Mientras a comienzos de octubre, cuando arrancó la caravana, los migrantes sufrían el calor del sur de México, ahora viajaban envueltos en mantas para protegerse del frío de la mañana.
Los migrantes se reunieron temprano en una carretera que sale de la ciudad central de Irapuato para subirse a camiones que los lleven a Guadalajara.
Los migrantes aprovecharon para viajar en todo tipo de vehículos, incluido uno que transportaba ataúdes.
Una de las escenas más angustiantes fue cuando cientos se apiñaron para entrar en un camión de transporte de pollos. Algunos, con sus niños en brazos, se acurrucaron en los cajones de un metro de alto con aperturas por donde apenas podían sacar las manos o asomar la cara.
La hondureña Karen Martínez, de 29 años y oriunda de Santa Rosa de Copán, fue una de las primeras en salir del albergue de Irapuato con su hermana y sus tres hijos de 6, 11 y 13 años.
“Ahí venimos, a ratos llorando, a ratos riendo, pero ahí vamos adelante”, dijo.
Contó que afortunadamente hay más vehículos que los transportan, por lo tanto no tienen que hacer su recorrido a pie, aunque el frío los obliga a salir tapados hasta los ojos.
Martínez agradeció el apoyo de las autoridades mexicanas y aunque aún está a 2.500 kilómetros del cruce fronterizo entre Tijuana y San Diego, ve un poco más cerca su sueño.
Las autoridades mexicanas han ayudado a los migrantes a conseguir transporte y aunque la policía les impidió el domingo que hicieran dedo, sí los ayudó a conseguir camiones que los trasladaran.
Un total de 6.531 migrantes atravesaron el fin de semana el estado de Querétaro, según el gobierno local. La cifra es mayor al conteo efectuado por las autoridades cuando el grupo pasó varios días en la Ciudad de México, lo que deja entrever la posibilidad de que otros migrantes se hayan sumado a la caravana.
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Después de un mes de caravana, José Tulio Rodríguez, de 30 años, dijo sentirse cansado pero al mismo tiempo “con fuerza, motivado a soñar con una mejor vida para mis hijas”.
El mesero de Siguatepeque, Honduras, reconoció que el tramo del lunes es complicado porque “las distancias de las ciudades son más largas”.
Rodríguez aspira reunir dinero suficiente para operar a su hija de 6 años, Alexa Cristal, de una hernia en el estómago.
Jesús Cruz, un chofer que trabaja para una funeraria, se quedó con ganas de llevar a más migrantes en su camión con doble remolque y al máximo de su carga, 160 ataúdes; pero sólo pudo hacer subir a una mujer con sus dos hijos pequeños a la cabina.
“Paré por los niños. Quisieron subir más pero no caben, es peligroso”. Aun así, tres jóvenes decidieron viajar colgados. “Van inseguros, pero deben decir, ‘de caminar ahí mejor’”.
José Alejandro Caray, un hondureño de 17 años, y su nuevo amigo Junior Eduardo Martel, de 15, de Tegucigalpa, miraban desde un puente en Irapuato cómo la gente se arremolinaba abajo intentando subir a todo camión que paraba en la incorporación a la carretera que lleva a Guadalajara.
“Me caí de uno hace siete días, iba en la parte de atrás, me quemé la rodilla y no puedo doblarla”, dijo Caray mostrando la rodilla izquierda. Se la vendaron hace unos días porque “ya olía mal”. “Ya me da miedo montarme, prefiero esperar una camioneta”, agregó el adolescente que salió de la casa de su abuela, con quien vivía, porque “todo está muy feo allí”.
Después de esperar un par de horas en el puente, ambos se subieron a la plataforma de un camión que transportaba maquinaria pesada antes de que el vehículo llegara al lugar donde centenares de personas esperaban.
“Aquí hay buen sitio”, le gritó Martel ayudándolo a subir. Caray no estaba muy convencido, pero al final ascendió al vehículo porque el trayecto del lunes es de 240 kilómetros.
Ambos, cargados con unas pequeñas mochilas, confían en que el presidente estadounidense Donald Trump no sea tan duro como lo pintan.
“Yo espero que Diosito le ablande el corazón y nos deje pasar. Aunque dicen que los policías tienen permiso para matar... pero nosotros vamos pacíficos”, comentó el adolescente que dejó a toda su familia en Tegucigalpa porque las pandillas querían reclutarlo.
“Ellos querían que uno anduviera en las maras con ellos, por eso me fui. Mis papás me ayudaron”, señaló.
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Trump ordenó el despliegue de más de 5.000 efectivos militares a la frontera para impedir el paso de los migrantes y ha insinuado que hay criminales e incluso terroristas en la caravana, aunque no ha presentado pruebas de ello.
Muchos migrantes partieron de Honduras, Guatemala, El Salvador y Nicaragua para huir de la pobreza, la violencia de las pandillas y la inestabilidad política.
México ha ofrecido refugio, asilo o visas de trabajo a los migrantes. Según el gobierno, se emitieron 2.697 visas temporales a individuos y familias. Pero la mayoría ha preferido continuar el viaje hacia Estados Unidos.
“Se gana un poco más (en Estados Unidos) y tal vez uno puede apoyar a nuestra familia allá (en Honduras). Aunque queremos dar mejores cosas a nuestros hijos, no podíamos porque lo poco que uno gana es solo para la comida, para pagar casa, pagar la luz.
Ya no alcanza para otra cosa”, dijo Nubia Morazán, de 28 años, mientras se preparaba para partir de Irapuato con su esposo y sus dos niños.