Columnistas

La ley seca y el narcotráfico

Hace 28 años, en junio de 1990, estuvimos en Washington como invitados del Departamento de Estado junto a un grupo de periodistas latinoamericanos. El tema era la política estadounidense en el subcontinente y el tráfico de drogas. Todavía vivía, para entonces, Pablo Escobar, abatido el 2 de diciembre de 1993. Su socio y amigo, Gonzalo Rodríguez Gacha, “El Mexicano”, había caído acribillado a mediados de diciembre de 1989, en Cartagena de Indias.

Siempre me he preguntado por qué dentro de Estados Unidos nunca he oído del abatimiento de un capo de altos quilates. O de la condena de uno a cadena perpetua. Pareciera que esa vacuna solo “cura” a colombianos, mexicanos y centroamericanos.

No entiendo, tampoco, por qué una vez que la coca cruza la frontera entre México y Estados Unidos, el sangriento, terrorífico y traumático negocio se transforma en una actividad casi lícita en la que participa hasta la banca gringa.

En la gira nos entrevistamos con varios funcionarios estadounidenses y participamos en un ciclo de conferencias.

En una de las disertaciones me atreví a preguntarle a un funcionario afroamericano, grandote de estatura y muy serio, que por qué Estados Unidos mejor no le apostaba a legalizar la droga -como lo hizo en su momento con el alcohol ante el fracaso de la ley seca- por aquello de que “muerto el perro, se acabó la rabia”. Reaccionó iracundo. Hasta se puso más moreno. Claro está. La droga para esa poderosa nación es un problema de salud, no de violencia, terror y muerte.

La lucha contra el narcotráfico, al menos hasta hoy, ha sido un fracaso. Colombia, poco a poco, retrocede a la época de terror de Pablo Escobar. En México, solo este año, han masacrado a decenas de políticos y periodistas. Por eso, los presidentes de la región, junto a Colombia y México, deberían trazar una estrategia común en esa lucha. Que se acabe la queja de que aquí “ponemos los muertos”. Enfrentarse en bloque a Estados Unidos y, si allá no se oye, declararse en “huelga de brazos caídos” en el combate al tráfico de drogas. Pasó con la ley seca. Muerto el perro, se acabó la rabia.

Armando Villanueva
Periodista