No podemos permitir que la ingratitud y el resentimiento nos dividan; en cambio, debemos trabajar juntos, reconociendo que cada contribución, independientemente de su origen, es valiosa. Es hora de recordar que el camino hacia la libertad es diverso y que todos, sin importar su afiliación, han contribuido a la causa.
Las luchas de cada uno de nosotros se entrelazan, y debemos dejarnos guiar por el espíritu de colaboración que nos impulsó a luchar en primer lugar. La historia nos enseña que la resistencia es más fuerte cuando todos estamos dispuestos a alzar la voz juntos, sin importar las diferencias que nos puedan separar.
Hoy, hago un llamado a mis compañeros de lucha: es fundamental que reconciliemos nuestras diferencias y volvamos a unirnos en torno a un objetivo común. Si realmente queremos construir un futuro sólido para nuestro país, necesitamos dejar atrás la ingratitud y fomentar un diálogo inclusivo que celebre la diversidad de nuestras experiencias y enfoques.
La verdadera resistencia radica en nuestra capacidad para aceptar y abrazar nuestras diferencias, reconociendo que cada uno de nosotros aporta algo valioso a esta lucha. No se trata solo de ser parte de un censo o de una afiliación política; se trata de un compromiso genuino con la justicia y la equidad.
La lucha por un país mejor no termina en las urnas ni en las etiquetas. Comienza en el corazón de cada uno de nosotros, en nuestra voluntad de trabajar juntos por el bien común.
La resistencia, la verdadera resistencia, se basa en el respeto, la unidad y el reconocimiento de que cada paso, cada voz y cada esfuerzo cuentan.
No dejemos que la ingratitud nuble nuestra visión. Recordemos que cada uno de nosotros ha desempeñado un papel en esta lucha. Es hora de sanar las divisiones y encontrar un camino hacia adelante, uno donde todos podamos participar, ser escuchados y, sobre todo, ser parte de la solución.
