Serie 3/5
Puerto Lempira, Honduras
Los operativos navales a lo largo de la línea costera del departamento de Gracias a Dios y sobre la laguna de Caratasca son constantes, dejando resultados positivos en la lucha contra las drogas.
El escudo marítimo, a cargo de la base naval ubicada en la barra de Caratasca, mantiene hasta el momento un control de estos espejos de agua, incluso de algunos ríos, reduciendo drásticamente aquella modalidad de que las aeronaves dejaban caer los fardos de cocaína para que las personas los recogieran, los escondieran y luego los llevaran a su destinatario.
La tarea de esta institución es enorme ya que debe vigilar desde la laguna de Ibans, pasando por la laguna de Brus, punta Patuca, barra Patuca, Yahurabila, Cauquira, Usibila hasta el cabo de Gracias a Dios.
Además es la responsable de mantener el control sobre los aproximadamente 60 kilometros de ancho de la laguna de Caratasca, en cuyos márgenes se ubican una gran cantidad de comunidades y puntos preferidos por los narcotraficantes.
Además de los patrullajes, en los puestos de vigilancia extendidos a lo largo del departamento, y donde la situación lo amerita, hay presencia de tres efectivos de la Naval con una lancha rápida lista para cualquier acción de reconocimiento, intercepción o persecución.
En este sector, donde no hay carreteras que comuniquen a los municipios, el medio de transporte más común son las lanchas y los pipantes, de ahí que la vigilancia requiere de naves que puedan operar en el agua.
En algunas de sus operaciones marítimas, los navales también tienen el respaldo de la fuerza terrestre y aérea en caso de emergencia.
Además de sus labores de rutina, la Naval está lista para cumplir cualquier orden emanada de la central de operaciones de la Fuerza de Tarea Conjunta Policarpo Paz García, situada en Puerto Lempira.
Patrullaje
EL HERALDO participó en uno de los patrullajes de rutina que realizó la Naval desde Puerto Lempira, hasta Warunta, ubicada en uno de los extremos de la laguna de Caratasca.
Este es un corredor, donde las lanchas y pipantes van y vienen de una comunidad a otra, transportando personas y todo tipo de cargas. Aquí también es un área de pesca artesanal, una de las principales actividades que ejecutan los misquitos para poder sobrevivir.
Aquella patrullera, impulsada por dos motores de 200 caballos de fuerza cada uno, hizo un giro sobre las embravecidas aguas de la laguna, y a toda velocidad emprendió su salida suspendiéndose sobre las olas, saltando como esos potros salvajes que se resisten a ser montados por el domador.
Por un instante, algunos de los soldados de la Naval perdieron el equilibrio, uno de los oficiales que iba sentado cayó de espaldas y por la velocidad y los brincos que daba aquella nave sobre el agua, el militar no podía levantarse.
“¿Quién va a cargo de esta papada? Es que no vamos en persecución”, reclamó el oficial mientras luchaba por sentarse nuevamente.
Desde la patrullera se podía ver a lo lejos las residencias, propiedades de personas cuestionadas en la zona por dedicarse a las acciones ilegales.
Mire, esa es la residencia de (...), explicó uno de los patrulleros refiriéndose a una persona que en Puerto Lempira se le identifica como narcotraficante.
“Aquella que está allá supuestamente le fue quitada a una persona ligada al tráfico de drogas”, expresó otro de ellos señalando una elegante residencia que dos o tres pisos cuyo techo sobresale en la lejanía.
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Ahora, como un corcel ya domado, la patrullera naval fue dejando atrás Puerto Lempira, tomando la ruta hacia el sector de Warunta.
En el desplazamiento, nuevas comunidades misquitas salieron al paso; ostentosas e impresionantes construcciones quedaron a la vista, llamando la atención principalmente por haber sido levantadas en zonas sumamente pobres.
¿De quienes serán?, se consultó al grupo, teniendo como respuesta únicamente la sonrisa irónica de uno de los militares.
Atravesando estrechos y anchos canales que fraccionan los esteros, aquel equipo militar continuó su misión de ejercer control sobre esas aguas que reflejan lo verde de lugar.
De repente, uno de los navales que iba en la parte delantera de la nave militar le hizo señal de detenerse a una lancha llena de pasajeros que venía en sentido contrario.
¿Hacia dónde van?, preguntó. Hacia Puerto Lempira, contestó el que operaba el motor de aquel medio de comunicación marítimo.
Los soldados procedieron a realizar una revisión minuciosa de las maletas de los viajeros. Uno de los oficiales a cargo del patrullaje pidió que le mostraran los papeles de la lancha.
El lanchero explicó que el motor no era el asignado a aquel medio de transporte marítimo.
“Si ellos traen algo ilegal es problema de ellos”, decía el misquito. ¿Metiste algo?, le reclamaba a una señora, mientras un soldado inspeccionaba un bote con medicina casera.
Como no se encontró nada ilegal, el viaje de aquellas personas continuó su rumbo.
Minutos después, otra lancha que transportaba maletas y varios barriles fue interceptada, pero al estar limpia, también prosiguió su camino.
El patrullaje continuó en la ruta hacia Warunta. Minutos después, lentamente la patrullera se acercó a dos cayucos llenos de madera aserrada que se tambaleaban en la orilla del canal.
Una persona que se identificó como Oswaldo Echeverría, explicó que esa madera era para mejorar la infraestructura de la iglesia bautista Bethel, ubicada en Puerto Lempira.
Aceptó que cortaron 900 pies de madera sin autorización del Instituto de Conservación Forestal (ICF) porque este se tarda mucho para extender los permisos.
“Aquí andamos en el nombre de Dios” dijo, explicando que además de no tener permiso para cortar madera, los cayucos también eran prestados.
Al final, Echeverría fue citado verbalmente para que al siguiente día compareciera ante la autoridad competente, lo cual aceptó de buena manera.
Luego de esta intercepción, la patrullera continúo su rumbo hasta llegar a la Laguna de Warunta, donde luego de verificar que no había nada sospechoso, hizo un giro de 180 grados y se puso nuevamente de regreso hacia Puerto Lempira y luego a su base, ubicada en la barra de Caratasca.
Rutina
Los patrullajes se realizan a diario para controlar las embarcaciones que se mueven en este sector, dijo uno de los oficiales de fragata que únicamente se identificó con el apellido Ortega.
En algunas ocasiones los patrullajes dependen de la información que se recibe. La cantidad de personal que se desplaza depende del grado de peligro que represente la misión.
Hay embarcaciones que vigilan por el mar y otras que salen al interior.
“Los pobladores del sector conocen nuestro trabajo y se ha reducido bastante el trasiego de cosas ilícitas”.
A las embarcaciones no solo se les requiere por cuestiones de droga, sino también por otros hechos ilegales como el traslado de madera cortada ilegalmente, por realizar pesca de producto marino no autorizado.
Por ejemplo, el tiburón es prohibido pescarlo. Si uno los encuentra en este tipo de pesca, uno los requiere. La gente sabe que no puede realizar esta actividad, pero a veces se hacen los desconocedores y no les importa las consecuencias, con el fin adquirir este producto que en el mercado es muy caro.
En el mar abierto también supervisamos los botes pesqueros camaroneros, caracoleros y langosteros, para que cumplan con las especificaciones de la captura asignada; también a toda la gente se le revisa que anden sus permisos de operación. En esta labor se trabaja muy de cerca con la Dirección General de Pesca (Digepesca) y con la Marina Mercante, explicó Ortega.
Además, todas las operaciones de la Naval están estrechamente coordinadas con la Fuerza de Tarea Conjunta Policarpo Paz García.
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Gracias a esta continua labor, ahora la gente tiene miedo andar en cosas ilegales, precisó Ortega.
Así se desarrolla el escudo marítimo implementado a lo largo y ancho de La Mosquitia. Una lucha continua de la Fuerza de Tarea Conjunta para controlar el tráfico de drogas y otras actividades ilícitas.