Bogotá, Colombia
Gustavo Petro burló la muerte y el estigma para convertirse en el primer exguerrillero en llegar tan lejos en la búsqueda de la presidencia de Colombia. Su ascenso hace tambalear un siglo de gobiernos tradicionales.
De 58 años, el también exalcalde de Bogotá sacó la segunda votación más alta en las elecciones de este domingo (25% de los votos), y se medirá el 17 de junio en un balotaje con el derechista Iván Duque (39%).
Este hombre de mediana estatura, que lleva lentes gruesos por culpa de la miopía, cuida su apariencia frente a las cámaras, aunque sin excesivo esmero. Cuando le habla a la multitud, desvanece su mentada timidez.
Petro recobró para la izquierda la plaza pública y el apoyo de un importante sector de jóvenes, tras el pacto de paz con la guerrilla de las FARC cuya fallida y violenta lucha desacreditó por décadas a esta tendencia.
Si gana la presidencia 'será porque la ciudadanía logró separarse del miedo que produce la guerra y la política del odio', señaló a la AFP.
Azotada por dictaduras militares en el siglo XX, Sudamérica ya conoció gobiernos a la cabeza de rebeldes que alguna vez validaron las armas, como Dilma Rousseff en Brasil o José Mujica en Uruguay.
Pero en una Colombia ensangrentada por medio siglo de conflicto ya en vías de extinción, el éxito electoral de Petro - cimentado en su oratoria - amenaza por primera vez con quebrantar un pasado de élites conservadoras y liberales.
Y quien encarna este fenómeno es un 'populista radical' - a ojos de sus críticos - que militó en el disuelto M-19, un movimiento nacionalista de jóvenes de ciudad críticos del marxismo que asaltó el Palacio de Justicia (99 muertos en el ataque y la retoma militar) antes de deponer los fusiles y promover la Constitución liberal de 1991.
Fue un 'pésimo guerrillero en armas, pero buen guerrillero político. Nosotros éramos los hijos de puta que echábamos tiros y él hacía lo importante', recuerda a la AFP Juan Montaña, de 70 años, excompañero de Petro en 'El eme' en los ochenta.
Con él, la fragmentada y minoritaria izquierda ha encontrado una fórmula de poder en uno de los países más desiguales del mundo.
'Es un hombre muy exigente y le hace estricto control a los resultados. Es amable, generoso y muy tímido, y separa muy bien su vida familiar de la vida pública', señala a la AFP Jorge Rojas, uno de sus más cercanos colaboradores y quien lo conoce hace 16 años.
Soberbia selectiva
Nacido en un hogar modesto de la costa Caribe y educado por sacerdotes, Petro abrazó las ideas de izquierda tras el golpe de Estado en Chile de 1973.
Lector apasionado de Gabriel García Márquez, se formó como economista con varias especializaciones y antes de comenzar la vida parlamentaria que le dio notoriedad, aprendió a ganarse a las clases populares.
Siendo edil de Zipaquirá, una fría localidad próxima a Bogotá, ayudó a construir el barrio Bolívar 83 que terminó sirviéndole de escondite de la persecución militar. 'La gente me cuidaba y me guardaba', recuerda. Finalmente fue capturado y llevado a un complejo militar donde, sostiene, llegó a ser torturado y temió por su vida.
Desde entonces la muerte lo ha rondado y forzado al exilio, incluso a llevar una 'gabardina blindada' y dormir con una ametralladora cerca, según le contó al diario El Tiempo en la época en que, como senador, reveló los nexos entre políticos y paramilitares de ultraderecha.
Años después, y tras su gestión como alcalde de Bogotá (2012-2015), donde se ganó la fama de arrogante y mal administrador, Petro ha encontrado de nuevo una trinchera en las multitudes y las redes sociales (es el presidenciable con más seguidores en Twitter y Facebook).
Mientras una mitad lo tacha por su pasado guerrillero, por autoritario o por su plan 'irrealizable' de reformas, o por todo a la vez; la otra llena plazas para escuchar su discurso ambientalista de ruptura y cambio. Desde la tarima ha intentado espantar los miedos que propagan los adversarios por su supuesta afinidad chavista ahora que Venezuela se hunde en la crisis económica.
Esposo y padre de seis hijos, el dirigente que defendió al fallecido Hugo Chávez pero que critica a Nicolás Maduro, fue cuestionado alguna vez por su soberbia. Y lo admitió - recuerda Rojas - pero con una salvedad: lo era con 'los poderosos pero no con los humildes'.
Con Petro, temen sus críticos, podría desatarse un anacrónico conflicto de clases.
Gustavo Petro burló la muerte y el estigma para convertirse en el primer exguerrillero en llegar tan lejos en la búsqueda de la presidencia de Colombia. Su ascenso hace tambalear un siglo de gobiernos tradicionales.
De 58 años, el también exalcalde de Bogotá sacó la segunda votación más alta en las elecciones de este domingo (25% de los votos), y se medirá el 17 de junio en un balotaje con el derechista Iván Duque (39%).
Este hombre de mediana estatura, que lleva lentes gruesos por culpa de la miopía, cuida su apariencia frente a las cámaras, aunque sin excesivo esmero. Cuando le habla a la multitud, desvanece su mentada timidez.
Petro recobró para la izquierda la plaza pública y el apoyo de un importante sector de jóvenes, tras el pacto de paz con la guerrilla de las FARC cuya fallida y violenta lucha desacreditó por décadas a esta tendencia.
Si gana la presidencia 'será porque la ciudadanía logró separarse del miedo que produce la guerra y la política del odio', señaló a la AFP.
Azotada por dictaduras militares en el siglo XX, Sudamérica ya conoció gobiernos a la cabeza de rebeldes que alguna vez validaron las armas, como Dilma Rousseff en Brasil o José Mujica en Uruguay.
Pero en una Colombia ensangrentada por medio siglo de conflicto ya en vías de extinción, el éxito electoral de Petro - cimentado en su oratoria - amenaza por primera vez con quebrantar un pasado de élites conservadoras y liberales.
Y quien encarna este fenómeno es un 'populista radical' - a ojos de sus críticos - que militó en el disuelto M-19, un movimiento nacionalista de jóvenes de ciudad críticos del marxismo que asaltó el Palacio de Justicia (99 muertos en el ataque y la retoma militar) antes de deponer los fusiles y promover la Constitución liberal de 1991.
Fue un 'pésimo guerrillero en armas, pero buen guerrillero político. Nosotros éramos los hijos de puta que echábamos tiros y él hacía lo importante', recuerda a la AFP Juan Montaña, de 70 años, excompañero de Petro en 'El eme' en los ochenta.
Con él, la fragmentada y minoritaria izquierda ha encontrado una fórmula de poder en uno de los países más desiguales del mundo.
'Es un hombre muy exigente y le hace estricto control a los resultados. Es amable, generoso y muy tímido, y separa muy bien su vida familiar de la vida pública', señala a la AFP Jorge Rojas, uno de sus más cercanos colaboradores y quien lo conoce hace 16 años.
Soberbia selectiva
Nacido en un hogar modesto de la costa Caribe y educado por sacerdotes, Petro abrazó las ideas de izquierda tras el golpe de Estado en Chile de 1973.
Lector apasionado de Gabriel García Márquez, se formó como economista con varias especializaciones y antes de comenzar la vida parlamentaria que le dio notoriedad, aprendió a ganarse a las clases populares.
Siendo edil de Zipaquirá, una fría localidad próxima a Bogotá, ayudó a construir el barrio Bolívar 83 que terminó sirviéndole de escondite de la persecución militar. 'La gente me cuidaba y me guardaba', recuerda. Finalmente fue capturado y llevado a un complejo militar donde, sostiene, llegó a ser torturado y temió por su vida.
Desde entonces la muerte lo ha rondado y forzado al exilio, incluso a llevar una 'gabardina blindada' y dormir con una ametralladora cerca, según le contó al diario El Tiempo en la época en que, como senador, reveló los nexos entre políticos y paramilitares de ultraderecha.
Años después, y tras su gestión como alcalde de Bogotá (2012-2015), donde se ganó la fama de arrogante y mal administrador, Petro ha encontrado de nuevo una trinchera en las multitudes y las redes sociales (es el presidenciable con más seguidores en Twitter y Facebook).
Mientras una mitad lo tacha por su pasado guerrillero, por autoritario o por su plan 'irrealizable' de reformas, o por todo a la vez; la otra llena plazas para escuchar su discurso ambientalista de ruptura y cambio. Desde la tarima ha intentado espantar los miedos que propagan los adversarios por su supuesta afinidad chavista ahora que Venezuela se hunde en la crisis económica.
Esposo y padre de seis hijos, el dirigente que defendió al fallecido Hugo Chávez pero que critica a Nicolás Maduro, fue cuestionado alguna vez por su soberbia. Y lo admitió - recuerda Rojas - pero con una salvedad: lo era con 'los poderosos pero no con los humildes'.
Con Petro, temen sus críticos, podría desatarse un anacrónico conflicto de clases.