El responsable de recordarle a los políticos que tienen a Honduras sumida en una profunda crisis fue el pequeño Ever Misael Rodríguez Montoya, alumno de sexto grado de la escuela Armando Vásquez, del municipio de Masaguara, Intibucá.
Tenía a sus espaldas al presidente Porfirio Lobo y a sus ministros. Ellos lo escuchaban con cierta indiferencia y le agenciaban cautelosos aplausos.
Frente a él, miles de estudiantes que lo vitoreaban y no paraban de aplaudirle.
Su disertación se tituló: “El valor de la paz, un derecho de todos”.
Destacó que en Honduras el secuestro y el asesinato son “el pan nuestro de cada día”.
“La violencia y la inseguridad están a la orden”, decía Ever Misael.
Lamentó que en los medios electrónicos y en las primeras planas de los periódicos se dé cuenta de un mundo dividido y fracturado por diferentes puntos de vista, donde la vida es arrebatada por las garras de la violencia.
Le recordó a los gobernantes que las masacres ocurren en Honduras casi a diario, siendo este el vivo ejemplo de la inseguridad reinante.
“La violencia es una enfermedad, es un cáncer que invade lentamente nuestro territorio y que parece no tener cura alguna”, lamentó.
“Me pregunto si el compromiso que tiene el gobierno de combatir la violencia y la inseguridad es solo un compromiso”.
Luego se contestó él mismo que no es el gobierno el culpable de esta violencia sino la sociedad, que ha dado lugar a los asesinos, a los drogadictos y a los políticos corruptos.
En la parte final de su discurso lanzó su desafío: Hagamos un compromiso serio para impedir que estos malhechores continúen sacrificando vidas inocentes, tenemos que estar atentos a las acciones que realice el gobierno, trabajar directamente con él, exigir y dar honestidad, garantizando el Estado de derecho y conservar la paz social para lograr así la Honduras que todas y todos queremos, la Honduras respetuosa, justa, bella y solidaria en la que los valores y la convivencia, la justicia y la seguridad social sean posibles”.