Honduras

Primera visita a reclusos ilesos

Unos 500 familiares y amigos de reclusos madrugaron ayer para verlos por primera vez

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07.04.2014

Fue como volver a nacer. El reencuentro de madres, hermanas, esposas e hijos con los reos que resultaron ilesos del voraz incendio del centro penal de Comayagua estuvo cargado ayer de emociones y reacciones.

Desde las 5:00 de la mañana, a las afueras del presidio comenzaron a llegar una a una las familias de los 497 reclusos que, según las autoridades policiales, se salvaron de morir calcinados la noche del martes anterior.

Pero no fue sino hasta las 9:00 de la mañana que el dañado portón de malla ciclón se abrió para dejar pasar a las primeras 10 familias a acariciar, abrazar y confirmar con sus ojos que sus seres queridos estaban vivos.

El lento procedimiento empleado por los policías penitenciarios robó en muchas ocasiones la paz de los angustiados parientes, a quienes un minuto se les hacía una eternidad.

La visita apenas duraba 20 minutos, pues la fila de personas bajo el ardiente sol parecía interminable.

En dos horas apenas habían logrado ingresar 15 grupos, de 10 personas cada uno, y la desesperación se apoderó de las más de 500 personas apiñadas en la entrada del penal.

“No vamos a dejarlos pasar si no se ordenan. Hombres a la izquierda y mujeres a la derecha”, repertía con voz aguda y rostro impenetrable el agente Murillo, al mando del portón.

Muchas madres con sus bebés en brazos se vieron obligadas a sentarse en el pavimento caliente, vencidas por el cansancio.

En la larga espera, el llanto, el drama, la ansiedad y la alegría se hacían un solo sentimiento.

“Yo solo quiero verlo. Diosito que esté bien”, pidió en voz alta doña Teresa del Cid Urquía, mientras sacaba de un costal de mezcal un bote de aceite mineral para arreglarse el cabello.

No era para menos, desde hace cuatro meses que no miraba a su esposo Leonardo Sorto Aguilar, y ayer quería estar más linda que nunca.

Mientras unas familias ingresaban, otras salían. Algunas se marchaban felices y sonrientes por haber visto unos minutos a sus seres queridos. Otras, en cambio, lloraban amargamente al no saber su paradero.

Y es que la lista de reclusos vivos, proporcionada por las autoridades, era tan incierta como la duda misma que consumía el corazón de los familiares.

“Mi hijo Ramón aparece en la lista de vivos y en la de muertos, pero la realidad es que no está acá mi muchachito”, dijo ahogada en llanto doña Victoria Castillo.
Alivio y espanto

A pesar de la enorme fila que se disipó pasadas las 5:30 de la tarde, muchos familiares salían renovados y llenos de vida del penal. “Gracias Dios porque le has dado una nueva oportunidad a mi hijo. Mi hijo te servirá cuando salga de aquí”, salió diciendo la madre del recluso Willy Guzmán, acompañada de una Biblia bajo el brazo.

La mayoría de familiares salían horrorizados de los relatos que le hicieron los reclusos sobre los minutos de terror que vivieron en medio de las llamas.

“Con el infierno que se vivió, mi hijo dice que se secaron las pilas y sus compañeros se disecaron. Fue horrible”, decían.

Durante todo el día, los portones no dejaron de abrirse.

El constante ingreso y salida de vehículos hacía más tediosa la espera de los familiares.

El flujo vehicular se debía a la presencia de forenses estadounidenses y a la maratónica reunión del ATF, el comité interinstitucional que investiga las causas del incendio.

“Hermano, no te pude sacar por ser pobre”

Sus ojos inflamados delataban su dolor y angustia.

Jenny Maribel Bonilla miraba una y otra vez la fotografía de su hermano José Alexis Bonilla y se aferraba a la esperanza de que estuviera con vida.

Con su mirada cargada de dolor y su voz quebrada por el llanto, solo le repetía a la imagen: “Hay hermano, no te pude sacar, todo por ser pobre”.

La joven contó que el muchacho cayó preso por un delito común y que necesitaba 50,000 lempiras para pagar la fianza.

“Él le escribió dos cartas a mi mamá donde le decía que no le pedía nada material, solo que lo fuera a ver al centro penal”.

“Lo llamaron, lo llamaron y nunca salió”

El ardiente sol que había soportado toda la mañana fue lo de menos.

Doña Victorina Benítez aguardó impaciente su turno para ingresar al penal de Comayagua en busca de su hijo Ramón Castillo.

Apenas le abrieron el portón corrió hasta la puerta de registro del penal. Su corazón se rompió en mil pedazos al no encontrarlo.

“Lo llamaron, lo llamaron y nunca salió”, dijo la señora antes de desplomarse en llanto.

Benítez permaneció por horas dentro del penal, hasta que su cuerpo se cansó, más no su corazón de madre, que le dice que su hijo está vivo en alguna parte.

“Pedí dinero para el pasaje desde SPS”

Procedente de San Pedro Sula y sin un centavo en la bolsa, llegó ayer al centro penal de Comayagua doña Lidia Regina Dimas.

Sus inmensas ganas de ver por primera vez a su hijo, después del siniestro, la obligó a pedir dinero en la calle para ajustar el pasaje.

“Tenía cuatro meses de no verlo y con la tragedia lo único que pedía a Dios era que estuviera con vida”, dijo la humilde señora.

Su tortuoso viaje empezó a las 5:00 de la mañana. “Él me pidió que no lo viniera a ver hasta abril, pensé que me ocultaba algo, pero no, gracias al cielo”, comentó.

Entre sus manos cargaba un almuerzo y una gaseosa para su hijo.

“No sé qué busco, mi hijo está muerto”

Un tanto resignada, doña Sofía Cruz esperaba a la orilla de la carretera que la fila avanzara.

En ella no había apuro ni desesperación, pues su corazón ya sabía que su hijo Isaías Ulloa había fallecido.

“Me dijeron que Isaías falleció, lo busqué en la morgue pero como allá no me dieron información, me dejé venir para el penal”.

Llevaba consigo una de las dos niñas que deja a su cargo el malogrado comayagüense.

“No sé qué busco... mi corazón me dice que él (Isaías) está descansando”, comentó con voz pausada.

La señora de 65 años fue una de las últimas en ingresar.