La democracia se ha instalado como la principal forma de gobierno para la humanidad, abriéndose camino venciendo continuos y fuertes ataques desde distintos flancos. No obstante, a medida que la democracia se expandía, surgían a la vez falsas, grises o tergiversadas especies de democracia alrededor del mundo. Honduras sirve como ejemplo de lo que es un régimen híbrido, donde encontramos irregularidades electorales, presión continua del gobierno hacia sectores opositores, vulneración de derechos y libertades, mínima participación política de la población, altos índices de corrupción, sociedad civil debilitada, Estado de derecho frágil, infracciones al principio de separación de los poderes del Estado y situación vulnerable del Poder Judicial.
¿Por qué surgen estas especies falsas y grises de la democracia? Es una interesante pregunta y una muy difícil de responder. Sabemos que la democracia es la forma de gobierno en la cual el poder corresponde al pueblo. Pero ¿realmente la ciudadanía ejerce este poder? ¿O se limita a acudir a las urnas cada dos, tres, cuatro o cinco años? Quizá (solamente quizá) una de las razones por las cuales las democracias se debilitan es porque estas requieren que su ciudadanía se encuentre verdaderamente comprometida con proteger y salvaguardar su democracia. Sin duda, la principal herramienta del poder democrático del pueblo es el voto. El sufragio es tanto un derecho como un deber que la Constitución otorga a sus ciudadanos.
Pareciera -a simple vista- que la ciudadanía es un concepto formal que se limita a temas sencillos como la obtención de la tarjeta de identidad y el derecho a elegir y ser electo. No obstante, considero que, para que una democracia funcione, el concepto de ciudadano no puede ser tan simple y sencillo. La democracia es una forma de gobierno que nos ha otorgado el poder al pueblo. ¿Y la única forma de ejercer ese poder es a través del voto? La respuesta es no, ¡porque la democracia no es solo elecciones! Para que una democracia funcione se requiere de ciudadanos que adopten con rigor el poder que se les ha otorgado. Para que una democracia florezca se necesita de ciudadanos genuinamente comprometidos con los valores democráticos, con la tolerancia, con la libertad, con la igualdad y el Estado de derecho. Para que una democracia sea fuerte, sus ciudadanos deben mantenerse informados, ser beligerantes, buscar participar en los asuntos de Estado, hacer oír su voz y exigir a sus representantes una verdadera rendición de cuentas.
También, tal vez ha llegado finalmente el momento de que le demos genuino y verdadero uso a las herramientas de la democracia participativa que contiene el artículo cinco de la Constitución de la República como forma de mejorar nuestra democracia representativa.
O nos convertimos en ciudadanos activos o seremos tristes testigos de cómo surgen cada vez más regímenes híbridos o autoritarios. ¿Queremos ser simples habitantes o al fin nos tomaremos en serio nuestra función de ciudadanos?
¿Por qué surgen estas especies falsas y grises de la democracia? Es una interesante pregunta y una muy difícil de responder. Sabemos que la democracia es la forma de gobierno en la cual el poder corresponde al pueblo. Pero ¿realmente la ciudadanía ejerce este poder? ¿O se limita a acudir a las urnas cada dos, tres, cuatro o cinco años? Quizá (solamente quizá) una de las razones por las cuales las democracias se debilitan es porque estas requieren que su ciudadanía se encuentre verdaderamente comprometida con proteger y salvaguardar su democracia. Sin duda, la principal herramienta del poder democrático del pueblo es el voto. El sufragio es tanto un derecho como un deber que la Constitución otorga a sus ciudadanos.
Pareciera -a simple vista- que la ciudadanía es un concepto formal que se limita a temas sencillos como la obtención de la tarjeta de identidad y el derecho a elegir y ser electo. No obstante, considero que, para que una democracia funcione, el concepto de ciudadano no puede ser tan simple y sencillo. La democracia es una forma de gobierno que nos ha otorgado el poder al pueblo. ¿Y la única forma de ejercer ese poder es a través del voto? La respuesta es no, ¡porque la democracia no es solo elecciones! Para que una democracia funcione se requiere de ciudadanos que adopten con rigor el poder que se les ha otorgado. Para que una democracia florezca se necesita de ciudadanos genuinamente comprometidos con los valores democráticos, con la tolerancia, con la libertad, con la igualdad y el Estado de derecho. Para que una democracia sea fuerte, sus ciudadanos deben mantenerse informados, ser beligerantes, buscar participar en los asuntos de Estado, hacer oír su voz y exigir a sus representantes una verdadera rendición de cuentas.
También, tal vez ha llegado finalmente el momento de que le demos genuino y verdadero uso a las herramientas de la democracia participativa que contiene el artículo cinco de la Constitución de la República como forma de mejorar nuestra democracia representativa.
O nos convertimos en ciudadanos activos o seremos tristes testigos de cómo surgen cada vez más regímenes híbridos o autoritarios. ¿Queremos ser simples habitantes o al fin nos tomaremos en serio nuestra función de ciudadanos?