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Michael McDonald y Paul Reiser, amistad que inspira memorias y música
En una charla en la casa de McDonald en Santa Bárbara, discutieron su trayectoria musical de más de 50 años, que incluye coros para Steely Dan y Elton John
Michael McDonald (der.) dijo que la única razón por la que existen sus memorias es por su amistad con Paul Reiser (izq.).
mar 21 de mayo de 2024 a las 21:18
Por Alexandra Jacobs / The New York Times
SANTA BÁRBARA, California — La voz de Michael McDonald ha sido comparada con terciopelo, seda y papel de lija, chocolate derretido y, el año pasado, gracias a una niña de 11 años, con un ángel. Ha armonizado con los mejores. Pero su dueto más reciente podría hacer que hasta las frentes bajo el mayor efecto del Botox se fruncen.
“¿Qué tal te parecemos hasta ahora?”, dijo en son de broma Paul Reiser, el actor y comediante, desde un sofá en el nido de McDonald’s en Santa Bárbara. Estaba allí para hablar sobre las memorias del cantante, que escribieron juntos; fueron publicadas este mes.
En el otro rincón, emanando la ecuanimidad que es tan querida como su barítono, estaba el hombre cuya trayectoria de más de 50 años ha incluido coros para Steely Dan, Elton John, Bonnie Raitt y muchos más —respaldos de voz tan extensos y distintivos que ha inspirado listas de reproducción en Apple Music y Spotify.
McDonald, de 72 años, también ha pasado décadas bajo los reflectores, aunque hasta cierto punto al margen. Lideró a los Doobie Brothers en diversas versiones del grupo con su estilo al teclado de influencia gospel; lanzó nueve álbumes de estudio en solitario; y continúa haciendo presentaciones en vivo. El libro se titula “What a Fool Believes”, en honor al éxito ganador del Grammy que McDonald compuso en 1978 con Kenny Loggins.
Como si fuera una sesión de terapia, este día en casa de McDonald, los dos se aventuraron al pasado. McDonald abandonó la preparatoria y se unió a una serie de bandas —los Majestics, los Sheratons, los Delrays, el Guild, Blue. La cerveza y la marihuana se convirtieron en lo normal y, más tarde, cuando se mudó a Los Ángeles y comenzó a hacerla en grande, la cocaína.
Por teléfono, Loggins recordó la primera vez que escuchó a McDonald en “Livin’ on the Fault Line” de los Doobies. “Sentí: ‘Ay, esta será una voz estadounidense importante’”, dijo. “Él como que entra en trance cuando componemos, y si le digo ‘tócalo de nuevo’, no lo recordará, así que tengo que estar grabando en todo momento. Tenemos estilos vocales completamente diferentes, pero combinamos muy bien”.
Reiser, un músico consumado que puede sentarse ante un Yamaha y reproducir espontáneamente un concierto de Rachmaninoff, se encontró por primera vez con McDonald en un evento en la casa de un vecino. “Y en un arrebato de entusiasmo, le dije: ‘Vivo literalmente al lado y tengo un estudio de música con dos pianos que instalé en caso de que esto sucediera’”, recordó Reiser. “’¿Te gustaría venir?’”.
Siguió una sesión improvisada. Se desarrolló una amistad. Y luego llegó la pandemia. McDonald pensó que durante el confinamiento podría dedicarse a su pasatiempo de pintar. Reiser tuvo otra idea. “Hasta donde yo sé, él es la única razón por la que existe el libro”, dijo McDonald. “Poner un pie delante del otro nunca fue mi fuerte, por cuenta propia. Por mi cuenta, me vuelvo como una masa”.
Reiser dijo que trabajar con McDonald a menudo era simplemente un proceso que involucraba que él bajara la velocidad y se explayara con anécdotas que, para él, no parecían gran cosa —Steely Dan de juerga en el penthouse de un hotel londinense, por ejemplo.
Un capítulo está dedicado a una borrachera con Walter Becker, el cofundador de la banda, quien murió en el 2017; otro presenta un viaje alucinógeno involuntario.
“Recuerdo haber mirado hacia los chicos que parecían manejarlo bien —tipos que hacían un poco de esto y un poco de aquello, pero que no tenían un problema como sospecho que yo ya tenía”, dijo McDonald. “Todo su rollo era, ‘Solo tienes que manejarlo —no puedes exagerar, hombre’”. Hizo una pausa. “Y todos y cada uno de esos tipos ya no está”.
Sobrio desde mediados de la década de 1980 —dijo que sus vicios actuales son “la comida y la pereza”— McDonald no sólo sigue aquí, sino que está discretamente en todas partes.
Olvídese del terciopelo y la seda: mientras más lee, piensa y escucha uno, más parece su voz como un hilo conector que recorre el tapiz de la música popular estadounidense.
Y, sin embargo, dijo, “Sigo esperando que las puertas se abran de golpe y que venga la policía contra los impostores, me agarre y me saque a patadas”.
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