Atrás quedó aquella imagen de efectividad y rapidez que Israel mostró en la “Guerra de los seis días” (1967) o la reacción relámpago mostrada en 1976, conocida como “Operación Entebbe”, que llevó a un comando israelí hasta el aeropuerto de Uganda, en donde fueron rescatados más de 100 rehenes, previamente retenidos por terroristas palestinos en un vuelo comercial.
En la madrugada del 7 de octubre de 2023, Israel despertó en la festividad religiosa de Simjat Torá –la alegría de la ley–, bajo intenso ataque de cohetes y una invasión relámpago llevada a cabo por unos 1,200 combatientes de Hamás que incursionaron desde la franja de Gaza por diversas vías, causando más de mil muertes y tomando como rehenes a unas 200 personas, no todas israelíes.
Fue un golpe violento que sacudió globalmente, no solo por la brutalidad que mostró el grupo palestino, sino también porque dejó al desnudo que hubo, de alguna manera, una falla de la inteligencia de uno de los países más eficientes en ese campo. El Mossad está entre las cinco mejores organizaciones de inteligencia del mundo.
Como era de esperarse, ante aquella bestial agresión no se hizo esperar la reacción y respuesta militar de Israel, que incursionó con toda su fuerza en territorio de la Franja de Gaza, para iniciar el exterminio total de la fuerza militar de Hamás. ¿Qué ha sucedido desde entonces?
Lo primero es que hubo una ola de repudio al ataque de Hamás y un clamor generalizado a favor de la liberación de los rehenes. En el imaginario universal –creo–, predominaban aquellas operaciones relámpago mencionadas al inicio y se pensó que esta no se prolongaría más de unas semanas y sería con una precisión quirúrgica para evitar muertes de inocentes.
Recordemos que Hamás es un grupo político y paramilitar palestino que muchas naciones lo consideran directamente terrorista.
Se puede decir que en principio Israel contaba con más simpatía a nivel global, porque era la víctima de un salvaje ataque al cual estaba respondiendo con fuerza militar. Sin embargo, principiaron las noticias sobre víctimas civiles, destrucción desproporcionada de edificios y viviendas y el éxodo de palestinos ajenos a la acción de Hamás, con la consecuente tragedia humanitaria que incluye hambruna entre la población desplazada.
Hace casi ocho meses del inicio de esta guerra y a la fecha, no son muchos los que defienden la postura de Israel. En el mejor de los casos, los gobiernos se declaran neutrales, pero la ONU y países individuales han censurado fuertemente lo que consideran una “desproporcionada respuesta” militar.
Incluso el diplomático israelí Alon Pinkas, quien sirvió a cuatro gobiernos de Israel, dijo a la prensa británica que considera las acciones militares de su país “desproporcionadas” y que Israel está “a punto de convertirse en un Estado paria”. Su política exterior e imagen se han desgastado en la ONU e incluso ante su principal aliado, Estados Unidos, que ha suspendido el envío de bombas y presiona para que el primer ministro Benjamín Netanyahu detenga las operaciones en Gaza y acepte buscar una solución negociada para establecer la paz en la región.
La causa palestina, que busca el reconocimiento como Estado, se vio inicialmente muy dañada por el ataque de Hamás, pero ahora se ha robustecido. Las intervenciones de la ONU –en donde EEUU ha tenido que detener al menos dos resoluciones del Consejo de Seguridad– y más recientemente del Tribunal Internacional de Justicia (TIJ), han mostrado la peor cara de Israel y esta guerra en Gaza no ayuda a mejorar la situación.
Los esfuerzos de buscar una solución negociada se han encontrado con un rechazo de parte de Netanyahu, quien se niega a suspender toda operación antes de exterminar “hasta la última célula terrorista” de Hamás.
Los hechos innegables son que Hamás cometió una auténtica atrocidad el 7 de octubre. No se puede tapar el sol con un dedo. Luego vino la represalia de Israel –con poco éxito de sus aparatos de inteligencia para ser prontos y precisos–, la cual fue más allá en tiempo y fuerza de lo necesario, causando sufrimiento a cientos de miles de civiles inocentes. Se han perdido vidas israelíes, palestinas y de otras nacionalidades, entre ellas, las de más de 100 periodistas que han muerto en medio de la guerra.
Al parecer, los “topos” de Hamás siguen escondidos bajo tierra, arriba de los túneles o quizás ya fuera de Gaza. El asunto es que continúa el drama humano de los palestinos y, en la medida que persiste y se hace más evidente, la imagen de Israel se desgasta y cobra fuerza en la comunidad internacional la necesidad de forzar la paz y buscar acuerdos entre dos estados.
Por último, el reconocimiento de un Estado palestino por parte de España, Dinamarca y Noruega impulsa esta corriente dentro de la ONU, que pronto deberá decidir sobre el tema. El voto no será necesariamente contra Israel o a favor de palestina, pero sí a favor de la paz en la región.