Opinión

Agradecimiento a Benedicto XVI

Han pasado unos días desde que Benedicto XVI renunció a la Sede de Pedro. Después de rezar y pensar en su precaria salud, ha tomado esta decisión difícil pero honesta y valiente.

No ignoraba que este hecho daría lugar a muchos comentarios y opiniones de todo género, todos tenemos derecho a opinar, aunque muchas veces la manera de expresarse raye en la más absoluta falta de respeto.

Accedió al Pontificado anunciando que era un humilde obrero en la Viña del Señor. A los que sabíamos de su enorme altura intelectual, de su altura como teólogo, nos produjo una sensación difícil de explicar.

Llegaba un anciano de 78 años, yo tengo 76 y sé cómo noto el peso del tiempo. Llegaba a la Sede Pontificia con la humildad y la ilusión expresada en sus ojos. Unos ojos vivaces que han ido perdiendo no la ilusión, pero sí la expresividad. La energía de su cuerpo se ha ido volviendo precaria.

Hace unos días escribí, no recuerdo en qué sentido, pero hoy lo quiero hacer desde el agradecimiento, un inmenso agradecimiento desde la base de mi enorme cariño filial, pues cuando releo las cartas recibidas desde El Vaticano, con una cadencia de casi dos por año, noto su cercanía.

Mi audacia o mi inconsciencia han recibido esa cariñosa contestación que siempre finalizaba con su bendición apostólica.

Gracias Santo Padre por esos ocho años que nos ha dedicado a los católicos y a todo el mundo, creyente y no creyente, a los de las diversas religiones. Gracias por su esfuerzo ecuménico. Gracias por su cercanía. Por sus escritos. Gracias por sus encíclicas.

Gracias por tantas cosas, Santo Padre.

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