Columnistas

Viveros de odio

Lo busqué por veinte años y al fin reposa en mis manos. Me refiero al libro “Historia de las cruzadas” que M. Michaud compusiera en el siglo XIX y que relata con asombrosa destreza de detalles –pocos producto de la imaginación– lo que fueron las cuatro grandes expediciones de guerreros cristianos para reconquistar la ciudad sagrada de Jerusalén y la tierra palestina caídas en poder de árabes y luego turcos desde 1036.

Que los sitios santos, donde habían vivido o desfilado famosas figuras bíblicas, estuvieran en control de infieles conmocionó a la Europa de entonces y los Papas, a partir de Urbano II, convocaron e ideologizaron a reyes, príncipes y masa del continente para armar enormes ejércitos con los cuales, tras cruzar medio continente, se rescatara la fabulada tierra de mártires y profetas.

El propósito de este artículo no es, empero, el libro, por lo que sólo añadiré que allí, en la narración de miles de batallas y de infinitas crueldades ejecutadas por católicos e islámicos, particularmente en naciones hoy nuevamente castigadas (Siria, Egipto, Grecia, Libia actual) es donde descansa el verdadero germen de la violencia que azota al mundo de la actualidad.

Bastaría comparar una página de Michaud con un reporte noticioso diario para comprobar cómo la conducta humana rara vez cambia. En 1154 los cruzados sitiaron y asolaron la ciudad de Alepo, la más bella de Oriente, y asesinaron doscientos mil musulmanes, incluyendo mujeres y niños, sólo para sembrar ejemplo de terror. En Enero 2017 las huestes de Estado Islámico degollaron a mil soldados sirios en un día, para cosechar terror.

Los más sufridos fueron siempre asiáticos y africanos pues desde el medioevo, y luego en era moderna, los poderosos imperios blancos conquistaron y sujetaron numerosos países del área. Inglaterra se apoderó de vastas regiones en India, América y África (¿recuerdan a Lawrence de Arabia?); Italia prosigue siendo odiada en Libia y Francia en Túnez; los portugueses fueron crueles comerciantes de esclavos en la costa de Mozambique, mientras que los salvajismos del rey belga Leopoldo en el antiguo Congo llenarían de horror al alma más árida y despiadada…

Estados Unidos no se queda atrás: asesinó a Patricio Lumumba, protegió y armó a tiranos como Idi Amín, mintió para adueñarse del petróleo de Irak y hoy conduce o respalda a terroristas radicales sionistas y musulmanes.

Eso para no citar Vietnam y Afganistán, donde hizo nacer a su héroe y luego antihéroe Osama bin Laden, a quien luego destruyó. Fueron largos viveros de sangre, milpas de odio.

De allí que a nadie sorprenda, excepto a ellos, que la historia juegue la baza de la venganza. El terror y el miedo vuelven a Europa, de donde partieron hace siglos rumbo a otros continentes, excepto que su retorno es silencioso, amorfo e irregular, no con tropas ni cañones, por lo que es muy dañino.

Y no es que se justifique ningún evento de terrorismo, desde luego, sino que para explicarlo es siempre bueno y oportuno delimitar quién lo comenzó, quién fue el canalla que fundó la escuela de su práctica letal…

No fueron los pueblos europeos o norteamericanos en general sino los grandes poderes económicos irrespetuosos de la condición humana, los racistas y conservadores, los machistas y segregacionistas, los fundamentalistas de toda laya y los esclavistas del cuerpo, del alma y el amor.

Allí donde a un ser o a un principio se les convierte en mercancía surge la pulpa del terrorismo pues nada es casual, todo tiene raíz y origen. Lodos de ayer son polvos de hoy.

La ley del karma es la más poderosa energía cósmica y terrena.