Opinión

La inversión va de la mano con el desarrollo económico, ambos concentrados históricamente en el corredor que divide la geografía nacional y su proyección hacia el este en el litoral norte, conformando la llamada “T del desarrollo”.

En tiempos coloniales fue el tránsito obligado entre las honduras de Cortés y Fonseca, con el comercio regional fluyendo por nuestro territorio como lo hace hoy.

La concentración poblacional en el interior montañoso la protegía de enfermedades endémicas y los filibusteros, con Comayagua, el centro urbano de servicios.

La industria bananera, a lo largo del siglo XX, contribuyó con el saneamiento, protección de inundaciones, salubridad y la educación básica en áreas extensas de producción en los valles del norte.

Los negocios y servicios locales surgieron con el crecimiento de pequeños centros urbanos, semilla de ciudades que ahora concentran la economía nacional. Igualmente importante, se originó una cultura regional con visión al exterior, muy a tono con el mundo globalizado del presente.

El apoyo a la maquila, hace dos décadas, estimuló la inversión en una industria que ha contribuido a convertir la costa norte hondureña en el principal polo de desarrollo del litoral Atlántico, desde Veracruz a Cartagena.

El corredor ahora muestra un importante centro portuario, un aeropuerto internacional y otro en ciernes, un eje vial moderno, tres núcleos agroindustriales de exportación y la perspectiva para una estructura portuaria mayor en el Pacífico. Una cadena de pequeñas y grandes ciudades sirve de mercado y fuente de servicios locales.

La emigración hacia este corredor es constante, atraída por la esperanza de oportunidades inexistentes en las áreas rurales. La problemática social resultante en las ciudades es conocida; no tanto así, el efecto en los grupos familiares rurales más vulnerables. En todo caso, el corredor absorbe el flujo humano rural con alto costo en marginalidad.

La inversión en las regiones oriental y occidental ha sido baja históricamente, con el resultado de infraestructura, industria y servicios limitados.

La actividad generalizada es la producción agropecuaria que suple mercados locales, con la excepción del café integrado que nutre los mercados internacionales.

La función tradicional de abastecedoras de productos primarios les impide desde capitalizarse, facilitar las reinversiones y superar los riesgos inherentes a la actividad agrícola, hasta cubrir la canasta básica familiar en los pequeños productores agropecuarios.

La espina dorsal económica del país es su corredor central, con buena parte de la inversión actual y prevista orientada a su fortalecimiento. El futuro previsible es que continúe atrayendo la población rural, sin contar con las condiciones para una transición demográfica más deseable del campo a la ciudad.

Las regiones al este y oeste se mantienen rezagadas, semejando el país un ave sin alas que no alcanza a volar.

Honduras no merece un solo corredor de desarrollo que sustente el progreso nacional, no obstante sus grandes beneficios y potencialidades.

Poner empeño en construir, al menos, un nuevo foco de mayor inversión daría un impulso histórico al desarrollo nacional, con la ventaja de las experiencias y el conocimiento actual de los requisitos para un proceso ágil, ordenado e incluyente.

La región oriental ofrece el potencial más inmediato para el surgimiento de un corredor moderno de desarrollo económico. Hay propuestas concretas sobre proyectos agroindustriales y forestales, cuya implementación le daría un fuerte impulso inicial, incluyendo la generación renovable de energía eléctrica y biocombustibles para sustentar los procesos productivos y sociales. Como se hizo para la maquila, la infraestructura básica y el marco legal adecuado darían paso a la inversión y los emprendimientos.

En pocos años, la región ofrecería más y mejores oportunidades de vida a muchos hondureños y al país de progresar con mayor rapidez.