LAHAINA, ESTADOS UNIDOS.- En el paisaje que ha quedado en Hawái tras los devastadores incendios, que hasta asemejaba estar bombardeado, hay focos de una esperanza improbable. Como la iglesia católica Maria Lanakila que está aparentemente intacta, asomándose sobre las cenizas de la calle Waine’e.
Los muros de piedra de la histórica prisión de Hale Pa’ahao también seguían en pie, pero el edificio de madera que se utilizaba para castigar a los marineros rebeldes ya no existía: 170 años de historia borrados por completo.
A unas manzanas de distancia, la Front Street, calle en la que los restaurantes y tiendas de ropa se disputaban la vista del puerto, había desaparecido.
Los barcos que habían estado amarrados en el muelle días antes estaban calcinados, fundidos o hundidos.
Entre todas estas ruinas, un gigantesco árbol baniano seguía en pie, pero su destino era incierto, con las ramas desprovistas de verdor y su tronco cubierto de hollín, transformado en un extraño esqueleto.
El árbol ha dominado Lahaina durante 150 años, vigilando una nación insular que fue una monarquía independiente, luego un territorio estadounidense y finalmente un estado de pleno derecho de Estados Unidos.
La ciudad que protegía, sin embargo, ha desaparecido.