En seis meses, el presidente francés, Emmanuel Macron, ha llevado a cabo varias reformas a gran velocidad, a costa de una caída sin precedentes de su popularidad, que pesa sobre un estilo a veces considerado demasiado tajante.
Gracias al triunfo de su partido, La República en Marcha, en las legislativas de junio, presentó ya en el verano boreal la ley sobre la moralización de la vida política e impuso la reforma de la ley de trabajo, una pequeña revolución que sigue motivando manifestaciones en las calles.
'Se sitúa en un horizonte a muy largo plazo y no cede', resume uno de sus allegados. Los observadores consideran que el presidente electo más joven de Francia --con 39 años--, ya está pensando en su reelección en 2022.
Decidido a mantener un ritmo acelerado de reformas a pesar de una caída de su popularidad de 20 puntos desde su llegada al poder --algo nunca visto--, Macron impulsó las reformas de la prestación por desempleo, de la formación profesional, de la política de vivienda y del acceso a la universidad.
En 2018 y los años venideros será el turno de la justicia y de los regímenes de jubilación, sin olvidar la promesa de reducir el número de diputados y senadores.
También quiso dar a la función presidencial una posición de autoridad y un aura internacional que, según los sondeos, aplauden la mayoría de los franceses.
'Estos seis meses fueron bien', asegura su entorno. 'El país está preparado para estas reformas', insiste una fuerte gubernamental.
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Ante el efecto Macron, la oposición parece cada vez más debilitada. Ni los sindicatos ni La Francia Insumisa (izquierda radical) lograron hacer frente a la reforma laboral.
El Partido Socialista, al que Macron relevó en el poder, está moribundo. Los Republicanos, la oposición de derecha, están divididos entre quienes se unieron a Macron --como el primer ministro, Edouard Philippe-- y quienes quieren mantenerse en la oposición. Y el Frente Nacional (extrema derecha) aún intenta recuperarse de su derrota en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales.
Pero el jefe de Estado tiene que combatir la etiqueta de 'presidente de los ricos' que pesa sobre él, especialmente después de que reformara el impuesto a las fortunas, que redujo sustancialmente lo que deben pagar los más adinerados.
'Holgazanes' y 'envidiosos'
El Palacio del Elíseo espera cambiar esta imagen aboliendo el impuesto a la vivienda --que grava a toda persona que posea un bien inmueble-- para un 80% de los hogares, y reduciendo las cotizaciones salariales a partir de enero.
'Tiene tiempo', señala el politólogo Bruno Cautrès del Centro de Investigaciones Políticas de Sciences Po. El calendario electoral está libre hasta las europeas de 2019 y la coyuntura económica mejora.
Macron se fijó un plazo de entre 18 y 24 meses para hacer un primer balance de sus reformas. Y los franceses le conceden una prórroga, ya que un 50% considera que aún es demasiado pronto para valorar.
También tiene enormes ambiciones para la Unión Europea, desde un ejército comunitario hasta un nivel de impuestos coordinados. De momento, logró reforzar las condiciones de los trabajadores que se desplazan a otro país de la UE durante un tiempo, un sistema muy criticado en Francia.
No obstante, el estilo Macron puede encontrar resistencias. El presidente francés fustigó a los 'holgazanes', los 'cínicos', los 'envidiosos' que la toman con los ricos y quieren 'lanzar piedras' a los que tienen éxito.
'Tiene la imagen de ser alguien que no presta atención al sufrimiento del pueblo, lo que le perjudica', advierte Bruno Cautrès.
En un guiño, la revista estadounidense Time llevó a la portada de su última edición una fotografía de Macron con el título 'El próximo líder de Europa', precisando en la letra pequeña: 'Si es que logra dirigir Francia'.