Su rutina de lunes a viernes fue interrumpida desde el pasado 11 de marzo, así que el ritual de arreglarse y ponerse cómoda para asistir al centro educativo lo sustituyó por el tiempo que le lleva caminar del dormitorio a la sala de su casa.
Martha Guillén creó su propia oficina en un pequeño pasillo de la vivienda. Colocó un escritorio, algunos documentos y una computadora, pero nada de eso le sirve para comunicarse con alguno de sus 26 estudiantes.
La pequeña escuela en la que labora apenas tiene 47 estudiantes y dos profesoras, pero debido a que está en una comunidad prácticamente abandonada y empobrecida, la tecnología apenas comienza a llegar, una desgracia en tiempos de pandemia.
Solo algunos padres tienen teléfono con acceso a Internet, pero una recarga puede significar el desayuno de toda una familia. Otros ni siquiera saben lo que es un celular.
'Hay que evaluarlos y es muy difícil hacerlo en tiempo y forma debido a que muchos no atienden las llamadas o no hay forma de contactarse con ellos', lamentó.
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Martha tiene a cargo 26 alumnos de tres secciones, pero desde que el gobierno decretó el cese de las clases presenciales para evitar contagios de covid-19, unicamente tiene contacto a diario -vía WhatsApp o llamadas- con cuatro alumnos; con el resto apenas se comunica un par de veces al mes y de siete no sabe absolutamente nada.
Estos niños, algunos de primero, tercero y quinto año de primaria, forman parte de los más de dos millones que sus padres matricularon en este año lectivo, pero algunos también pasarán al 7% de deserción escolar, según estimaciones de la Secretaría de Educación.
“Uno de los lugares donde más deserción hay es en el occidente porque hay migración de los padres y cómo se controla esta parte. Este año la deserción no va a ser tanto por migración sino por exclusión, el no poder llegar a esos estudiantes”, advirtió Fernando Zelaya, encargado de tecnologías de la Secretaría de Educación.
De acuerdo con datos del 2019 de la Encuesta de Hogares del Instituto Nacional de Estadísticas (INE), solo 3.2 millones de hondureños (mayores de cinco años) tenían acceso a Internet, es decir el 39% de la población.
Lo anterior es un aumento con respecto a 2018, cuando la cifra era de 2.9 millones (equivalente al 33% del total de la población), es decir que el servicio ya sea a través de cable, wifi, modem o datos móviles cambió de un año a otro, pero no lo suficiente y menos cuando el país se encuentra en medio de una pandemia.
Aunque todavía no hay datos procesados al 2020, los expertos aseguran que el crecimiento es mínimo, incluso en áreas urbanas de Francisco Morazán, donde hay estudiantes que no cuentan con conectividad para recibir clases.
El golpe de la desigualdad
Aunque no tan reciente, pero el Censo de Población y Vivienda del INE del 2013 nos puede dar una mirada (la más cercana, pero no la mejor ni la más actualizada) sobre la penetración de Internet en Honduras de la forma más detallada.Cuando se levantó este censo, ninguno de los municipios sobrepasaba el 50% de acceso a Internet. Era notable el avance de la zona insular, con Utila (37%) y Guanaja (27%).
El Distrito Central, en ese entonces, apenas alcanzaba el 21% de cobertura. Para este 2020 se estima que llegue a un 60%, lo que marca una muestra de lo que puede haber ocurrido en el resto de municipios en cuanto a progreso.
El siguiente mapa muestra el porcentaje de hogares que tenían conexión a Internet en el censo del 2013.
EL HERALDO analizó los datos de la encuesta de hogares del 2018 del INE sobre el acceso a Internet por cada departamento porque son las cifras más recientes.
Solo se pudo realizar con 16 departamentos y se excluyen Islas de la Bahía y Gracias a Dios por falta de una muestra representativa, además que la encuesta recoge respuestas de personas a partir de los cinco años.
En ese año habían departamentos como Lempira y Santa Bárbara (en el occidente) donde solamente el 20% del total de la población tenía internet, lo que es igual a decir que solo dos de cada diez personas contaban con el beneficio.
Lo anterior es un adelanto del fenómeno: el problema de acceso es más pronunciado en las zonas de occidente. Además de Lempira y Santa Bárbara, está el caso de La Paz (22%), Ocotepeque (23%) y Copán (24%).
Lo mismo ocurre en la zona oriental, donde ni un tercio de la población puede conectarse a Internet, con Olancho (23%) y El Paraíso (28%), .
El departamento con mayor nivel de cobertura, según los datos procesados por EL HERALDO, es Colón, 60% (6 de cada diez), por encima de zonas industrializadas como Cortés (51%) y Francisco Morazán (46%).
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Una educación con desventajas
Martha lleva más de seis meses intentando enseñar a través de un teléfono celular. A veces envía las asignaciones por mensajes de WhatsApp, otras, realiza llamadas, pero no siempre recibe una respuesta por parte de sus alumnos o los padres de familia, quienes tratan de lidiar con los crueles efectos de la pandemia.Aunque la Secretaría de Educación ha intentado -con casi nada de ayuda de las autoridades gubernamentales- crear mecanismos para la enseñanza alterna y no presencial, es difícil obtener resultados favorables cuando todo depende de la tecnología.
“Sabemos que existe esa población que desde que comenzó esto no han tenido ningún acercamiento, ese es el temor de la Secretaría de Educación que esos niños se conviertan en desertores de la educación (…) Aquí en la misma capital muchos niños no tienen Internet, entonces esos niños están en desventaja”, dijo con preocupación Zelaya.
Según un informe del Observatorio Universitario de la Educación Nacional e Internacional de la Universidad Pedagógica Nacional Francisco Morazán (UPNFM), desde marzo 310,000 alumnos no reciben clases a distancia porque sus padres no han tenido recursos económicos o tecnológicos.
Esa cifra es casi tres veces inferior a los 900,000 que estima la Dirección de Educación de la Asociación para una Sociedad más Justa (ASJ) que no tienen acceso a la educación desde que inició la pandemia en el país.
La Secretaría de Educación no tiene un dato concreto sobre la deserción escolar, pero afirma que las plataformas (WhatsApp, llamadas telefónicas, Moodle, plataforma Google, Telebásica, Cisco webex, Zoom, entre otras) han contribuido a que la cifra no se incremente aún más.
“Nosotros sabemos que es muy difícil llegar al cien por ciento de los estudiantes con tecnología y en muchas zonas el problema no es de tecnología sino de electricidad”, afirmó el encargado de tecnología de la Secretaría de Educación.
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Sin luz, ni Internet, ni esperanzas
La noche del 10 de septiembre Ana Silvia realizaba su tarea de español, pues debía entregarla el viernes a primera hora.La joven de 16 años, quien cursa el último año de la carrera de Ciencias y Humanidades en un colegio capitalino, apresuraba su mano para llenar los espacios en blanco de su libros, pero no se esperaba que esa noche la energía eléctrica sería interrumpida.
La colonia en la que vive está en una zona denominada roja, por lo que los servicios públicos apenas suplen las necesidades del hogar. La adolescente usó su ingenio para terminar la asignación: sacó su teléfono celular, encendió la lámpara e iluminó el libro; minutos más tarde, la tarea había sido completada.
Sin embargo, Ana Silvia tiene la suerte de contar en su casa con el servicio casi todos los días del mes, a diferencia de las 143,700 viviendas que no tenían energía eléctrica en Honduras.
Según la Encuesta de Hogares de 2019, las principales fuentes de iluminación de esas casas eran con candelas, candiles, lámparas, ocotes u otros objetos.
Si dividimos esas 143,700 viviendas entre las casi 2.2 millones de construcciones existentes en ese año, concluimos que casi siete de cada 100 hogares no tenían electricidad.
El problema es más evidente en la zona rural -de nuevo-, pues mientras en la capital la cobertura de electricidad es casi total ( 99.7% de las viviendas), en la parte rural de Honduras ese nivel cae significativamente a un 86%.“Si no hay electricidad, quiere decir que no se llega ni teniendo un teléfono celular, tal vez por radio”, mencionó Zelaya, quien agradeció a varios medios de comunicación por la labor que realizan en algunas comunidades del país.
El experto reconoció que son muchos los esfuerzos realizados, pero las zonas más empobrecidas de Honduras se enlistan entre las más afectadas, donde los niños -muchas veces- deben dejar de estudiar porque “nadie estaba preparado para afrontar esta situación como esta de la forma más perfecta posible”, refiriéndose a la pandemia por el coronavirus.