Profundamente humano, enormemente trágico, extraordinariamente noble y digno, de acción y de intelecto, careciendo de instrucción académica formal, sus conocimientos y praxis en los campos de la historia, filosofía, política, educación, administración, fueron de carácter autodidacta, fundamentados en las doctrinas de la Ilustración y el Liberalismo. Léanse sus mensajes presidenciales, sus memorias, el Manifiesto escrito en David, Panamá, para tener idea de su intelecto y su cosmovisión.
Mortal de carne, sangre, hueso, poseedor de virtudes y yerros, victorioso y vencido, estadista, político, guerrero, escritor, comerciante, de idéntica grandeza a la de Jesucristo, revelada nítidamente al perdonar a quienes le arrebatan la existencia, sin otorgarle derecho a la defensa: “DECLARO: que no tengo enemigos ni el menor rencor, llevo al sepulcro contra mis asesinos, que los perdono y les deseo el mayor bien posible”.
Capaz de aplicar rigurosa autocrítica, afirmando: “muero con el sentimiento de haber causado algunos males a mi país, aunque con el justo deseo de procurarle su bien; y este sentimiento se aumenta porque cuando había rectificado mis opiniones en política en la carrera de la revolución y creía hacerle el bien que me había prometido para subsanar de este modo aquellas faltas, se me quita la vida injustamente”.
Magnánimo, conciliador, solamente empuñaba la espada como último recurso, al haberse agotado los medios pacíficos. A él debemos la primera concertación en la historia hondureña, al convocar, dialogar, conciliar y consensuar con los rebeldes olanchanos, bajo frondosa floresta, en las Vueltas del Ocote (1830), evitando derramar sangre de hermanos.
A quienes ha derrotado en los campos de batalla les extiende la mano en son de paz y reconciliación, tal como se lee en su arenga a los prisioneros vencidos en la batalla del Espíritu Santo (1839).
Poseedor de multifacética personalidad, dispuesto con el ejemplo a ofrendar su vida en defensa de sus ideales unitarios, progresistas, visionarios: “Mi amor a Centroamérica muere conmigo”.
¿Era factible la unión ístmica en una sola nación? Para entender su ciclo vital y trayectoria, y la de los morazanistas que lo apoyaron y siguieron en su gesta patriótica de mantener unida a la Federación, debemos ubicarnos en el espacio temporal en el que transcurrieron sus existencias, en el peso y herencia del pretérito colonial tricentenario, en el grado de desarrollo material del Reino o Capitanía General de Guatemala, en la composición de clases sociales existente para 1821, en la presencia expansionista del imperialismo inglés en la región, habiéndose posesionado de Belice, Roatán, La Mosquitia, ocupando el vacío dejado por España.
Si la respuesta a esta interrogante es negativa, concluyendo que no existían ni condiciones objetivas ni subjetivas para fundarla y afianzarla, sostengo que su trayectoria terrenal fue similar a la de Don Quijote, a la vez sublime y conmovedora en pos de un sueño ideal, grandioso, pero imposible de hacer realidad.
Si esto es así, mi respeto y admiración hacia el prócer visionario se acrecientan aún más. En sentido contrario, si es afirmativa, él y su generación deben ser vistos como pioneros en la forja de la Patria Grande, proyecto inacabado a ser retomado por quienes le sucedieron, si deseamos sobrevivir en un mundo cada vez más cruel, indiferente, en que las potencias hegemónicas se reparten naciones y continentes para someterlas a sus voluntades y designios.