El 22 recién pasado, el gobierno de Cuba anunció la eliminación de su doble moneda, vigente desde mediados de los 90.
Cuba ha aprendido la lección de la Unión Soviética, que fue destruida por la insospechada implosión de su sistema económico.
El cambio acelera el proceso que comenzó con la renuncia de Fidel: apertura económica y política del sistema, dosificada por el gobierno y el partido. Algo así como el modelo chino.
Cuando cayó el bloque socialista, Cuba perdió de pronto vitales subsidios comerciales, que habían contribuido a financiar sus programas de salud y educación de calidad para todos, y aún victoriosas aventuras militares en África.
Esa pérdida produjo escasez de divisas, que el gobierno intentó mitigar partiendo en dos el peso cubano.
Creó el peso CUP, para los precios internos y los salarios; y el peso CUC, para el comercio exterior. Una unidad de CUC equivalía a 25 unidades de CUP.
Con un salario promedio mensual de 500 pesos CUP (25 CUC, igual a US$ 20), la medida -una devaluación no confesada- produjo desigualdad y descontento social.
La gente no tenía acceso a ciertos bienes, que solo podían comprar el gobierno, algunos sectores oficiales y los turistas.
La moneda dual distorsionó la medición de los resultados económicos y complicó la contabilidad de las empresas estatales.
Todo perdió exactitud, orden y transparencia.
La moneda es una mercancía, con su oferta y su demanda. El país tenía así dos ofertas y dos demandas, que crearon mercados paralelos no observables.
En su comunicado, el gobierno reconoce el fracaso de su política monetaria y cambiaria.
El cambio, garantiza “… el restablecimiento del valor del peso cubano y de sus funciones como dinero, es decir, de unidad de cuenta, medio de pago y atesoramiento.”
La reforma, “…ordenará el entorno económico y en consecuencia la medición correcta de sus resultados”.
Esa es una aceptación honesta – casi candorosa- de los errores cometidos, que anuncia la intención de sincerar el mercado monetario y cambiario.
El ánimo reformista se nota en el término poco socialista de “atesoramiento”, que se da a la función de la moneda como medio acumulativo de riqueza.
Cuba se acerca más al mercado y a la economía global.
En forma realista –imagino que no sin cierta nostalgia- el gobierno y el partido rectifican la economía, pero sin abandonar la esencia de su ideología política.
Raúl Castro ha aclarado que, para proteger a la población, la reforma será paulatina, sin terapias de choque, y mantendrá intactos los ahorros de la gente en CUP y CUC.
Es una declaración sedante, que sin embargo recuerda las justificaciones de los viejos ajustes estructurales marca FMI.
Pero cuando la madeja del mercado es enredada con artificios, desatar los nudos no es sencillo.
El tramo de 25 a 1 es muy alto. Quizás el Banco Central tenga una pérdida cambiaria importante.
En un análisis de los cambios, The Economist estima que la nueva moneda subirá el valor de los ahorros en CUP, o habrá descontento. Entonces, el rápido aumento del poder adquisitivo podría generar inflación.
Las empresas, estatales casi todas, llevan su contabilidad en CUP, pero al valor de CUC. Aquí podría haber más pérdidas.
La confesión y el acto de contrición deberían aleccionar a la izquierda populista: un abismo separa las ideologías –buenas o no- de la realidad económica.
Es insensato pretender que nuestros países regresen quién sabe a dónde, por caminos que trillaron quienes no supieron distinguir entre la teoría política y la terca realidad del mercado. China, Vietnam y Cuba sí lo han entendido.
¿Qué falta ahora para una propuesta creíble de la izquierda?
Sabidos los errores, debería sustituir los paradigmas de los años 60 por la búsqueda de los aciertos necesarios para reducir la pobreza, en una economía de mercado que no funcione contra la gente ni contra la naturaleza.
En Alemania, ese enfoque es llamado “economía social de mercado”. En los países escandinavos, “socialismo democrático”
¿No debería la izquierda proponer una adaptación de buenas experiencias a nuestra ruinosa realidad?