Alrededor de 2010 en América Latina se comenzaron a celebrar los bicentenarios de independencia. Fueron en cada país celebraciones mucho más fervorosas y sirvieron a nivel intelectual, más que a nivel práctico, para reflexionar lo hecho por cada país y cómo habían progresado en el proyecto de nación con el que todo estado es fundado. Abundaron desde entonces las posturas defendiendo o no lo hecho por cada nación. Lógicamente al tratarse de una festividad, la balanza se inclinó hacia el patriotismo y con este un velo que oculta lo más vergonzoso de cada país.
A Honduras y Centroamérica le corresponderá celebrar sus 200 años de independencia en 2021 y ya comenzamos “el camino hacia el bicentenario”. Así que nos espera dentro de dos años una fervorosa muestra de supuesto patriotismo y muchas oportunidades para reflexionar. Aunque honestamente este debe ser un ejercicio cotidiano y la revisión del proyecto que tenemos de país no debe atenerse a la celebración de un número cerrado.
No hay que esperar dos años más para llegar a la conclusión de que la Honduras de hoy no se corresponde con la que se pensó hace casi dos siglos. Por más que se haga a estas alturas no se puede cambiar nada significativo. Podrían las personas que den discursos o palabras alusivas por esos días, escribir hoy sus palabras, guardarlas y sacarlas hasta ese momento. Nada se vería afectado por algunos cientos de días.
Entonces, el bicentenario es imposible. Al menos de la manera en que se lo quiere proponer. No se tratará de ningún punto de inflexión ni de ningún repensar la patria. En todo caso tuvo que haberse dado antes y a tiempo. Diría que desde el mismo día en el que Honduras nació como país o por lo menos en alguna de sus reformas.
Será una celebración ornamental, marcada por el ritual humano de celebrar con mayor ímpetu las cifras múltiplos de diez, de cien o de mil.
A mi juicio tendría mucho más valor que a partir de hoy, en un día cualquiera, comenzara en cada habitante de Honduras un verdadera cambio, que todo aquello que se pueda hacer o decir en torno al cumplimiento de dos siglos de independencia.
El problema de las palabras es que nos detenemos en ellas, y si no somos cautos, podemos dejar que nos impresionen y nos quedemos nada más con todo lo que se dice sobre las cosas y no con lo que verdaderamente son.
No se confundan mis palabras con un “no celebremos nada”, solo quiero decir que nada de lo que se diga sobre el bicentenario de independencia y poco de lo que se haga verdaderamente significará un cambio. Y debemos tener cuidado porque podemos creer que sí, porque nos dejamos llevar por las emociones que le produce a cualquier ser humano su tierra.
A pensar de todo, se le debe celebrar a la patria su más grande festividad, porque al fin y al cabo es la única patria que tenemos, y bien o mal es al estado al que tenemos por destino desarrollar y hacer próspera, y el que nos ha dado lo que necesitamos.
Parafrasearé a uno de los personajes de una exitosa serie de televisión: el sistema puede que sea absurdo, de hecho, lo es, pero es el mismo que construyó estas vías (lo dijo mientras era conducido por una hermosa calle).
A veces nos puede parecer un país complejo y que ofrece muchos problemas, a veces absurdo, pero es el mismo que hasta hoy nos ha llevado a ser lo que somos con su educación, salud, trabajo, recursos naturales y demás bondades.