TEGUCIGALPA, HONDURAS.- No tener un sueldo fijo mensual para muchos significa derrota, para otros, la oportunidad de reinventarse, empezar de cero, emprender y avanzar.
Al igual que la pandemia, el emprendimiento invade los cuatros puntos cardinales de la capital. En tiempos de covid-19 se demuestra que el éxito de la vida no está en vencer siempre, sino en no rendirse nunca.
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Martín Luther King dijo: “si no puedes volar, corre; si no puedes correr, camina; si no puedes caminar, gatea. Sin importar lo que hagas, sigue avanzado hacia adelante”.
La memorable frase, se retrata en cada calle y avenida, en el actuar de los que con determinación reacondicionan sus vehículos, halan carretas o llenan mesas para ofrecer productos.
También se observa en las redes sociales o en recorridos a pie por la ciudad.
Ingeniero a prueba
La pandemia interrumpió una actividad que inició hace 23 años, pero a su vez reavivó el instinto de comerciante a prueba de todo en Jorge Godoy.
El capitalino es un ingeniero industrial que repara máquinas de coser hace décadas, ahora junto a su hijo Said vende y reparte carne, lácteos y embutidos en su vehículo.
En una camioneta roja modelo 2004 no solo hay hieleras y una báscula, también habita el sueño de crecer como comerciante. “Con el cierre de maquilas y talleres quedamos huérfanos de trabajo, decidimos invertir para trabajar y generar”, relató.
Durante su niñez vendió horchata y enchiladas, con la epidemia del cólera cambió a refrescos y cervezas, “nunca me detuve, si algo no se vende, se vende otra cosa”, garantizó.
De carpintero a vendedor
El sonido del torno o serrucho al moldear la madera ya no suena, tampoco el de la pala batiendo mezcla de cemento, don Jorge Girón se alejó de la construcción y ahora es un vendedor de tajaditas de plátano. Por su mente nunca pasó la idea de salir a vender, sin embargo, cuando el destino mezcla las cartas, depende de cada quien cómo jugarlas
'A cada bolsa que vendo le gano dos lempiras, es poco pero peor es no hacer nada”, comentó. Con la iniciativa logra poner comida en la mesa para sus tres hijos y su esposa.
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Estudiante
Una exclusiva tienda de dispositivos móviles sucumbió ante la paralización económica y con ello Hatzell Contreras perdió su empleo. La joven jamás contempló la opción de rendirse, ahora genera ingresos para seguir con sus estudios de derecho y convertirse en abogada.
Con proveedores de Nicaragua y Olancho logra abastecer su automóvil con granos de frijol y plantas de jengibre. En la entrada a la colonia Arturo Quezada, ahora destaca un turismo color blanco y, junto a él, una alegre familia que no teme a la adversidad.
“Aquí estamos en la lucha, no me da pena gritar: “¡frijoles... jengibre!”, es algo que hago con mucha dedicación y esfuerzo, estoy muy agradecida con cada persona que me compra”, dijo.
Dupla perfecta
Bajo la sombra de una sombrilla, a unos metros del puente El Chile, hay una mesa llena con productos de limpieza.
Junto a los enseres está Yamileth Reyes, una dama que gracias al emprendimiento de su amiga Yilian Herrera encontró trabajo durante la pandemia.La labor de Reyes consiste en aplicar gel a todos los que entran al barrio, asimismo, vender los efectivos productos desinfectantes Prolimhsa elaborados por Herrera.
“Por el tiempo en que estamos apoyo a Yamileth y ella a mí, es mutuo, tenemos desinfectante, jabón para manos, gel, desinfectante en aerosol, cloro y detergente, ella pasa aquí y es por ella que se conocen los productos”, explicó.
La oportunidad de colaborar terminó con una actividad remunerada para Reyes, una madre que ahora puede alimentar a sus cuatro hijos mientras ayuda a evitar la propagación del nuevo coronavirus.
Caminante
Con una olla llena de “arroz chino” sobre sus hombros, Erick Sierra recorre las ciudades gemelas y con el alimento que vende, logra saciar por un módico precio el hambre de los clientes que lo adquieren.
Su rostro lo cubre una mascarilla, sobre su cabeza hay una gorra y en su cuerpo un delantal rojo. Para alejar el sol, una camisa manga larga es parte de su vestimenta diaria.
Su calzado desgastado refleja lo que relata, su jornada inicia desde las 6:00 de la mañana y termina cuando no queda arroz en el plateado recipiente. La rutina se repite cada día de la semana. Además de la actitud y deseo de superación, otro elemento que destaca en el joven de 30 años es un adhesivo en la olla de trabajo donde se lee: “gracias Jesús por dar la vida por mí”.
Aunque las ventas no son lo que esperaba, sabe que siempre es demasiado pronto para rendirse y mientras sus pulmones inhalen oxígeno, la venta de arroz chino no parará.
Antes de la pandemia, el sector informal registraba unos 15 mil vendedores, ahora supera los 25 mil, según la Alcaldía Municipal. La crisis sanitaria ha disparado el comercio informal.
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