En 1982 dirigía este servidor una editorial de libros científicos en Costa Rica y me correspondió diagramar cierta obra de la que sabía nada, conocimiento que tampoco ocupaba (la edición es de forma, los especialistas revisan el contenido) pero que me admiró (A. Revilla. “Tecnología de la leche”, IICA) por la maravilla que son las vacas, seres de noble sensibilidad y a las que recomiendan aplicar el protocolo de Cinco Libertades acuñado por el Consejo para Bienestar de Animales de Granja y donde el principio básico es evitarles sufrimiento mental, miedo y estrés, proveyéndoles buenas condiciones materiales.
Entonces leí la anécdota quizás inventada de que cuando los holandeses consultaron al Barón Alejandro de Humboldt (Friedrich Wilhelm Heinrich Alexander, Freiherr von Humboldt) cómo conseguir que sus productoras dieran mucha leche, el sabio recomendó halagarlas cada día con música. El experto ganadero e historiador Rodolfo Pastor Fasquelle podría comentar esto y relacionarlo con las incultas vacas políticas catrachas.
La sabiduría popular argumenta que la música modera el instinto de los animales y los aplaca. En “La bella y la bestia”, cuento clásico de la francesa Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, la fauna fiera se convierte, gracias a la piedad infantil, en apuesto príncipe (y algo similar ocurre con otros brutos en “El asno de oro”, de Apuleyo, y en “Sueño de una noche de verano” de Shakespeare, sin dejar de citar al intrigante cuento de Kafka, “La metamorfosis”) y en que los escritores usan al mundo zoológico para predicar virtudes morales y éticas.
Los científicos de la conducta han comprobado, efectivamente, que si gozamos del arte reducimos la agresividad personal. Y esa fue la causa por la que con el arquitecto Roberto Elvir Zelaya aportamos nuestro propio dinero para remodelar un inmueble en UNAH-VS e instituir el Centro de Arte “María Josefa Lastiri de Morazán”, cuya figura ya definía, desde entonces, los nobles propósitos. Pero la administración lo clausuró y convirtió en oficina, si bien la comunidad universitaria alberga la esperanza de que su nuevo director Joseph Malta, un intelectual, revierta la triste medida.
¿Por qué habría de hacerlo? Porque el valle de Sula (con población de millón ochocientos mil habitantes mayormente femenina) es zona social violenta y ocupa prontas terapias de transformación que sólo proveen la ley, la cultura y el arte.
La zona demanda, para calmar angustias y conflictos viscerales, masivas cargas pacificadoras de belleza y pasión. Y más desde las universidades, formadoras de quienes conducirán la patria muy pronto y a quienes debe des-educársele egoístas prácticas materialistas, acumuladoras y de consumo.
Prácticas que incluyen superar la dependencia de fuerzas místicas, pues la fe no salva sino la cultura de la propia reeducación: dejé el licor no porque dios me hizo abstemio sino porque yo asumí la voluntad de dejarlo; soy honesto porque venzo la tentación de robar, no porque alumbre el espíritu santo; la virgen fue santa pero no da de comer. Superarlas es asumir sin fantasmas la armazón del propio destino.
Y sobre todo resistir la intolerancia y la violencia, a las que sólo disuelve el hábito de la belleza.