TEGUCIGALPA, HONDURAS. -En un país de hombres pintores... ¿qué posibilidad tienen las mujeres escultoras de abrirse campo y desarrollar su pasión por el arte tridimensional? La respuesta está a cargo de ellas, las verdaderas protagonistas.
Scarlett Rovelaz y Kathy Munguía son dos artistas que desde hace casi una década decidieron que sus discursos debían ocupar un lugar en el espacio a través de materiales como la cerámica, la piedra, el metal, la madera, el plástico, la resina, la arcilla y el concreto.
Tras egresar de la Escuela Nacional de Bellas Artes (ENBA), ninguna de las dos permitió que “por ser mujeres” esta vertiente de la plástica representara un reto imposible de superar, así que de la mano de su mentor, el maestro César Manzanares, ambas dieron inicio al camino que hoy conforma su estilo de vida.
“La mujer no ha sido visualizada para trabajar en un contexto industrial, eso es lo que genera conflicto. Dentro de la pintura esta lo hace desde la casa, con su pincel, pero en la escultura se requieren otras cosas, incluido el uso de la fuerza física, pero fue lo que escogí”, comentó Rovelaz, cuyo fuerte es la cerámica, y que este año obtuvo el máximo premio en la Bienal de Arte de la UNAH.
“Cuando era estudiante me llamaban la atención el dibujo y la pintura, que es lo que más se conoce, pero cuando descubrí otros materiales me introduje en el universo de la escultura. Ver cómo podía convertir algo bidimensional en algo tridimensional en un mismo espacio fue magnífico”, dijo Munguía, quien ahora se inclina por la talla directa en piedra, una técnica poco desarrollada por las mujeres artistas en Honduras.
Desafíos
Además de la tarea de transmitir un mensaje con cada pieza, dedicarse a la escultura implica sacrificar extensos lapsos de tiempo y mantener una preparación física al nivel de cada disciplina en la que se trabaja. “No se trata solo de hacer un objeto, sino de tener una razón para crearlo y con ello reflejar un sentimiento”, dijo Munguía.
Por otra parte, Rovelaz expresó que “creo que el reto más grande son las barreras que uno mismo se crea. En sí, estamos muy heteronormados y se supone que los hombres hacen una cosa y las mujeres otra, que no podemos salir de ese esquema, desafiar ese pensamiento es lo más difícil”.
Ambas exponentes coinciden en que el trabajo habla en nombre del artista y que es preciso tener constancia y seriedad para visualizarse como escultor o escultora. “Más allá del reconocimiento, nuestra obra es un reflejo de nuestra persona y de ese ser que llevamos dentro. El compromiso de saber que no hay muchas escultoras en Honduras conlleva la responsabilidad de hacer un buen trabajo y de dejar una huella con él”, aseguró Munguía.
Asimismo, aunque muchos creadores se quejen de que no hay apoyo, ambas creen en la posibilidad de crearse caminos por su cuenta. Aseguran que se le puede dar la oportunidad a muchas mujeres, pero que no todas la saben aprovechar debido a que hay mayor inclinación hacia las artes bidimensionales y muy pocas tienen interés en la escultura.
“Hay mujeres muy talentosas en Honduras, con grandes habilidades, pero no todas se dedican de lleno a esto porque hacerlo conlleva un sacrificio. Tener que dejar la universidad o rechazar muchas ofertas de trabajo que ofrecen una estabilidad laboral y económica no es fácil, pero si uno tiene una pasión y un sueño debe hacer sacrificios”, confesó Munguía.
Cada una en su obra
Aunque muchos pensamientos sean coincidentes entre ambas, las temáticas abordadas en sus obras van de polo a polo. Rovelaz se ha caracterizado por abordar la temática de género desde sus inicios, aunque ahora su horizonte está más ligado a la naturaleza.
“En este momento estoy bastante enfocada en la temática ambiental. Me inspiro mucho en la carta del jefe Seattle, el manifiesto ambientalista más grande que se haya escrito en América. De este saco un pequeño fragmento que dice ‘todo lo que hiere a la Tierra, herirá también a los hijos de la Tierra’, un pensamiento digno de representar”.
En cuanto a la ejecución de sus obras, la artista asegura que muchas personas visualizan vaginas en ellas. “Creo que pueden tener razón. No puedo negar que de forma inconsciente lo son, ahora ya lo acepté y las hago de forma más consciente. Siempre me dicen; ‘¿por qué estás haciendo vaginas?’, pero yo estoy haciendo heridas, aunque tengan esa forma”.
“Si las ven como vaginas, me parece que está bien. La lectura que haga cada ser humano sobre mis piezas es individual e independiente a mi discurso, por lo que es válida. Si estoy hablando sobre la Tierra, recordando que la Tierra es nuestra madre y que nacemos de ella, hasta la analogía se vuelve lógica”, apuntó.
Al otro lado de la vereda, Munguía ha enfocado su trabajo en un contexto diferente. “Yo me voy más al campo de las emociones, a la parte sentimental, tratando el amor, las relaciones familiares y los círculos sociales. Mi obra es figurativa, pero no incluyo solo el aspecto humano, sino que lo mezclo con objetos para entablar diálogos”.
“Lo que me interesa es que la gente vea algo que la incomode o le despierte un sentimiento, porque es lo que siempre quiere lograr el artista. Aún así, creo que hay una evolución y en este momento mi obra va cambiando. Al principio traté mucho los rostros de las personas y de los niños, pero mis últimas series son más relacionadas a la ausencia, el abandono y los feminicidios. Uno va madurando y eso se refleja en la obra”, finalizó.