Después de la evidente disminución de los asesinatos que trajo consigo el reconocimiento de que la Policía no solo es deficiente en la lucha contra la delincuencia sino que forma parte de la misma o está a su servicio, de nuevo resurge la criminalidad con ímpetu espeluznante.
Por ejemplo, solo en la capital, y en menos de 30 horas, se han producido más de una veintena de asesinatos, incluyendo el del presentador de televisión Noel Valladares y dos acompañantes en un ataque perpetrado por pistoleros encapuchados que se conducían en una Toyota Prado, según el testimonio de la esposa de la víctima quien también resultó herida.
Horas antes, tres jóvenes que jugaban en un billar de la colonia Tiloarque, en Comayagüela, habían sido acribillados a tiros con armas de grueso calibre por presuntos sicarios que se conducían en una motocicleta.
La prohibición de que dos varones viajen en una motocicleta no está dando los resultados anunciados por quienes promovieron la medida.
Los cadáveres de otros tres jóvenes, asesinados a golpes y presuntamente arrastrados por un caballo, también fueron descubiertos en otro sector de la capital.
De esta misma manera se produjeron otros ataques, con una o dos víctimas cada uno, por lo que los cadáveres se acumularon rápidamente en la morgue capitalina.
La cuestión es que tras el asesinato del hijo de la rectora de la UNAH, y otro universitario que lo acompañaba, en octubre del año pasado, que fue el detonante para que estallara el escándalo que evidenció ya públicamente la putrefacción al interior del órgano policial, en la práctica no se ha hecho nada para mejorar la seguridad de los hondureños.
Ni siquiera la esperada depuración de la Policía se ha hecho efectiva, un ineludible punto de partida para establecer y poner en marcha una verdadera política de seguridad.
El actual resurgimiento de la criminalidad hace temer que después de la crisis que implicó el descubrimiento de que los policías estaban al servicio del crimen organizado, incluso como sicarios, o que ellos mismos tenían sus propias bandas delictivas -y ante la inacción de las máximas autoridades- todo ha vuelto a la “normalidad”, lo que significa más muerte, más dolor y más miedo.