Las tupidas montañas que rodean a la ciudad mexicana de Iguala (sur), donde 43 estudiantes desaparecieron tras ataques de la policía, ocultan bajo su oscura vegetación un 'cementerio' clandestino del crimen organizado donde más de 80 cadáveres han sido desenterrados sólo este año.
'Allá va la combi del cementerio', dicen ahora los pasajeros y los choferes para referirse al autobús público que se dirige a Las Parotas, un paraje en las faldas de una montaña en el que el 4 de octubre se hallaron cinco fosas con 28 cuerpos que se teme que sean de estudiantes.
Caminar por esos cerros sería como un paseo dominical entre flores silvestres si no fuera porque cualquiera puede terminar parado sobre una de las muchas fosas clandestinas que hay en la zona.
Iguala (140,000 habitantes), a solo 200 km de Ciudad de México, es desde hace años una zona en disputa por varios cárteles del narcotráfico, al igual que el resto de la convulsa región de Guerrero.
A uno de ellos, los Guerreros Unidos, se le acusa de colaborar con los policías municipales en las balaceras del 26 de septiembre contra los estudiantes, que dejaron seis muertos y la desaparición de 43 jóvenes, muchos de los cuales fueron vistos por última vez en poder de los agentes.
La infiltración de este cártel en la política local de Iguala llegaría hasta la misma esposa del alcalde, quien es hermana de al menos tres jefes narcotraficantes, pero las autoridades no actuaron hasta la tragedia de los estudiantes.
'La mayoría de la gente sabe que existían y siguen existiendo fosas, no sé porqué el gobierno no hizo nada respecto a las que se encontraron antes', dijo a la AFP Jorge Popoca, dirigente de los comerciantes de Iguala.
'Hay ojos en todos lados'
'Allá seguido suben los carros a altas horas de la madrugada', dice un poblador señalando la zona montañosa donde estaban las fosas con los últimos 28 cadáveres, que siguen siendo objeto de peritajes para determinar si entre ellos hay estudiantes.
Este vecino, que pide no mencionar su nombre por seguridad, también vio movimiento de policías en ese lugar la semana de las desapariciones.
'Hay ojos en todos lados' que vigilan a la población, explica el hombre, y sostiene que en la cima del cerro hay cuevas con hombres armados de los Guerreros Unidos.
Unas 40 personas, entre ellas 26 policías locales, han sido detenidas por este caso que tiene impactado a México, mientras el alcalde, José Luis Abarca, y su esposa siguen fugitivos.
La población se queja también de las extorsiones que les aplican los Guerreros Unidos, un cártel que según el gobierno se financia principalmente con el tráfico de marihuana y amapola a Estados Unidos, especialmente Chicago.
'A los locatarios del mercado les cobran 1,000 pesos (USD 73) a la semana y si no pagan los levantan (secuestran). Un señor que vendía abarrotes lo secuestraron y mejor cerró y se fue', dice de su lado Rosa Caballero, una vendedora de 20 años de un puesto de dulces.
Tan solo en este año se han localizado en Iguala y sus alrededores 81 cuerpos en fosas clandestinas en las localidades de Mezcaltepec (febrero, 21), La Joya (abril, 13), Monte Hored (mayo, 19), además de los 28 de Las Parotas.
Aunque estos últimos cuerpos son analizados por expertos de la fiscalía federal, que ha asumido la investigación de los desaparecidos, los equipos forenses locales están desbordados.
Al menos 30 cadáveres sin identificar permanecen desde hace tres meses en el cuarto de congelamiento del Servicio Médico Forense municipal, dijo un trabajador del lugar.
En la morgue local, cuatro médicos forenses hacen frente con pocos recursos a la creciente y sofisticada demanda de estos servicios.
Muchos de los cadáveres extraídos de entierros ilegales se quedan sin ser reconocidos y van a la fosa común del panteón municipal sin investigación alguna, señala el empleado de la morgue.
Antes los familiares de las personas asesinadas iban al panteón a exhumar los cuerpos para identificarlos, recuerda Carlos Ulises Cambrón, sepulturero del cementerio municipal, mientras muestra una hilera de solitarias tumbas cubiertas con tierra seca.
Ahora, relata el enterrador, ya no vienen 'porque son asesinatos muy feos, ya de los narcos. La familia ya no los reconoce'.