TEGUCIGALPA, HONDURAS.- ¡Quiero ser bombero! Pero no puede mover sus piernas.
¡Amo a mi mamá! Aunque lo poco que ella le puede dar es lo que gana limpiando vidrios.
¡Quiero correr! Pero pasa sus días en un cochecito de bebé, pues no tiene silla de ruedas.
¡Me gusta la escuela! Aunque tenga hidrocefalia y mielomeningocele y tenga que soportar a dos “compañeritos” haciéndole bullying casi todos los días.
¡La gente es buena! Pero recibe apenas uno o dos lempiras si andan suelto en la billetera.
¡Soy feliz! Y nadie lo puede discutir, su sonrisa lo demuestra, su inocencia lo confirma y su amor por la vida es contagioso.
Mamá, ¿cuando voy a caminar? Para Dios no hay imposibles. José no para de soñar, no para de reír, de la vida solo mira lo bueno; José, ¡feliz Día del Niño!
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El semáforo cambió de verde a amarillo y luego pasó a rojo en la esquina del “Edificio Rojo”, donde por las noches deambula el sexo en cuerpos de hombres vestidos de mujer, pero de día es el hogar de José Adonis Durón, un pequeño catracho de apenas diez años, con una experiencia amplia en la vida, pues cada segundo lo vive con una sonrisa.
A simple vista pasa desapercibido, sus días en un cochecito negro de bebé, que debió dejar hacer muchos años se convirtió en su acompañante de vida y en su “carro de carreras”.
Su piel es trigueña, está un poco más oscura por el sol diario, su pelo se mira seco pero con estilo, tiene un lunar cerca de su nariz, su cabeza es un poco más larga que la de los demás y sus dientes se muestran a cada segundo con las risas.
Tiene una cicatriz en la parte de atrás de su cabeza por una válvula que le conectaban y otras cicatrices más en la columna.
José no conoce la timidez, su voz es suave pero clara, no tiene pelos en la lengua y si le dicen apodos, no se deja molestar.
8822-5678es el número para las personas que deseen echarle una mano a José |
El pequeño nació en un parto normal en el Hospital Escuela. Su diagnóstico: hidrocefalia y mielomeningocele. Conoce muy bien los hospitales, sabe de cirugías, tratamientos, inyecciones, pues lo han acompañado a lo largo de su vida.
Aprendió a hablar a los cuatro años y desde ahí no ha parado.
Estaba en la escuela en primer grado, pero con la llegada del covid-19 eso pasó a segundo plano, si apenas consigue para comer de dónde va sacar para un celular con internet que le sirva para recibir todas sus clases. “Siempre se me olvida la mascarilla”, dijo el pequeño, tapándose la boca con su mano derecha.
José le tiene miedo al covid-19, sabe que él es vulnerable, pero todas la mañanas sale desde su casa en la colonia La Travesía hasta el “Edificio Rojo” a pedir dinero, mientras su mamá se mueve en medio de los carros limpiando los vidrios.
José no siempre pide, pero hay días malos, que solo él puede tocar el corazón de las personas para recibir algo de dinero.
Él lo mira como un juego, le tiene pavor a la Dinaf, pues en sus palabras “me quieren llevar”.
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José tiene casi todo en contra, sus juegos se limitan al largo que puedan llegar sus manos, porque sus pies no serán precisamente sus mejores amigos.
Ya el coche está pequeño para su cuerpo, “tenía una silla de ruedas pero era de la escuela y allá se quedó, yo no tengo”.
Olimpista de corazón, por ratos sueña ser un volante de contención, pero en realidad su aspiración principal está en otra profesión. “Quiero ser bombero, para andar carro y ayudar a la gente que se le quema la casa”.
El niño adora a su mamá, él sabe que no va a poder caminar, pero por ahora no le presta demasiada atención, “amo a mi mamá”.
De su papá no sabe nada, se fue cuando tenía apenas un año, a la larga mejor para él, según contaron lo pasaba regañando culpándolo por su condición, sin demostrarle una pisca de amor.
José es la alegría de la esquina del “Edificio Rojo”, donde se llevan más personas limpiando vidrios o pidiendo dinero. “Son mis amigos todos y los de los carros ya me conocen bastante”, asegura.
Para el Día del Niño su petición es pequeña, inocente y bastante desinteresada: “un carro de bomberos, una silla de ruedas, dinero para su mamá para la comida”, y si lo quieren apoyar él mismo dio el contacto, “mami, ¿cuál es el número?, 8822-5678”, dijo antes de dar su puño y chocarlo con la fuerza de un niño lleno de sueños y sin nadie que se les pueda robar.
Sobrinos
Pero José no esta solo, en la esquina opuesta del “Edificio Rojo” están Jimena (9) y Orlan (7), un par de hermanitos que se dedican a limpiar vidrios de carros.
A la parejita se les puede ver sentados en una pequeña mediana, esperando que el semáforo se ponga en rojo para comenzar a realizar sus labores.
Jimena camina el limpiavidrios, con suma dificultad alcanza la parte frontal de los carros para dar unas pequeñas pasadas, mientras su hermanito camina con un trapo limpiando los vidrios laterales de los autos.
Los niños caminan con astucia por la orilla de calle, tienen que ser rápidos pues el semáforo en esa zona de la capital cambia sumamente rápido dejándoles escasas opciones de trabajar.
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Los conductores que los ven difícilmente les dan la oportunidad de limpiar el vidrio, hacerlo es un riesgo pues los menores son demasiados pequeños, por lo que prefieren darles un par de lempiras,
Los niños pasan jugando, se les ve reír, no son tímidos, al contrario son sumamente sociales debido a la interacción con tantas personas que pasan por ese punto de la capital.
“El dinero se lo doy a mi mamá, y el otro pisto lo guardo para pagar en aquella pulpería donde me dan fiado churros y fresco”, dijo riéndose la niña mientras señala el local donde le venden.
El varoncito, por su parte, mantiene el dinero en la bolsa, “es para la comida y después mami nos regala cosas”.
En los ratos que les quedan libres juegan con José, que resultó ser su tío.
Lo mueven de un lado para otro en el cochecito, se divierten, en su inocencia no saben que no están precisamente en el mejor lugar, pero no hay de otra, su mamá también está en lo propio limpiando vidrios en otra esquina. “Quiero un carro”, “y yo una muñeca”, dijeron sonriendo.