Columnistas

Heridos y heridas

Qué difícil es hacer una crítica o decir la verdad en Honduras. No me refiero a grandes verdades o verdades escandalosas, me refiero a decir la verdad en el día a día, en situaciones mínimas y cotidianas, que involucran a personas de nuestro entorno familiar, social, académico o laboral. Y considero que es difícil porque en Honduras casi todas y todos estamos heridos moral, psicológica y espiritualmente.

Se ha dicho, de manera no comprobada, por supuesto, que los hondureños damos demasiados rodeos y no estamos acostumbrados a decir la verdad de frente o por lo menos con las palabras apropiadas. Que “somos muy suaves” he escuchado decir. Pero es que quienes hemos crecido aquí y no nos gusta vivir en confrontación o haciendo sentir mal a los demás, muchas veces no tenemos otro camino.

A veces es necesario dar un contexto muy amplio, dar muchas explicaciones e incluso disculparse antes de decir algo que ni es grosero ni tiene mala intención ni es ofensivo ni busca hacer sentir mal a nadie. ¿Por qué? Habría que estudiarlo desde diferentes puntos de vista, pero considero que se ha vuelto parte de nuestra cultura actuar a la defensiva. Claro, si se ha crecido en ambientes de violencia doméstica y social, en condiciones de desigualdad e inequidad en la que siempre se vive con la sensación de que lo poco que se tiene se nos va a quitar, y con unas terribles hegemonías en las que lo más común es sentirse subyugado, lo más natural es esperar eso de todas las personas, incluso de aquellas que hablando en estos términos podrían ser inofensivas.

Hay un factor clave, para aceptar la crítica y reconocer nuestros errores es necesaria una sana autoestima. Pero ¿es posible una sana autoestima para aquellos que han crecido en una clara condición de desventaja? A pesar de la resiliencia del ser humano y de que es capaz de sobreponerse a circunstancias muy adversas, lo más probable es que la mayoría de las personas que crecen en estos contextos que mencioné tengan problemas con su autovaloración.

En ocasiones esas condiciones externas provocan que seamos inseguros de nosotros mismos, nos valoremos poco y, por lo tanto, creamos muy poco de lo que somos capaces.

Quizá esa verdad que nos dicen o esa crítica que nos hacen funciona en la cabeza (erróneamente) como un recordatorio del lugar que ocupamos y de lo que somos.

También es posible que la posverdad (que nos dice lo que queremos escuchar) nos ha hecho menos tolerante a las ideas ajenas, y a veces esas verdades tienen más que ver con ideas ajenas que con las propias. Los algoritmos de las redes sociales y los radicalismos nos han convencido de que nuestro pensar y nuestro actuar es el correcto y que los demás o bien están equivocados o bien no son lo suficientemente capaces y que, en consecuencia, todo se trata de envidia o algún otro tipo de mala voluntad.

Lo peligroso de esta situación es que de esta manera es imposible que crezcamos, primero como individuos y luego como sociedad. Además de que convierte los ambientes familiares, sociales, académicos y laborales en lugares poco agradables para el desarrollo humano.

Es necesario hacer esfuerzos desde la educación, pero sobre todo desde lo social para mejorar estas actitudes que están enquistadas en el comportamiento de no pocos. Porque dígame si no, qué bonito es crecer, estudiar y trabajar al lado de personas con salud emocional. Es ganancia para todos.