La búsqueda de la felicidad es una constante en la vida humana, pero ¿realmente sabemos qué es la felicidad? ¿Es acaso un derecho inherente del ser humano o simplemente una ilusión que nos ayuda a sobrellevar las dificultades de la existencia?
La felicidad ha sido definida de diversas maneras a lo largo de la historia, desde las perspectivas científicas que la vinculan con procesos químicos en el cerebro, hasta las filosofías más oscuras que la ven como una distracción peligrosa de la cruda realidad.
Desde un enfoque científico, la felicidad se entiende como el resultado de la activación de ciertos neurotransmisores en el cerebro, como la serotonina, la dopamina, la endorfina y la oxitocina, conocidos como “hormonas de la felicidad”.
Estas sustancias químicas están asociadas con sensaciones de bienestar, placer y satisfacción, y su liberación puede ser inducida por actividades como el ejercicio, las interacciones sociales positivas o el logro de metas. Sin embargo, esta visión de la felicidad es reduccionista, pues ve el bienestar humano solo como un fenómeno biológico y medible.
Tal concepción ignora la complejidad de la experiencia humana y no da cuenta de los aspectos existenciales, sociales y culturales que también influyen en cómo vivimos nuestra felicidad.
El filósofo Arthur Schopenhauer, conocido por su visión pesimista de la vida, argumentaba que la felicidad era una ilusión, un engaño que solo servía para mantener a las masas en un estado de “ignorancia tranquila”. Para Schopenhauer, la felicidad era una evasión de la cruda realidad, una forma de consuelo frente al sufrimiento inherente a la vida.
“La felicidad es como la salud, que cuando la tenemos no la notamos, pero tan pronto como la perdemos, nos damos cuenta de su valor”, afirmó. En su visión, los seres humanos se aferran a la felicidad como un modo de escape, ignorando las profundidades del dolor y el sufrimiento que subyacen en la existencia humana.