En su discurso inaugural como presidente en 1933, Franklin D. Roosevelt declaró: “En el campo de la política mundial, yo dedicaría esta nación a la política del buen vecino: el vecino que se respeta resueltamente a sí mismo y, por eso, respeta los derechos de los demás”.
Antes de aquella declaración de principios fundamentales, Argentina, Perú, México, Nicaragua, Uruguay, Colombia, Haití y Cuba sufrieron en carne propia –en algunos casos en más de una ocasión–, las intervenciones militares estadounidenses. Luego el mismo presidente anunciaría que “La política definida de los Estados Unidos de ahora en adelante es una opuesta a la intervención armada”.
Con estas frases definía su política de “buena vecindad”, que aplicaría para todo el hemisferio. Sin utilizar el mismo nombre, este principio fue aplicado –a veces bien y otra no tanto–, por algunos de sus sucesores en la Casa Blanca: John F. Kennedy lanzó la “Alianza para el Progreso” con ambiciosos programas de cooperación para sus “vecinos” latinoamericanos; Jimmy Carter puso su enfoque en los derechos humanos y los impulsó en la región para favorecer a sus pueblos; Bill Clinton se enfocó en el desarrollo y cooperación económica, como el primer impulso de tratados de libre comercio con sus vecinos México y Canadá; y Barack Obama buscó reparar relaciones dañadas históricamente con algunos países y apoyar la democracia en el área.
En el ínterin hubo algunas intervenciones militares directas y otras indirectas, que siempre han provocado en la región un sentimiento de desconfianza hacia Washington, considerado por muchos como “the big brother”, atento a ver el comportamiento de su vecindad.
Aunque estamos en pleno siglo XXI y hay organismos consolidados como las Naciones Unidas (ONU), es evidente que el espíritu expansionista persiste en las grandes potencias. Los ejemplos están a la vista ahora mismo: Rusia invade Ucrania y China expande sus tentáculos como potencia económica, llevando su influencia por todos lados, incluyendo Latinoamérica.
En medio de ese escenario geopolítico complejo, vuelve el próximo 20 de enero Donald Trump a la Casa Blanca y no es fácil anticipar lo que vendrá en detalle, aunque globalmente, su última conferencia de prensa y algunas declaraciones anticipan que su política exterior podrá tener muchos ingredientes, pero nada de “buena vecindad”, pues carece de voluntad, flexibilidad y estrategia para caminar en esa dirección.
Al parecer, Trump considera “buena vecindad” a la “unificación” de Canadá, a la reintegración del Canal de Panamá –incluso por medio de acciones militares–, a la imposición de aranceles a México, y a somatar la mesa con el tema migratorio, sin contemplar las causas y sin reconocer la importancia de los migrantes hispanos en la economía estadounidense. Es más, el futuro inquilino de la Casa Blanca ni siquiera contempla la política del “gran garrote” – concepto acuñado por otro Roosevelt, Theodore–, que consiste en “hablar suavemente y llevar un gran garrote”, para lograr lo que se quiere de una negociación, pues Trump puede tener muchas habilidades, pero entre ellas no está la de “hablar suavemente”, aunque sí tener el “gran garrote”.
Este abandono de los principios de “buen vecino”, no se mira únicamente hacia Latinoamérica, porque se anticipa que no buscará fomentar alianzas con sus buenos vecinos –aliados–, simplemente porque sabe que puede imponer muchas de las cosas con las qué sueña para “hacer otra vez grande a Estados Unidos”, como constantemente repite.
La prepotencia puede ser mala consejera. En vez de acercarse a su aliado Dinamarca, expone que puede apropiarse de Groenlandia por razones de seguridad nacional, no se expresa bien de la OTAN y muchas de sus expresiones siembran más dudas que certezas sobre la relación futura que tendrá con vecinos y aliados.
El nuevo escenario geopolítico muestra que hay tres superpotencias dominantes en el mundo: Estados Unidos, China y Rusia. Las tres están en una especie de tablero de ajedrez tridimensional, en el que cada una hace movimientos para ganar espacios. La historia muestra que las mentes expansionistas no contemplan “buena vecindad”. Por el contrario, actúan de acuerdo con su fuerza, ya sea militar o comercial. Putin y Trump responden más a este tipo de mentalidad, mientras que Xi Jinping, parece más estratégico y, mientras sigue su fortalecimiento militar, se enfoca en su expansión comercial. Aunque Latinoamérica no puede considerarse “vecindad” del gigante asiático, es evidente que sus tentáculos se expanden hacia muchos países de esta región, como lo demuestran sus inversiones en varios países del cono sur.
En fin, a partir del 20 de enero veremos muchos movimientos. Unos pequeños, otros gigantes, pero todos significativos en esa partida de ajedrez tridimensional. Lástima que el nuevo jefe del Despacho Oval no apueste por ser el “vecino que se respeta resueltamente a sí mismo y, por eso, respeta los derechos de los demás”.