Los especialistas en el tema insisten cada vez que pueden en plantear que la educación debe ser el eje fundamental del desarrollo; que es la única puerta al desarrollo. Y así es.
La clase política, los que tienen la oportunidad de dirigir los destinos de una nación así lo deben tener de claro, pero parece que en países como Honduras eso no sucede.
Y lo anterior se refleja en las estadísticas que como país reportamos. La escolaridad de la población hondureña apenas es de 7.5 años, y las mujeres son más golpeadas con 6.1 años, lo que es terrible para una sociedad que aspira a alcanzar mejores condiciones de vida para todos sus ciudadanos.
Lo más grave son las condiciones de educación de los hondureños, especialmente de los más pobres que no tienen acceso a estos servicios, e incluso para los que sí la tienen, ya que se enfrentan a un sistema con muchísimas carencias, lo que conlleva una educación de baja calidad que deja a los niños, niñas y jóvenes con muchas desventajas frente a quienes tuvieron la suerte de acceder a una educación con mayores estándares.
Es alarmante también que en este escenario se informe que hay regiones del país en las que los índices de deserción de los colegios oficiales se han disparado.
En Choluteca, por ejemplo, en los primeros seis meses del año escolar los tres colegios oficiales de la ciudad reportaron la deserción de 370 alumnos y alumnas. “Nunca habíamos tenido un porcentaje tan alto de desertores y lo más preocupante es que al menos 26 alumnos que estaban por graduarse se retiraron del centro educativo y solo dos volvieron a concluir su proceso formativo”, lamentó Abel Carrasco, director del Instituto José Cecilio del Valle. Muchos de estos jóvenes se habrían unido a las caravanas de migrantes que este año se organizaron para ir a los Estados Unidos en busca de un trabajo que les permita ayudar a sus familias a enfrentar la pobreza.
El gobierno debe reaccionar ante estos informes y atender de inmediato la problemática, creando las oportunidades que demanda su población. No hacerlo, es condenarlos a nunca superar la pobreza.