Varios gobernantes y dictadores, al comienzo o al principio de asaltar el poder, crean grupos de choque, tropas de asalto o perseguidores de sus oponentes, sea para detenerlos, interrogarlos y muchas veces desaparecerlos, con lo cual aseguran su mandato sin mayor oposición a sus arbitrariedades.
Generalmente, se les identifica con su vestimenta que portan: camisas pardas, grises, rojas o por su uniforme, aunque operan también vestidos de civil, para cumplir con su misión de manera no detectable por sus potenciales víctimas.
En esta ocasión, no nos referimos a tales sabandijas, sino a un amigo y familiar de larga consanguinidad, llamado Alex Munguía, quien muriera hace pocos años de un cáncer agresivo en el cerebro que le llevó a la tumba en pocos días, de esos que solamente se dan entre los que se exponen a los químicos que riega en sus bananales la empresa extranjera que opera en esta zona -desde la década del 30 del siglo pasado-, donde laboró como mayordomo por varios años.
A Alex Munguía todo mundo le conocía más por su apodo o apelativo de “Camisa Roja”, porque era un liberal hasta la médula y hacía gala de ello en cualquier circunstancia. Durante la administración municipal de Héctor Danilo Moya (2002-2006), fallecido en el año 2006, ocupaba el cargo de jefe de Personal para luego desempeñarse como jefe de la ENEE en Olanchito.
Cuando se desempeñaba como mayordomo de la bananera, en la nueva zona de Méndez, lo primero que preguntaba a los campesinos que deseaban trabajar era a qué partido político pertenecía. Como todo mundo sabía de su enfermiza militancia liberal, nadie le decía que era del partido contrario al de él. Pero en cierta ocasión, un joven llegó cubriendo su cabeza con una gorra que tenía una leyenda que decía “Callejas”. Al solo pedirle trabajo Alex le dijo: “Trabajo hay pero no para vos, porque eres cachureco”. Vestía siempre de rojo: camisa, camiseta, sombrero, pantalón, zapatos rojos. Su casa estaba pintada de rojo, los muebles y cortinas del mismo color, etcétera.
El mismo me confirmó que ya siendo servidor municipal, acompañó a su amigo y correligionario Nilín Moya a una ceremonia de inauguración de una obra en una aldea cercana. Las sillas del lugar eran de plástico de color azul. Alex permaneció parado todo el tiempo que duró la larga ceremonia, característica del valle, aduciendo que él no se sentaba en una silla cachureca. Lo mismo le ocurrió en un restaurante popular del valle, no podía comer en una silla de ese color.
Me llamó la atención las historias que contaban de “Camisa Roja”. En cierta ocasión le pregunté: primo, ¿cuántas camisas rojas tiene usted? – Primo -así nos tratábamos-, entre camisas y camisetas tengo ciento treinta.
También supe que una señora de la vieja guardia cachureca cuando le llevaron un conocido refresco con una viñeta roja en mitad de la botella -una nueva forma de presentación- lo rechazó de inmediato aduciendo que mejor se moría del deseo, no lo bebería ni a p...