Columnistas

El futuro de la familia

Me asustó escuchar de una mujer que luego de un acto aparentemente amoroso y voluntario se convirtiera en madre decir que la sola existencia de una criatura en el seno de eso que se llama familia no es razón suficiente para construir relaciones más o menos estables, de comprensión, entendimiento, sentido de responsabilidad compartida y tolerancia.

En otro escenario, me tocó ver a padres de familia despedir desde la orilla del río Goascorán a sus hijos con una adolescencia temprana, cuando aún no habían adquirido su madurez intelectual y emocional, en un viaje arriesgado hacia los Estados Unidos y que podría ser la última vez de un adiós sin retorno.

En ambos casos la acción familiar está mediada por una cultura donde el Yo está por encima de todas las relaciones, incluyendo las relaciones consanguíneas donde el Otro no importa, aunque sea un niño con problemas de salud. Todo queda a la deriva, en una especie de que pase lo que pase, “no será mi culpa”. En una situación como esta es cuando el ser humano se encuentra despojado de todo sentimiento por una sociedad que lo empuja al más extremado individualismo.

Lo que está ocurriendo en la sociedad y los ejemplos señalados me hacen pensar que en la vida social están sucediéndose hechos dramáticos. La sociología tradicional siempre consideró a la familia como la célula fundamental de la sociedad, eso para referirse aquella comunidad en la que la familia era su núcleo central, predominando valores supremos que le daban sustentación; valores como el sentido de protección, seguridad, responsabilidad y, sobre todo, amor, se esfuman como pompas de jabón.

Los valores eran como el cemento que unía a los miembros de la familia y eran capaces de producir y reproducir la vida humana en condiciones más o menos de armonía. Ser miembro de un eslabón familiar era sentirse útil en la construcción de una relación que, aunque hubiese carencias materiales, daba la satisfacción interna que se era parte de un cuerpo llamado familia.

Con el paso de la sociedad tradicional a la sociedad moderna, las características de la familia han cambiado; lamentablemente, esos cambios no han venido a fortalecer los valores que hacían mantener unidos a los miembros que la integraban, por el contrario, las bases sobre las cuales se constituía la familia en el pasado están siendo erosionadas. Las relaciones entre las personas se están transformando en relaciones entre cosas. El mismo concepto de familia se ha está volviendo caótico y poco a poco, producto de los cambios, sus miembros constitutivos se vuelven difusos.

Muchos medios de comunicación nos siguen presentando una imagen de familia en la visión de la vieja telenovela “Hogar, dulce hogar”, donde se viven y se resuelven habituales y típicos problemas de la vida matrimonial en una relación ideal de vida urbana.

Si la familia ha dejado de ser lo que fue, una institución de socialización de roles en las que cada persona cumplía con los papeles a él asignados, no esperemos que haya una sociedad cimentada en los ideales de paz y en la búsqueda del bien común.