque una persona que estaba acostumbrada al bienestar, al lujo, al reconocimiento público, vivió sus últimos años fuera de su país, debiendo laborar en el magisterio para sobrevivir, pero él supo llevar con dignidad, con honra y con entereza los últimos años de su existencia”, lamentó Argueta.

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