Los políticos minimizan o exageran la información sobre las condiciones de vida de la sociedad, en atención a su interés en presentar los logros y cumplimiento de sus promesas de campaña, aunque en la práctica los resultados no se reflejen. Ningún ciudadano cuando ha dejado la Casa Presidencial ha proporcionado informes negativos sobre las carencias de la población, todos han manifestado haber dejado al país en condiciones superiores; con una economía estable y un pueblo gozando de grandes beneficios. La mesa queda servida, dijo un expresidente hondureño en algún momento.
La Comisión Económica para América Latina (Cepal), en los últimos informes sobre pobreza en la región, ubica a Honduras en el primer lugar con un 60%, aunque el Banco Mundial (BM), en datos más recientes revela un 64% de pobreza. El Foro Social de la Deuda Externa de Honduras (Fosdeh) sitúa al país con un nivel de pobreza que ronda el 62% y con una pobreza extrema de 42%.
La pobreza, en los tiempos modernos, por lo general marcha de la mano de la desigualdad, aunque la desigualdad no sea la única causa de la pobreza, en el caso de Honduras no es difícil divorciar estos dos conceptos; conceptos que una vez hechos realidad se alimentan entre sí y perpetúan la condición miserable de millones de personas.
Honduras ocupa, según estudios de organismos especializados en el tema de desigualdad, el primer lugar, siguiéndole Colombia y Brasil en América Latina. La pobreza en sociedades donde hay una injusta distribución de la riqueza, hace que la propia institucionalidad política no funcione, haciéndolo solo para beneficiar a uno pocos proporcionándoles una serie de privilegios que alimentan la concentración de la riqueza y la toma de decisiones en la cúspide de todo el sistema. La democracia se ve disminuida y la ciudadanía vota, pero no elige.
No es casual que Honduras aparezca como el más pobre y el más desigual, de hecho, cuando se hace un estudio sobre temas qué tienen que ver con educación, salud, vivienda, empleo y seguridad; siempre estamos ocupando esos primeros lugares.
Lo paradójico es que, este y otros gobiernos a lo largo de la historia viven y tienen un consumo como si fueran representantes de naciones desarrolladas, agregando a esto que casi todos ellos y sus más cercanos colaboradores han terminado con grandes fortunas.
Una sociedad donde el activismo político sea más rentable y una de las pocas formas de movilidad social y la generación de riqueza a través del trabajo productivo honrado quede relegada a un segundo plano, es poco lo que puede esperar en materia de desarrollo humano.
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