TEGUCIGALPA, HONDURAS.- Crecer entre la violencia y perder a seres queridos a causa de ella te da dos opciones en la vida: seguir el ejemplo de tu entorno o proponerte salir de él para siempre. Así lo entendió Diana Giselle Rivera Rodríguez desde muy pequeña, cuando a causa de la peligrosidad tenía que mudarse hasta tres veces en un mes siguiendo a las únicas figuras que tenía como familia.
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En realidad se trataba de su madre y de su padrastro, un hombre que comenzó a involucrarse en el mundo de las drogas y con ello no solo las obligaba a mudarse de casa en medio de la madrugada para evitar ser vistos, sino que además las condenó a vivir con la angustia de ser víctimas de alguno de sus adversarios en el oscuro negocio.
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“Había veces que llegaban personas malas y robaban todas las cosas de la casa o le llevaban droga a mi padrastro, le decían que fuera a los bancos y les diera dinero, entre otras malas experiencias”, recordó la joven en entrevista con EL HERALDO.
Ese era el único estilo de vida que la pequeña Diana conocía a sus nueve años, pues antes de ello, cuando apenas tenía dos, su padre biológico y su madre se separaron y poco a poco ella se fue quedando solo con su progenitora, quien después estaba más concentrada en hacer que la relación con su nueva pareja funcionara.
Diana, originaria de Tegucigalpa, recuerda que aunque no asistía a la iglesia tenía cierta noción de la existencia de Dios y de vez en cuando recurría a Él para buscar consuelo y pedirle que el martirio que ella y su madre vivían con su padrastro, que para entonces se estaba convirtiendo en adicto, terminara. Por eso, cuando sus abuelos maternos y su tía llegaron por ella para llevársela, sintió como si fuera una respuesta a sus plegarias.
“Había una terraza (en la casa donde vivían) y yo me ponía a orar, creo que de alguna forma Dios escuchó mis oraciones y puso en el corazón de mi tía que les dijera a mis abuelos que fueran por mí, pues en ese momento mi padrastro ya se estaba quedando sin dinero y hasta estaba perdiendo la razón porque comenzaba a consumir de la misma droga y mi mamá no trabajaba. Estábamosos en una situación bastante delicada y cambiaron muchas cosas porque yo me estaba criando sin valores y mis abuelos me enseñaron y cambiaron el rumbo de mi vida”, rememoró ahora con 20 años.
Su angustia al lado de su mamá y de la pareja de esta duró cuatro años y desde que tenía nueve años, hasta ahora, Diana ha vivido la mayor parte del tiempo con sus abuelos maternos, a quienes considera su motor de vida, pues aunque su madre logró salir de la dañina relación amorosa que tenía, no volvió a hacerse cargo de su cuidado y su padre biológico, quien para entonces ya había formado otra familia, fue asesinado en la colonia El Pedregal cuando ella tenía 15 años.
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Él era un estudiante de sociología apasionado por el arte y la dramatización, que pese a haber estado ausente en la vida de Diana, “no era una mala persona”, pero un día al volver de trabajar, tuvo la desdicha de reclamarle a unos niños que saltaban sobre su carro y eso le habría costado la vida.
“Una noche él llegó muy cansado y unos niños empezaron a saltar en su camioncito; él salió bastante enojado y les dijo a los niños que se fueran, entonces una de las niñas se golpeó la cabeza y como a los 10 minutos llegaron unas señoras e insultaron y amenazaron a mi papá. Él empezó a hablar con ellas para que se calmaran y explicarles la situación, eso fue un sábado, y aparentemente las cosas se calmaron, pero al siguiente día llegó un señor que supuestamente era el papá de las niñas y también habló con él... de nuevo, el problema aparentemente se solucionó”, recordó Diana con dolor, pues resiente no haber tenido más tiempo para entablar una relación fuerte con su padre.
Sin embargo, cuatro días después del incidente con los niños, hasta la casa de Luis Joel Rivera Perdomo llegaron varios hombres armados, quienes lo obligaron a salir y le dispararon hasta quitarle la vida, por lo que su familia cree que el atentado pudo deberse a la situación con sus vecinos.
“A la familia de mi papá solo les dieron 24 horas para desalojar y tuvieron que dejar todo e irse a vivir a otro lugar. El crimen se quedó impune”, lamentó.
A pesar de las amargas y trágicas experiencias en su vida, Diana se propuso estudiar y honrar el esfuerzo de sus abuelos, gracias a quienes hoy se ha convertido en una profesional de la dasonomía (ciencia que estudia el bosque y recursos naturales), pero ahora sueña con que la vean escalar un último peldaño, el cual espera poder alcanzar con el apoyo de los hondureños o la proyección de algunas instituciones o empresas.
La joven risueña y atenta, quien contó orgullosa que el pasado 8 de diciembre pudo obtener su título como técnico en dasonomía en la Universidad Nacional de Ciencias Forestales (Unacifor) de Siguatepeque, anhela convertirse en ingeniera forestal, por lo que solicita apoyo para costear sus estudios y una vez titulada, ayudar a las comunidades con su conocimiento.
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Al crecer en la colonia La Era y depender de los ingresos que su abuelo obtenía lavando carros, las oportunidades para Diana eran escasas, pero sus tutores hicieron un esfuerzo para matricularla en un colegio público, donde conoció a las personas que también jugarían un rol determinante en su futuro.
Cuando cursaba el octavo grado, la joven tuvo la oportunidad de ser seleccionada en el programa Agentes de Cambio, impulsado por la Organización Panamericana de Mercadeo Social (Pasmo, por sus siglas en inglés) y la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), en el cual obtuvo algunos conocimientos sobre enfermedades y flagelos que afectan a los adolescentes, pero su principal aprendizaje se lo llevó al conocer al doctor Gustavo Adolfo Ávila, quien le recomendó comenzar a aplicar para obtener una beca y seguir con sus estudios superiores.
“Desde entonces él ha sido una de las personas que más me ha motivado. Él me impulsaba a seguir, a leer, a aplicar a becas, a creer en mí”, recordó Diana, quien antes de esa interacción con el profesional de la salud, jamás se planteó la necesidad de formarse después al terminar el colegio, pues estaba consciente de que carecía de condiciones económicas.
Pero gracias a la inquietud sembrada en ella, aplicó para entrar a la Escuela Agrícola Panamericana, mejor conocida como El Zamorano, pero diversas circunstancias, como la falta de dinero, impidieron su ingreso.
Rivera asegura que tocó puertas en distintas empresas y hasta en Casa Presidencial, durante la administración anterior, pero no obtuvo respuestas.
A pesar de ello, no se dio por vencida y llenó un formulario para ser admitida en la Unacifor, donde afortunadamente se ganó una beca completa con la cual acaba de titularse.
Pero al no tener familiares en Siguatepeque, durante los dos años que duró el técnico la joven de 20 años desempeñó innumerables oficios, desde vender donas y accesorios hasta trabajar en una pulpería, en una tienda de telas, haciendo trámites legales y como niñera, entre otras cosas.
Ahora, espera poder obtener financiamiento para culminar su formación como ingeniera, para lo cual tendría que pasar dos años de estudio y debido a la alta exigencia de sus clases, deberá dedicarse enteramente a su actividad académica.
“Yo necesito cubrir todos los gastos de matrícula, unidades valorativas y permanencia en Siguatepeque”, enfatizó a EL HERALDO, al tiempo que pidió a las actuales autoridades de gobierno que puedan apoyarla dándole una beca de estudios o a instituciones con responsabilidad social, pues promete ser un agente de cambio para otros hondureños, como en su momento, lo fueron para ella.
“En un futuro yo me veo trabajando con comunidades, específicamente con los pueblos indígenas, ayudándoles con mi conocimiento para su desarrollo y la producción de sus alimentos”, dijo emocionada.
“Entiendo que en este momento estoy aquí, que de repente no son las mejores condiciones, pero que esto es temporal y que no es lo que yo quiero para mi vida, que yo quiero cosas diferentes, que quiero un estilo de vida diferente, quizá no lleno de lujos, pero sí con tranquilidad y seguridad y que aunque a veces hay muchas barreras económicas, se pueden superar. Sé que esto es temporal y sí voy a salir de aquí”, dijo motivada y esperanzada, al contar que de momento no ha podido matricularse para comenzar las clases en enero de 2023, pues le hace falta más de la mitad del dinero que necesita para pagar su carrera.
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Si usted desea colaborar con el sueño de Diana Giselle Rivera Rodríguez, puede hacerlo donando al número de cuenta en Banco de Occidente: 214121227149 ó comunicándose con ella al teléfono +504 3346-8568.
Antes de despedirse de EL HERALDO, Diana quiso dejarle un mensaje de motivación a los jóvenes que como ella han sufrido la ausencia de sus padres o han sobrevivido a entornos de violencia y criminalidad.
“Quiero decirles que las cosas que han pasado no son culpa de ellos, pero que de las decisiones que tomen sí son responsables. Que estando con Dios todas las cosas cambian y podemos tener un estilo de vida diferente, pues Él nos puede abrir todas las puertas y aunque parezca que no hay salida o que no son nada en la vida, sí son algo y tienen mucho qué aportar al país y a sus comunidades. Crean en ustedes, crean en lo que son capaces, si aún no lo saben, anímense a descubrir lo que hay dentro de ustedes, no se estanquen... No siempre será cómodo, pero se puede y en el camino se van a encontrar personas, lugares y oportunidades para hacer cosas grandes y buenas”, fue su llamado.