Comienzo con el bello poema del poeta nicaragüense Rubén Darío: “Juventud, divino tesoro, ¡ya te vas para no volver!, cuando quiero llorar no lloro y a veces lloro sin querer”, ver atrás en el tiempo cuando corríamos con mucha agilidad, las travesuras de la infancia, cuando el mundo era nuestro porque soñábamos con ser astronauta ya que para ese tiempo el Sputnik se lanzó al espacio, comenzaba la carrera espacial.
Soñaba con ser bombero o ser un cadete de la Fuerza Aérea, ser maestro o hacerse millonario, mi país era bonanza de dólares porque las transnacionales habían dinamizado la economía y el oro verde era el referente nacional ante el concierto de las naciones, el tren se desplazaba a mil por hora dejando una estela de humo y el fuerte sonido de su trompeta para que supieran que la “machine again” estaba de regreso después de haber ido hasta el muelle a dejar su valioso cargamento, sentíamos la fuerza de la locomotora cuando poníamos piedras en el riel y estas quedaban pulverizadas, ¡aquellos viejos tiempos! En la calurosa costa.
Recordar como en el río de Piedras se disfrutaba de las pozas cristalinas o en viejo Sauce con sus corrientes que arrastraban nuestros cuerpos de tritones de agua dulce disfrutando de sus aguas tibias, cómo no recordar cuando los vecinos de Guamilito, la Trejo y demás sufrían los embates de pilluelos tratando de conseguir un par de mango jade para nuestro deleite, disfrutar de los zapotillos o las almendras que eran la delicia de la “tropa”. Recordar es vivir, recordar cuando en el pasaje Valle mirábamos cine en blanco y negro o disfrutar en la casa cural también de películas que por 5 centavos mirábamos películas del cine mexicano y gringo. Era el tiempo de la rayuela, del trompo, del barrilete, de hacer mandados al mercado Central e ir a traer la “sopa” por un lempira donde te daban desde las verduras hasta la carne, y con un “ficha” o dos centavos te podías comer cuanto delicioso banano caía en tus manos. Una de mis tantas escuelas que recuerdo con mucho amor era la República de Cuba donde hacíamos el huerto de fin de semana, las tareas que la maestra Alba de Campo nos dejaba, recordar un concierto de la Beatles manía y las “kermesse” los fines de semana amenizadas por conjuntos, eran un deleite que disfrutábamos, ahí, los primeros pininos en el baile.
Había responsabilidad después de irnos a educar, era hacer mandados donde el chino a traer la provisión de la semana, ir a la Alus a traer la carne, dejar la vianda que día a día se le enviaba al tío “el Tigre” que vivía en otro barrio e ir pedaleando con la Hércules número 28, así como apilar la leña y meterla en la bodega. Recordar el domingo de misa y de las macheteadas, tratar de meternos al Morazán usando a los mayores como nuestros “padres” y disfrutar del cañón de la “furia Solís” o la atajada de Jaime Varela, era tiempos de corretear por la flora y buscar la fauna de tan bellos lugares que disfrutamos en y con la cipotada.
Más retornamos bajando la “cocona” y llegar llenos de polvo a la bella Tegus de mis amores y seguir explorando los arrabales de aquella época, calles sin pavimentar, ríos cristalinos llenos de peces y “pozas” profundas que disfrutamos a placer, buscar nidos, conejos, avecitas para hacernos un almuerzo en fogones improvisados o sentirse un héroe de la guerra del 69 donde como soldados combatientes hacíamos vigilia para avisar de los bombardeos que los muchachos del otro lado del Goascorán haría, vigilábamos las montañas para ver si los paracaidista llegarían, hacer los ensayos de meterse debajo de la mesa por si caían bombas, más todo pasó y volvimos a la vida normal, ya los años de infancia iban quedando atrás y encararse a la vida de la adolescencia, donde era gozar ya de los puños en el “pico” y ojos morados porque uno se va creyendo “machito giro”, ir creciendo de a poco viendo los ídolos de fútbol como el famoso pelé, ir dejando de ver el Santo Enmascarado de Plata por películas a colores de la “Metro”.
Disfrutar de un fin de semana en los cines Presidente, Clámer, Variedades y subir por su laboriosa falda a disfrutar de las bellezas del Picacho con sus escalofriantes miradores que nos daban un recorrido de esta hermosa ciudad capital y ver despegar del tan conocido Toncontín aquellos aviones que llevaban a nuestros paisanos a darse una vuelta por México y los Estados Unidos, casi todos regresaban porque el llamado de la patria era fuerte, aunque habían muchas carencias había trabajo y seguridad, la pobreza era tratada de forma adecuada porque se hicieron proyectos de vivienda popular y muchos “peritos” podían ingresar a trabajar en el Banco Central, las gavillas era compartir juegos e irse a parajes para estudiar porque llegaron los exámenes del fin de año.
Las piñatas de barro sufrían las consecuencias de cipotes que sabiendo que en el interior había confites, intentaban romperla a la primera oportunidad, lanzarse y llenarse los bolsillos de aquellos dulces que hacían sus delicias en nuestras bocas, disfrutar del pastel y de un pequeño banquete casero reuniendo la familia que era muy unida.
Mirar en retrospectiva al pasado vemos que fuimos bendecidos porque los lazos de familia eran fuertes, los vecinos eran “uno para todos y todos para uno”, donde obtener riqueza era de forma honorable, donde la palabra de honor tenía valor y los tratos se cerraban con un apretón de manos.
Más los valores se están echando al tacho de la basura, la juventud comienza con su celular desde cuando está mamando el pezón de la madre y esta juventud se interna en si mismo, cuando afuera de las cuatro paredes la explosión de la alegría se compara a una fiesta de feria patronal.
“¡Ya te vas para no volver! Cantaba el bardo, que tus hijos disfruten su infancia, porque esta no volverá jamás...jamás.