Los terroríficos hechos se registraron a principios del siglo pasado, pero todo se recopiló en “La matanza de los turcos”, el texto que narra cómo unos comerciantes árabes cayeron en las manos de “Los caníbales de la Patagonia”, quienes se comieron sus corazones y sus genitales para nunca ser descubiertos.
De acuerdo con el Archivo Histórico de la Provincia de Río Negro y el periodista Walter Raymond, “La matanza de los turcos” ocurrió entre los años 1904 y 1909 y su saldo de muertes fue de al menos 130 víctimas.
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Los árabes, a quienes en los países de América se les conoce como 'turcos', “eran libaneses apenas llegados al país, que salían desde Neuquén y General Roca, en grupos de dos y tres, acompañados por algunos peones y baquianos, con caballos o mulas cargados de ropa, telas y otros artículos”, explico en uno de sus escritos el historiador Elías Chucair.
Según la historia, el caso de los árabes desaparecidos se reportó en abril de 1909, en el paraje de El Cuy, en el centro de la provincia de Río Negro, al norte de la Patagonia argentina.
La denuncia la hizo Salomón El Dahuk porque uno de sus trabajadores, junto a un acompañante, se habían internado en la Patagonia hace meses y no se había vuelto a saber de ellos.
El Dahuk se alertó porque se le informó que los cabellos de sus empleados se vieron deambulando por la meseta, por lo que temía que los hubieran asesinado.
Tras la denuncia y la enorme cantidad de personas desaparecidas, Carlos Gallardo, gobernador de Río negro, le ordenó al jefe de la policía, José Torino, trasladarse al lugar para investigar qué pasaba.
El jefe de la policía entrevistó a los pobladores de la zona, pero nadie sabía nada, sin embargo, en su búsqueda determinó ir a un sector llamado “Lagunitas”, donde halló la confesión de un joven mapuche.
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El detenido les reveló que hace apenas tres días que en el toldi (choza) de un tal Ramón Sañico habían matado a tres sirios. No solo eso, en otras oportunidades habían asaltado y matado a otros turcos que llegaron al lugar.
Tras la información, el jefe de la policía capturó y torturó a toda persona que considerara sospechosa, métodos cuestionables pero efectivos, porque en poco tiempo apresó a casi todos los integrantes de la banda y recolectó pruebas de sus horribles crímenes.
Todo quedó documentado en sus diarios, en especial las referencias a Antonio Cuece, el líder de la banda.
Este era un personaje especial, pues vestía de mujer y era conocido con el apodo de “Macagua”, una “machi” -bruja o curandera- que había convertido a su banda de atracadores y asesinos en caníbales.
Los detenidos eran indígenas mapuches procedentes de Chile, que se dedicaban a criar ovejas, caballos, cazar avestruces y guanacos, además de cometer delitos.
Estos sujetos invitaban a los árabes a comer y beber, pero cuando se descuidaban les quitaban la vida, les robaban el dinero, la ropa y la mercancía que transportaban.
Asimismo, bajo las órdenes de la bruja “Macagua”, los caníbales les extraían el corazón, el pene y los testículos. Con estas partes hacían amuletos para la buena fortuna y el éxito en sus empresas criminales, pero también los consumían en rituales canibalistas con la creencia de que los dotaría de virilidad.
Las partes de los cuerpos de los 'turcos' eran cocidas, asadas y repartidas entre todos los integrantes de la banda.
“Antes de comer un pedazo del corazón del turco José Elías, Julián Muñoz les dijo a los presentes: ´Antes, cuando era yo capitanejo (subalterno de un cacique indio) y sabíamos pelear con los huincas (hombres blancos), sabíamos comer corazones de cristianos; pero de turco no he probado nunca y ahora voy a saber qué gusto tiene', detalla uno de los relatos históricos.
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Después, lo que quedaba de los cadáveres y pertenencias los quemaban y los huesos eran molidos y guardados para que la “machi” (bruja) hiciera “gualichos” (conjuros) con los que evitaban ser descubiertos.