Las alzas de precio, en medio de una economía débil, con bajos salarios y altos niveles de desempleo, representan indudablemente un paso más hacia el deterioro de la calidad de vida de los hondureños, principalmente de la clase media baja que es empujada cada vez más hacia la pobreza y de los pobres que son arrastrados hasta la indigencia donde no pueden satisfacerse ni las necesidades más elementales.
El hecho de que ya en septiembre el precio de la canasta básica de alimentos para una familia de cinco miembros haya superado considerablemente el promedio del salario mínimo, según los más recientes datos emitidos por la Secretaría de Trabajo, significa que incluso quienes cuentan con un empleo, pero con la escala salarial más baja, están lejos de sostener una calidad de vida digna y decorosa.
Si a esa desproporción entre el salario mínimo y el costo de los alimentos sumamos el hecho de miles de hondureños subsisten con ingresos inferiores o simplemente están desempleados, estamos ante la creciente pauperización de gran cantidad de compatriotas que se suman a las ignominiosas filas de la extrema pobreza.
La situación empeora y se proyecta hacia el futuro con el encarecimiento de los servicios públicos y el deterioro en los servicios estatales de educación y salud, lo que coloca a los hijos y las hijas de estas familias pobres a crecer con grandes desventajas competitivas.
En ese sentido, no puede esperarse solo más problemas económicos en el futuro del país sino también más problemas sociales como la delincuencia, en sus más diversas formas y el resentimiento social que subyace en mucha de la conflictividad existente en la actualidad.
Aunque los altos precios de los alimentos es un problema global, relacionado con el cambio climático, la concentración en manos de grandes multinacionales de la producción y comercialización y el uso de granos para fabricar biocombustibles, en un país como Honduras, con gran parte de la población todavía en el área rural, el otorgamiento de estímulos para los productores agropecuarios no solo garantizaría alimentos de buena calidad a precios accesibles sino que también podría incrementar la producción exportable y la generación de empleos.
Y es que en las tendencias populistas que recorren el mundo de hoy suele recurrirse al facilismo de congelar los precios de los alimentos o decretar incrementos al salario mínimo; pero estos supuestos remedios ya han probado hasta el cansancio ser mucho peor que la enfermedad.