De lo aislado que se encuentra se encargaron de recordárselo un día antes de su posesión la Unión Europea y los Estados Unidos, que “saludaron” al gobernante y a su esposa Rosario Murillo, quien juró como vicepresidenta de la nación, a sus hijos y funcionarios de su Gobierno con una nueva serie de sanciones y con suspensión de visas a varios señalados de socavar la democracia.
El mundo mostró con su ausencia el rechazo a los claros abusos de poder del otrora guerrillero, que años atrás se granjeó la simpatía de miles de personas por su lucha contra la cruel dictadura de los Somoza, para transformarse, con las décadas posteriores, en otro dictadorzuelo tropical, que incluso copió y mejoró las peores prácticas para perpetuarse en el poder a costa de la persecución y el encarcelamiento de sus opositores y el ataque sin límite a las libertades y derechos humanos de los nicaragüenses.
La empobrecida Nicaragua debe hacer frente a la pandemia y las mutaciones del virus del covid, pero también luchar en el terreno político contra la dictadura, que se empeña en ser su forma de vida, ya sea con el somocismo o con su nueva mutación, el sandisomocismo. La democracia nicaragüense está herida de muerte y el ejemplo antidemocrático del matrimonio Ortega-Murillo debe ser repudiado y combatido a fin que la dictadura no se vuelva endémica en dicho país y que incluso pueda ser adoptada en otros países centroamericanos.