Con cuatro impresoras instaladas en una suerte de taller montado en su domicilio de Buenos Aires, donde desde hace tiempo se dedica a este hobby, Waisman elabora casi sin respiro estas máscaras que ayudan a reforzar la higiene y protección de los sanitarios de los hospitales públicos al cubrirles enteramente los rostros, que a su vez van cubiertos con barbijos.
“Mi energía la canalicé en esto; cómo puedo ser útil estando encerrado”, dijo a The Associated Press el hombre, de 52 años, quien trabaja como operador de control en un canal de televisión.
El germen de lo que hoy es una aceitada cadena de elaboración y distribución de máscaras comenzó hace una semana, cuando en medio de la cuarentena que rige en Argentina, Waisman y otras 70 personas armaron en Facebook un grupo que se preguntaba cómo sacar partido de su aislamiento brindando esta ayuda que llega a 20 hospitales públicos.
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Una treintena de ellos, fanáticos de la impresión en 3D, se dedica a elaborar las máscaras con insumos que otros consiguen, mientras que hay varios que reparten el material terminado.
Los anónimos voluntarios provienen del colectivo “Imprimiendo ayuda 3D”, que han realizado con anterioridad trabajos solidarios como prótesis para niños sin manos.
En un primer momento surgió un pedido de máscaras por parte de un hospital y luego se sumaron las autoridades de un municipio. La voz siguió corriendo y el proceso de elaboración “empezó a escalar de una forma increíble”, explicó Waisman.
Con material plástico, las impresoras 3D elaboran vinchas o soportes a los que luego se encastra la lámina de acetato a modo de escudo. El acetato, que es caro, se puede conseguir fácilmente de las radiografías donadas por vecinos. Dichas placas se lavan con lavandina para hacerlas traslúcidas.
Una sola máquina de impresión puede hacer 10 máscaras por día. En una semana el grupo ha entregado unas 500 a hospitales de Buenos Aires y sus alrededores.
“Hay algunos que se van a dormir y deja las maquinas funcionando... nuestros propios hijos y esposas están armando máscaras para que al día siguiente venga un muchacho y las pueda llevar”, explicó Waisman.
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Por otro lado, médicos revisan el material entregado y asesoran a quienes los fabrican para hacerlo más funcional.
“Yo estoy sorprendidísimo de cómo fluye esto; de la gente que quiere ayudar”, indicó Waisman. En su caso, tener una hija con síndrome de Down que fue tratada de sus problemas de salud en un hospital público le hizo “ver la vida de otra manera” y ser más solidario.
La elaboración de las máscaras no requiere tanto dinero, que por otra parte aportan los propios voluntarios.
Otro grupo dedicado en Argentina a la fabricación de este material sanitario es Coronathon, que ya ha entregado 1.050 máscaras faciales y comenzó a organizarse para producir de forma “masiva”. Por eso hizo un llamado para sumar a más personas con impresoras que deseen producirlas y a centros de salud que quieran incorporarlas.
El anestesiólogo Federico Ferrer valoró la distribución de las máscaras, pero advirtió que lo que “más falta” en los sectores público y privado de salud son barbijos N95, ideales para proteger cuando se realiza la instrumentación vía aérea y que a su vez pueden usarse debajo de dichos protectores de plástico.
A nivel global, el nuevo coronavirus ha infectado a más de 775.000 personas y causado unas 37.000 muertes. En la mayoría provoca síntomas leves o moderados que desaparecen en dos a tres semanas. Pero en algunas personas, sobre todo los adultos mayores y quienes padecen trastornos de salud subyacentes, puede provocar enfermedades más graves e incluso la muerte.
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