Por Teddy Rosenbluth / The New York Times
Cuando los científicos ganan el Premio Nobel de Fisiología o Medicina, normalmente dan las gracias a sus familiares y colegas, quizás a sus universidades.
Este año, cuando el biólogo molecular Gary Ruvkun aceptó el premio, elogió a su sujeto experimental: un gusano llamado Caenorhabditis elegans, al que llamó “lo máximo”.
Este no es el primer roce del gusano con el estrellato internacional. El premio de Ruvkun de hecho fue el cuarto Premio Nobel resultante de investigación con C. elegans, consolidando el enorme papel del humilde gusano en el descubrimiento científico.
El nematodo de un milímetro ha ayudado a los científicos a comprender cómo se instruye a las células sanas a suicidarse y cómo el proceso se degenera en el SIDA, las embolias y las enfermedades degenerativas.
Una de las virtudes del animal es su simplicidad, que permite a los científicos poner a prueba hipótesis sobre conceptos biológicos fundamentales. Los nematodos poseen solo 959 células —en comparación con nuestros millones de millones— a cada una de las cuales los científicos han dado nombre y hecho un seguimiento desde la fertilización hasta la muerte.
“Este probablemente sea el organismo multicelular mejor comprendido del planeta”, dijo Howard Ferris, nematólogo en la Universidad de California, en Davis.
El destino de cada célula es fácil de mapear, porque los gusanos se vuelven translúcidos bajo la luz del microscopio y pasan por todas las etapas de desarrollo en aproximadamente tres días.
El campo de la nematología ha tenido una tradición de colaboración. Los investigadores crearon un boletín en 1975 llamado Worm Breeder’s Gazette para compartir los resultados de sus experimentos antes de ser publicados.
Ruvkun, de la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard, en Massachusetts, y su coganador, Victor Ambros, profesor de medicina molecular en la Facultad de Medicina Chan de la Universidad de Massachusetts, compartieron sus hallazgos entre sí, lo que les permitió reconstruir la mecánica del microARN. De no haberlo hecho, su labor podría haberse retrasado años, si no es que décadas.
El descubrimiento del microARN fue recibido inicialmente con silencio fuera de la comunidad de C. elegans, en parte porque otros científicos pensaban que los hallazgos eran solo una peculiaridad de los gusanos. No fue hasta años más tarde que Ruvkun demostró que el microARN estaba presente en una amplia gama de animales, incluyendo a los humanos.
Aunque los gusanos son mucho más simples que el cuerpo humano, tenemos más en común con ellos de lo que podríamos creer, dijo Robert Waterston, genetista en la Universidad de Washington, en Seattle.
“Si entendemos al gusano, entendemos la vida”, afirmó.
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