Salimos de Tegucigalpa como a la 1:45 de la madrugada tratando de recorrer indemnes los 80 kilómetros que nos separan del aeropuerto de Palmerola, en Comayagua, porque teníamos que estar allá a la hora insolente de las 3:00 de la mañana y que el avión no nos dejara plantados.
La carretera sola -de vez en cuando iluminada por otros adormitados que nos rebasan en busca de la terminal- y aunque los cuatro carriles están señalizados con el dinero pagado por el negocio del peaje, está rodeada de una oscuridad abrumadora, que escalofría imaginar una falla del motor y quedar varados en tinieblas.
El tenso trayecto obliga a considerar si de verdad era necesario construir el aeropuerto tan lejos de la capital, independiente de los sobresaltos y subidas de presión que ocasionaba Toncontín. Hace años nos invitaron a hacer reportajes en tres lugares posibles para una nueva pista y ninguno estaba en Comayagua.
Yendo de Tegucigalpa, la terminal se ubica del lado izquierdo de la vía, se nota la iluminación, el edificio, pero hay que adivinar dónde está en retorno en la carretera; en la oscuridad apenas se nota un rotulito y un puente a desnivel; muchos se van de paso, y lo mismo ocurre buscando la entrada al estacionamiento. Qué rollo.
Por fin en la terminal, entre aprensiones y bostezos nos sumamos al trajín de gente que viene y va, algunos duermen en el suelo esperando su vuelo -los que llegan en taxi pagan entre 70 y 150 dólares por trayecto ni siquiera en lempiras- otros se quiebran en las despedidas entre abrazos y adioses, y algunos cambian su miedo a la carretera por el de los aviones.
Todo el edificio se ve nuevo: los pisos, los asientos, los baños, muy bonito; pero es inevitable recordar toda la controversia que rodea la construcción de este aeropuerto, desde una concesión incumplida, que ha tocado al Estado pagar hasta el 66% de los 191 millones de dólares que ha costado y recibir apenas nada de las ganancias.
Entre los documentos que presentó la Secretaría de Infraestructura y Transporte (SIT), los que encontró, porque otros “extrañamente” se extraviaron, descubren abusos que perdonan impuestos al concesionario y condiciones de operación que no dan ningún beneficio al Estado, es decir, a los hondureños.
La duda, el escándalo es tal que hasta los congresistas alemanes han pedido a su jefe de Estado, el canciller Olaf Scholz, que investigue la relación entre una empresa germana que gestiona el aeropuerto de Múnich y la que opera Palmerola. Y es increíble que aquí haya hondureños que defiendan estas barbaridades.
Un vuelo nos trajo de regreso por Palmerola a las 12:30 de la noche; entre el agotamiento por el viaje, el cambio horario y las emociones del reencuentro ¿otra vez la carretera oscura? Mejor un hotelito en Comayagua y llegar a casa al día siguiente, no vaya a ser que el diablo ande suelto.