Para mi esposo y para mí, viajar ha sido una constante en casi más de una década juntos. Para mí eran largos viajes a varios países con presidentes estadounidenses a bordo del Air Force One y semanas en otros estados. Él de lunes a jueves hacía viajes de consultoría y, de forma más reciente, viajes rápidos a la sede de su nuevo empleador en Londres.
Con frecuencia es estresante y, casi al mismo ritmo, estimulante. Las maletas en el piso del cuarto estaban medio desempacadas, medio empacadas, ante la expectativa de descubrir un nuevo destino o regresar a un lugar conocido. Los viajes de negocios ofrecían la posibilidad de encontrar un lugar al que vale la pena regresar algún día sólo por diversión.
El mundo parecía pequeño, accesible, y sé lo privilegiados que éramos de sentirlo así.
Ahora, esos lugares parecen muy lejanos, muy fuera del alcance. Y lo son de forma bastante literal, al haberse extendido las órdenes de quedarse en casa y la suspensión todos los viajes con excepción de los esenciales, mientras el mundo batalla para controlar la propagación del veloz coronavirus.
Para nosotros, al principio los cambios fueron lentos. El viaje de mi esposo a San Francisco se canceló cuando el norte de California lidiaba con un brote. Luego se canceló la conferencia SXSW en Austin, Texas, que atrae a cientos de miles de personas al año.
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Todavía estudiaba el calendario de las primarias presidenciales demócratas en busca del siguiente estado al cual viajar para escribir un artículo. Pero esos estados seguían posponiendo sus contiendas, hasta que no quedó nada en el horizonte.
Ahora nuestro mundo en realidad es pequeño, centrado alrededor de nuestra compacta casa urbana con su pequeño jardín trasero.
La nuestra para nada es una historia de adversidad, sobre todo en una época en que tantas personas en el mundo están enfermas y muchas más se enfrentan a dificultades económicas. Nosotros tenemos nuestros trabajos, y nuestro congelador y alacena bien abastecidos. Trabajar desde casa nos permite pasar más tiempo con nuestro hijo de 2 años y nuestro perro deseoso de atención. Reconocemos lo afortunados que somos.
Pero, a unas semanas de esta nueva realidad, me doy cuenta de que añoro al mundo. Ningún lugar en particular, simplemente la capacidad de estar en él.
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