Cuando la imprudencia viene de los motociclistas: testimonios de conductores afectados

Cuando un motociclista por sus imprudencias sufre un accidente, no es el único en tener consecuencias. Los conductores también “pagan los platos rotos”

Muchos motociclistas también son imprudentes a la hora de manejar.

sáb 3 de agosto de 2024 a las 0:30

TEGUCIGALPA, HONDURAS.-El exceso de velocidad y la imprudencia de los motociclistas son las principales causales de accidentes, pues muchos de ellos no respetan las normas de tránsito.

Según la Dirección Nacional de Vialidad y Transporte (DNVT), de 10 accidentes que se registran, en 7 de ellos participan motociclistas. De estos, al menos dos pierden la vida y los demás quedan con lesiones o pierden extremidades.

De los siete motociclistas que en promedio se ven involucrados en accidentes, algunos de ellos son víctimas, pero otros también son responsables del percance, según las cifras en poder de las autoridades.

EL HERALDO conoció los testimonios de la otra cara de la moneda: cuando un motociclista causó, por imprudencia u otros factores, el accidente de tránsito.

En medio de la campaña de concienciación, denominada “Ruede seguro”, se busca promover el respeto en ambas vías, hacia y desde los motociclistas.

Arístides Montes (nombre ficticio para proteger el anonimato de la persona), se enfrentó a una tensa y complicada situación por el descuido de un motociclista y sus constantes amenazas.

Por otro lado. Ricardo Hernández resultó afectado por la irresponsabilidad de un joven motociclista que invadió su carril e impactó contra su vehículo.

El motociclista hostil

Arístides cuenta que el suceso le ocurrió entre 2012 o 2013 en la ciudad de Tegucigalpa. Eran las 6 de la mañana cuando llegó temprano a la colonia Kennedy, exactamente frente al Instituto España Jesús Milla Selva.

Se estacionó con su carro turismo frente a una casa, la cual iba a pintar y realizarle otras labores de mantenimiento junto a otro compañero. Mientras esperaba, decidió retirar la cadena que estaba frente a la casa para mover su auto; se subió de nuevo, puso las intermitentes sin poner en marcha aun el vehículo.

Mientras las luces intermitentes seguían apagándose y encendiéndose, Arístides fue sorprendido cuando algo chocó del lado del asiento del conductor.

“De repente ¡Boom! El de la moto salió volando. Me rompió el retrovisor, el guardafangos y se pinchó la llanta”, detalló.

Arístides estima que tras la colisión, el motociclista salió por los aires hasta caer a una distancia de aproximadamente 15 metros, hasta que chocó con un portón.

Rápido, se bajó del carro dejándolo en medio de la calle para auxiliar al accidentado, y en menos de un minuto, unos seis u ocho motociclistas llegaron al lugar, todos eran desconocidos. Si bien llegaron para querer ayudar al hombre que estaba tendido en el suelo, se mostraron hostiles contra Arístides.

“Me rodearon y me querían golpear, me querían lastimar. No podía moverme para donde estaba el carro así que les decía que se calmaran y llamé a mi compañero para saber si ya venía, y por suerte llegó”, agregó Arístides.

El motociclista tenía lucidez sobre lo que estaba pasando. Mientras Arístides y su compañero trataban de apaciguar la tensión por parte de las otras personas que amenazaban con hacerles daño, el motociclista sacó su teléfono y llamó a su jefe, con quien trabajaba en un puesto de venta de frutas ubicado media cuadra más arriba del centro escolar.

El patrón llegó con actitud confrontativa. Los transeúntes, al ver la situación, se acercaban para evitar que el problema escalara a algo peor, aconsejando a Arístides que debía pagar los daños.

A las 9:00 de la mañana llegaron agentes de la Dirección Nacional de Vialidad y Transporte (DNVT) y una ambulancia, la cual trasladó al motociclista hacia el Hospital Escuela.

Entre tanto, Arístides fue llevado a las oficinas de la DNVT. Además de haber tenido que soportar la hostilidad de los motociclistas desconocidos, también tuvo que guardar la calma con la actitud pesada de los agentes de tránsito.

“Uno de ellos me decía que fuera buscando abogado, porque iba fijo para Támara (el centro penitenciario). Otro de los policías llegó y me dijo: ‘no sé qué estás haciendo aquí. Ya llévenlo para allá’ (a la cárcel de Támara). Eso es homicidio culposo”, relató Arístides.

Arístides permaneció en la DNVT hasta las 3:00 p.m., cuando lograron tener noticias de que el motociclista seguía con vida.

Un oficial le informó que el hombre fue dado de alta y que este estaba dispuesto a llegar a una solución tranquila. Bajo este panorama un poco más calmado, ambos decidieron verse frente al Jesús Milla Selva.

A pesar del impacto que sufrió, no tuvo lesiones de gravedad. No requirió de ninguna cirugía ni de ser enyesado, ni siquiera sangró cuando se estrelló contra el portón. Su lesión se concentró en su pierna, pues Arístides notó que cojeaba para poder caminar.

El motociclista le entregó una lista de medicamentos que le recetaron en el hospital. Arístides fue a conseguirlas y al regresar en compañía de un policía, miró que el hombre estaba acompañado con otros individuos con apariencia sospechosa de pertenecer a alguna pandilla.

Sus sospechas eran ciertas, pues personas cercanas al lugar le afirmaron que eran sujetos peligrosos; incluso el policía que lo acompañó horas más tarde le aconsejó arreglar el percance por las buenas. “Mejor conciliá, aunque no hayás tenido la culpa, es lo mejor con este tipo de personas”, le dijo el oficial.

Los sujetos, con actitud intimidante, amenazaban a Arístides con golpearlo. Sin embargo, uno de ellos hizo entrar a reflexión al motociclista.

“No seas así. Él ha sido responsable, te fue a comprar las medicinas y aquí están. Él te va a arreglar la moto, ya te dijo que la va a arreglar”, fueron las palabras que Arístides recordó.

En efecto, se comprometió a absorber los gastos médicos y los daños de la motocicleta, la cual tampoco estaba en las mejores condiciones antes del choque.

Llegó un día viernes. Un mecánico conocido del motociclista le dijo que para restaurar el automotor de dos ruedas se necesitarían inicialmente 7,500 lempiras, cifra que Arístides consideró exagerado teniendo en cuenta que resultó más afectado su carro que la moto.

Recordando los consejos que le dieron sobre arreglar las cosas en buenos términos, Arístides accedió. Le dijo que pagaría la primera parte el lunes por transferencia, pero el hombre insistió en que se hiciera la entrega en efectivo. Arístides llegó acompañado de un compañero para tener pruebas y constancia de que el dinero fue entregado.

Al día siguiente volvió a recibir una llamada del motociclista, quien le pidió más dinero argumentando que perdió el día de trabajo. Arístides le regaló 500 lempiras.

Días después, volvió a llamar a Arístides exigiéndole más dinero. Él le explicó que no podía dando dinero tan seguido porque tenía que cubrir los gastos de la motocicleta, de los medicamentos y encima de ello, la reparación de su automóvil, a los cuales le invirtió 12 mil lempiras.

A pesar de las explicaciones, el motociclista, sin empatía alguna, le contestó con tono amenazante que eso no era problema suyo.

Pasaron cerca de 15 días cuando el mecánico llamó a Arístides para confirmarle que la moto ya funcionaba. Arístides se sorprendió porque pensaba que faltaban más cosas por hacer y que se necesitaban los 7,500 lempiras que le mencionó, pero el mecánico aseguró que ya todo estaba resuelto.

Esta revelación del mecánico molestó al motociclista, quien le reclamó por haber dicho que su motocicleta ya estaba reparada. El mecánico regañó al motociclista, diciéndole “No seas basur***. Te compró las medicinas, te dio dinero aparte y todavía lo estás extorsionando. La moto quedó buena gracias a todo el dinero que él te dio”.

Que la motocicleta estuviera arreglada podría suponer el fin del problema, pero lastimosamente, el motociclista quería seguir aprovechándose de Arístides. Le volvió a escribir, con mensajes amenazantes, aludiéndole a Arístides que tendría problemas.

Arístides le dio mil lempiras en esa ocasión, pero ya se estaba hartando de la situación. Su temor pasó a convertirse en enojo cuando, casi después de un mes y medio, el motociclista le pidió nuevamente dinero.

Arístides le respondió que iría a buscarlo porque ya estaba cansado de sus exigencias que se asemejaban a una extorsión. Abordó un carro prestado y se dirigió a la colonia Kennedy, estacionándose en una esquina para ver de lejos al motociclista que estaba en el puesto de frutas donde trabajaba.

Desde lejos, seguían conversando por teléfono. El motociclista seguía amedrentando a Arístides para que le diera dinero, pero él ya no se dejó intimidar. Cuando le dijo que lo estaba observando y describió la vestimenta del motociclista, este se sintió preocupado, deteniendo la conversación por unos segundos para acercarse a otro amigo y avisarle que lo estaban observando.

El motociclista durante este mes y medio, que fue un dolor de cabeza para Arístides, mantuvo su retórica de conocer todo sobre Arístides como una táctica intimidatoria. Así que Arístides empleó este mismo discurso en los últimos minutos de llamada para reafirmar que dejara de molestar y terminó bloqueando su número.

Todo este problema, incluyendo la reparación de su auto, la motocicleta, medicinas y darle más dinero al motociclista, resultó en un gasto de 22,500 lempiras, de los cuales 15,800 fueron solo en reparar su propio vehículo.

Arístides, por un año, no volvió a transitar por esa zona, y el conflicto le dejó una especie de paranoia con los motociclistas. Cuando estos pasaban muy cerca de su carro, se ponía a pensar en si realmente aquellas amenazas eran reales.

Desde entonces, comentó que prefiere guardar una distancia de tres a cinco metros cuando hay motociclistas frente a él. Aunque por más que quiera, confiesa que es complicado lidiar con motociclistas imprudentes, que en ocasiones han golpeado los retrovisores de su carro o cuando estas golpean otra parte del carro y se marchan como si nada.

También resaltó que cuando va en camino a su casa ve a algunos motociclistas haciendo piruetas de forma imprudente. Es por ello que prefiere guardar unos metros de distancia para evitar repetir la historia que vivió en la Kennedy.

“Pareciera que el que les enseñó andar en moto le enseñó a todos, y el que le enseñó no sabía”, opinó.

No obstante, reconoció que no está bien generalizar, y es consciente de que hay motociclistas que manejan de manera segura sin arriesgar sus vidas.

Arístides enfatizó que todos los conductores de todo tipo de vehículo deberían tener una educación vial para evitar tragedias.

Invasión de carril

“Fue imprudencia del muchacho realmente... por querer rebasar”, recordó Ricardo Hernández la vez que un joven por la prisa, la poca experiencia y los nervios impactó contra su vehículo en un bulevar de la capital de Honduras.

Fue una mañana de febrero, cuando Hernández, que se conducía en su carril derecho rumbo a su trabajo, fue sorprendido por un joven que le pegó de frente a su vehículo turismo y voló varios metros en el aire.

Al recordar el impacto, Ricardo comentó: “Yo me hice a la derecha, me salí un poco del carril, al ver que el joven venía en el carril contrario tratando de rebasar a otra motocicleta y un vehículo, y creo que de los nervios él viró para mi lado también e impactó de frente”.

“El casco se le quebró”, rememoró angustiado. Su primera acción fue bajarse del vehículo para socorrer al joven, pero personas en el lugar le dijeron que no lo tocara, por evitar un percance mayor.

Cerca pasaba una patrulla de la Policía y él les pidió ayuda para trasladar al joven, de quien nunca supo su nombre, pero que fue llevado hacia el Hospital Escuela por sus lesiones. Él se quedó en la escena a esperar a que los agentes de tránsito tomaran sus datos y dar la cara para demostrar que no tenía responsabilidad en el accidente.

Recordó que se le practicaron exámenes de alcoholemia para saber si había bebido o si andaba en estado de ebriedad, pero como no consume alcohol, eso no le preocupó, solo pensaba en el bienestar del joven y en la imprudencia de él al conducir su motocicleta.

Curiosos que llegaron a la escena constataron que la motocicleta que el joven manejaba no tenía más de 5 mil kilómetros recorridos, por lo que cree que recién había sacado la moto y recién había aprendido a manejar.

“El joven quedó con vida, pero posiblemente quedó con secuelas”, dijo Hernández al lamentar el accidente provocado por la imprudencia del joven.

Ricardo mencionó que no hubo cargos en su caso porque tanto la Dirección de Tránsito como el Ministerio Público señalaron al joven conductor de motocicleta como el responsable. “El Ministerio Público, con base en el informe, me devolvió el carro”, aseguró.

Asimismo, afirmó que a él le tocó pagar el golpe de su carro provocado por la imprudencia del motociclista, además nunca supo nada de él. “Yo pagué mi golpe, fue arriba de los 65 mil lempiras”.

Ricardo Hernández lamentó la imprudencia de algunos conductores de vehículos de dos ruedas, pues aseguró que en muchas ocasiones se anda manejando en la calle con la precaución de no chocar con los conductores de motociclistas que no son responsables al conducir.

Notas Relacionadas