Opinión

Dinero maldito

La cultura del miedo tiene tan aterrorizados a los taxistas, buseros, dueños de pulperías, de pequeños negocios y mercaderes que ya ni siquiera se quejan de los mareros y delincuentes que semana tras semana les llevan los pocos lempiras que tanto les cuesta conseguir. Ya están desapareciendo los puntos de taxis en Tegucigalpa y San Pedro Sula, pues sus integrantes ahora prefieren rondar y tomar pasajeros en la calle que ser presas de los delincuentes en los puntos estacionarios de los barrios y colonias; igual les está sucediendo a centenares de microempresarios quienes poco a poco están cerrando sus negocios. La crisis de inseguridad, además de la falta de identidad nacional que estamos padeciendo, nos está hundiendo en un gran abismo, del cual nos tomará muchas generaciones salir.

La desesperación de un padre o de una madre de tener que entregarle el 'impuesto de guerra' a los delincuentes, muchas veces sin tener lo más elemental para dar una comida a sus hijos, puede que prontamente nos haga caer en una convulsión social y en la caída abrupta de las pequeñas economías que tienen la mayoría de los hogares del país.

Para salir del subdesarrollo en que estamos debemos ahora no tan solo reducir drásticamente los niveles de desnutrición y falta de escolarización de los niños y jóvenes de nuestro país, sino también mejorar la seguridad de las ciudades, atrapando a los malhechores y eliminando la corrupción de la Policía, manifiesta cuando se menciona que el 'impuesto de guerra' que se paga generalmente lo hacen frente a las patrullas policiales, que parece ser, obtienen parte del botín.

Resulta ridículo que no se pueda atrapar a uno o cientos de malhechores en cientos de lugares a los que llegan continua y religiosamente a pedir el dinero maldito del 'impuesto de guerra' a los taxistas, buseros y microempresarios, sin que se tenga ningún tipo de resultado aún sabiendo quién llega a cobrarlo.

La seguridad de la población debería ser la prioridad de la Presidencia de la República, de las Fuerzas Armadas y de la Policía, que ahora está bajo el microscopio de todos los sectores poblacionales. Esperamos que los hombres y mujeres públicos y los ciudadanos de buena voluntad pongan la lucha contra la delincuencia y el 'impuesto de guerra' como una prioridad de sus agendas y políticas de desarrollo.

Para poder salir de esta peste de los mareros y policías corruptos, que ya se eliminó en el resto de los países del mundo, es necesario que se creen mecanismos de control a lo interno de otras instituciones de seguridad, tal como las Fuerzas Armadas, para que la población en general se involucre en la denuncia del cobro de este 'impuesto de guerra' y que se castigue, si es posible, con cadena perpetua a los cobradores de este dinero. Ya es hora de que perdamos el miedo y neutralicemos el accionar de los mareros y policías corruptos, ya que con los flagelos de extorsión e inseguridad a los que nos someten ponen en riesgo la vida de ocho millones de hondureños. Adicionalmente la pérdida de centenares de miles de empleos está por hacer colapsar nuestra economía.

Actuemos de inmediato pues con tantas extorsiones y muertes que estamos ahora sufriendo, para mañana es tarde. De todos nosotros depende que enderecemos este barco, caso contrario pronto todos nos hundiremos con él.