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Viaje literario por Honduras

En palabras de José Funes, “en Honduras se han cultivado todos los géneros literarios, pero en menor medida la novela, el teatro y el ensayo. Muy pocos poetas y narradores llegan a la categoría de intelectuales o de pensadores”.

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11.04.2012

Si hacemos una remembranza de la literatura hondureña, nuestros recuerdos traerán al presente el modernismo de Juan Ramón Molina, o de repente viene a la mente el romanticismo plasmado en las obras de Lucila Gamero de Medina o quizá haya que voltear la página y redescubrir la libertad literaria de Clementina Suárez.

Estos nombres son apenas una muestra de que Honduras es el hogar de grandes escritores que han logrado abrir y mantener un fructífero sendero literario que perdura en sus obras.

El recorrido inicia a finales del siglo XIX, continúa por el XX y alcanza su punto máximo en la década de 1950 a 1970, que es la parte central de este trabajo en el que nos adentramos en el corazón de las letras hondureñas, con el apoyo de dos reconocidos escritores nacionales: Eduardo Bähr y José Antonio Funes.

La primera escuela

Eduardo Bähr comienza por dividir la creación literaria nacional en corrientes.

“La primera escuela de la literatura que se reconoce en nuestro país es el neoclasicismo, y la lidera José Trinidad Reyes”, detalla. En 1876 comienza otra etapa, el romanticismo, en esta corriente podemos mencionar los nombres de José Antonio Domínguez, quien a juicio de Bähr es el más representativo a finales del siglo XIX e inicios del XX.

Lucila Gamero de Medina, que en palabras de Bähr es “el ícono de la literatura femenina”, toma la pluma cual espada y critica al sistema judicial y la hipocresía de los líderes religiosos. Entre sus obras resalta su novela insigne “Blanca Olmedo”, sin dejar de mencionar “La secretaria” y “Adriana y Margarita”.
La escritora danlinense fue considerada anticlerical, algo que le valió el señalamiento de la gente conservadora de su época.

A finales del siglo XIX y principios del XX entra en escena la escuela literaria más importante de Latinoamérica, el modernismo, que en Honduras tiene como precursor a Juan Ramón Molina, un escritor “con una gran capacidad de absorción de la intelectualidad universal, fue un individuo que nació fuera de su época, por esa razón es un hombre lleno de pesares”, dijo Bähr.


Del escritor no hay ninguna publicación que él hiciera en vida, pero su amigo Froylán Turcios rescató sus obras en un libro que lleva por título “Tierras, mares y cielos”.

Molina en su obra “idealiza al ser humano en relación con la esperanza, con el futuro y el destino, y por esta razón escribe los poemas más reconocidos de la literatura hondureña”. Bähr califica la literatura de Molina como humanista y futurista, enmarcada en el modernismo.

Él y Turcios fueron los precursores de este movimiento en Honduras.

En la llamada “generación del 27” resalta la figura de Arturo Martínez Galindo, su obra es realista costumbrista.

“Martínez es el más importante porque saca la literatura del habla popular y la sitúa en el habla universal, entonces es cosmopolita”. Entre sus obras publicadas mencionaremos “Sombra”, “Aurelia San Martín” y “La amenaza invisible”.

La generación del 50

Para el escritor José Funes, la década de los años 50 es clave por el giro que dio la literatura hondureña, principalmente en la poesía, ya que la narrativa continuaba apegada al realismo y a sus variantes criollistas y regionalistas.

Esta década es “una etapa histórica socialmente agitada, principalmente por la toma de conciencia de una clase trabajadora organizada cuyo afán de justicia culmina con la gran huelga de 1954. Este hecho de reivindicación social sin precedentes sirvió también para moldear la conciencia de muchos intelectuales del país, aunque algunos de esos sucesos ya habían sido visionados en la obra ‘Prisión verde’ (1943) de Ramón Amaya Amador”.

De esta manera le damos paso a una época donde resaltan los nombres de muchos escritores, pero nos centraremos en los más importantes.

La década del 50, según Funes, está marcada por la producción literaria de escritores como Pompeyo del Valle, quien logra una literatura donde su intención poética no defrauda lo estético, y a Óscar Acosta, con su poesía recia, bien elaborada, firme y desatada en la denuncia, “pero de un lirismo sutil en lo amoroso”.

Acosta establece la diferencia en este período de la literatura hondureña con su libro “El arca”, publicado en 1956.

“esta obra marcó la ruptura con ese lenguaje rancio e imitativo del realismo tradicional gracias a una prosa imaginativa y fluida donde se funden la sagacidad narrativa de Borges y la vitalidad mítica del mundo americano que caracteriza la obra de Asturias”, detalló Funes.

También figura el nombre de Mimí Díaz Lozano, cuyo caso es interesante no solo por la escasa participación de la mujer en la narrativa nacional, si no por la calidad de su obra, la cual estuvo a tono “con la modernidad literaria”.

Funes resalta que, aunque en Honduras hubo poesía social desde el padre Reyes, la producción poética del 50 tiene no solo esta característica, también una gran calidad estética. Apuntó que aunque en América Latina resulta difícil dividir la literatura del compromiso social, esta es “una visión hasta cierto punto equivocada pues la obra literaria es antes que todo producto de una confrontación con el lenguaje y no con la realidad social”.

Época prolífica

Desde el 50 y hasta el 70, la literatura estuvo marcada por una rica producción.

Antonio José Rivas y su relación “casi mística con el lenguaje poético”; Roberto Sosa, un escritor que no desvió su responsabilidad de creador serio, sobrio y esmerado en su trabajo poético, aun cuando su interés por el compromiso social era muy fuerte, siguen en la línea de la historia.

Se suma a esta lista Nelson Merren, considerado por Funes un caso único “que rompe con los convencionalismos del discurso poético hondureño y su poesía se nutre de lo absurdo y de la vacuidad de lo cotidiano, pero también de un dolor ciego que llevan sus poemas al límite entre la antipoesía y la meditación existencial”.

En esa época, la obra de Amaya Amador continúo influenciando con un realismo de fuerte compromiso social que en Latinoamérica venía desarrollándose desde los años 30; este realismo social de Amaya nace y muere con sus obras, pues ningún escritor siguió su estilo.

Y es que, para Funes, la poesía, buena o mala, ha dominado el espacio literario hondureño. Puede haber un poema por cada metro cuadrado del
territorio nacional. Tenemos muy pocos novelistas y unos cuantos cuentistas. Eso sí, en Honduras como en Latinoamérica la poesía entró primero en la vanguardia antes que la narrativa”.

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