TEGUCIGALPA, HONDURAS.-“Entender o interpretar un texto de determinado modo” es lo que dice el Diccionario de la Lengua Española acerca del término “leer”. Dicho de otra forma, la libertad de encontrar en los escritos una idea que permita desarrollar criterios propios es lo que hace de la lectura una ventana abierta a la cultura.
Pero cuando se trata de leer poco, con total desaire y tristeza, es preciso reconocer que Honduras se vuelve un referente. En 2016, durante la XX Feria Internacional del Libro en Centroamérica (Filcen) y la XIII Feria Internacional del Libro en Guatemala (Filgua) se reveló que el 42% de los centroamericanos nunca o casi nunca leen un libro con fines profesionales o de estudio. Y entre los que habían leído uno al menos en el último año, los hondureños estábamos al final de la lista con el 25%, sin mencionar que casi el 70% nunca había leído uno.
Ahora bien, ¿qué tanto pudo haber cambiado el panorama tres años después? Expertos en el tema aseguran que no mucho, o al menos no para mejor. He aquí una serie de matrices que, según ellos, continúan dando origen a que la riqueza de hojear una buena historia o el placer de conocerla desde un dispositivo móvil no sea degustado por la gran mayoría.
El origen del problema
“En Honduras no se lee porque, primeramente, la lectura es un hecho cultural y no forma parte de las actividades cotidianas que aprendemos desde la infancia, entonces, la encontramos ajena a nosotros e incluso opuesta. En segundo lugar, no se lee porque en décadas y siglos anteriores el libro era visto como un objeto de entretenimiento, además de una manera de cultivar el conocimiento, y ahora tenemos muchas más opciones para entretenernos y aprender”, comenta el lingüista y escritor Josué Álvarez.
Asimismo, hace énfasis en que los libros se han convertido en un objeto caro y escaso, y que parecieran haberse cerrado más librerías de las de que se han abierto en los últimos años, como producto de que las ventas son bajas porque el libro no es apetecido. “Es un círculo vicioso. Mientras los libros se vendan poco es difícil abaratarlos, y mientras no se abaraten son de más difícil acceso”.
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Por su parte, la máster en Lexicografía Hispánica y Académica de Número de la Academia Hondureña de la Lengua, Hilcia Hernández, refiere su experiencia, tanto personal como académica, en que “la razón más importante del porqué los hondureños no leemos es porque el hábito no comienza en casa. Por lo general, los niños harán lo que ven hacer a sus padres, y cuando estos piden a sus hijos que lean, sin hacerlo ellos, no hay un ejemplo que imitar”.
A lo anterior, la también docente coincide con Álvarez en que “si alguien quiere comprar un libro de calidad y nuevo, que ronda entre los 600 y 700 lempiras porque es algo que no se vende y que la gente no lo busca a diario, en un país como Honduras es preferible comer que hacerse de uno”.
El sistema educativo
Para quien “leer es tan maravilloso como hacer el amor, reír o comer”, la pregunta: ¿por qué se lee poco en Honduras? se responde con que “a la gente no le hemos presentado esa lectura cuya delicia es comparable al mejor de los placeres.
El sistema educativo ha atrofiado la lectura, la ha vuelto utilitaria, aburrida, academicista; la ha estigmatizado como castigo, como si solo sirviera de tarea, para no aplazarse, para romperse la cabeza, y eso no solo es estúpido, sino que es cruel”.
Con lo anterior, el poeta Salvador Madrid critica la metodología educativa de Honduras, pero asegura que eso no es el único problema.
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“Otro detalle es que los adultos quieren que las niñas y los niños ‘lean cosas importantes y trascendentales’ o hablan de la lectura con solemnidad como si leer fuera asistir a un funeral. Pocas veces presentamos a las niñas y los niños lecturas divertidas, atractivas, que causen risa. Los adultos estamos interesados en que los niños se tomen con seriedad o gravedad el mundo, olvidando que están en la edad de los sueños”.
Aunque los expertos dejan en claro que la lectura es un hábito que debería cultivarse primero en casa y luego en la escuela, Álvarez afirma que estas últimas tienen una enorme cuota de responsabilidad, pero sucede que a muchos profesores no les gusta leer, entonces no saben cómo vender la lectura a los niños, “si no les apasiona a ellos, difícilmente apasionarán a otros. Además, un profesor debe conocer de todo tipo de texto porque tendrá todo tipo de estudiantes”.
En respuesta
Madrid hace hincapié en que hay que replantearse la frase “los hondureños leen poco”, por otras como “en Lempira viven las niñas y niños que más leen en Honduras” o “en Honduras hay niños y niñas que han leído más de mil libros”. “Leer o no leer pasa por la responsabilidad del Estado a través de sistema educativo que debe ofrecer espacios de lectura atractivos, así como por la familia, porque es donde nos educamos. El problema es que ni docentes ni autoridades ni demás adultos leen”.
Por su parte, Álvarez cita que “no existe una política pública agresiva de incentivo a la lectura. No se facilita el acercamiento a los libros, a las revistas, a los periódicos o incluso a las plataformas digitales. Si se quiere que los hondureños leamos más se debe hacer un plan de país al respecto. No es la suerte ni la casualidad”.
Y siempre en el mismo sentido, Hernández deja ver que “los libros no los prohíben mientras se hace fila en el banco, no los roban cuando se espera para abordar un taxi colectivo ni tampoco son demasiado pesados para no llevarlos consigo cuando se viaja por horas en un autobús. También es cuestión de aprovechar el tiempo, porque como dicen por ahí ‘el que tiene sed, busca el agua’”.
Padres, la concientización desde casa es el primer paso; maestros, para predicar es preciso ser un buen ejemplo; gobierno, facilitar el acceso a un sistema educativo de calidad es básico; y, en fin, sociedad, leer quizá no lo solucione todo, pero sí hace que las adversidades sean más llevaderas, sobre todo cuando antes se ha leído sobre ellas.
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